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Alfabetización financiera 2.0

ORDEN CAÓTICO

Vivimos una tendencia notable hacia la intensificación del tiempo de pantalla que humanas y humanos de todas las latitudes, prendidas a nuestros celulares y encendiendo la pantalla ante cualquier atisbo de aburrimiento. ¿Tu amigo recibe una llamada en medio de un café? ¿Se presenta una pausa imprevista en tu reunión de trabajo? ¿Tu novia fue al baño en medio de la cita? ¿La fila para llegar a recibir tu pedido tiene más de una persona? Todos éstos son disparadores de esa familiar acción de llevar la mano al lugar donde está nuestro móvil y encender la pantalla, abrir nuestra red social favorita y “escapar” de la sensación de aburrimiento.

Nuestros celulares nos ofrecen una enorme gama de servicios, muchos de los cuales nos facilitan el trabajo (calculadora, editor de texto y toda una gama de apps para hacer seguimiento a los asuntos de las empresas y actividades económicas), leemos noticias, nos enteramos de chismes, tenemos entretenimiento instantáneo y, gracias al chat GPT y sus sucedáneos, respuestas para las más sensatas y las más disparatadas preguntas que tengamos.

Pero además de los cientos de millones de horas de entretenimiento para todos los gustos, que internet tiene al alcance de los megas de nuestro celular, también tenemos a nuestra disposición contenido instructivo y educativo.

¿Necesita conectar su nueva lavarropa? ¿Instalar la bujía de su auto? ¿Tiene una olla nueva y quiere saber los cuidados para el primer uso? Y mi favorito: ¿requiere hacer un depósito en ATM? ¿Y su versión avanzada: sin tarjeta?

Gracias a la disposición y a la vocación didáctica de millones de seres generosos, tenemos una enorme biblioteca de videos que muestran el paso a paso de las más básicas y las más avanzadas habilidades cotidianas — y no tan cotidianas. Así, paradójicamente, las redes sociales revalorizan de alguna manera la interacción humana y la vieja y confiable transmisión de conocimiento mediante el ejemplo vivo y en movimiento.

Ciertamente, hace un par de décadas, la opción común para aprender a instalar un televisor, cambiar el agua de la batería del auto o preparar un pato a la naranja era la lectura de las instrucciones/recetas escritas. Incluso internet estaba lleno de manuales escritos.

Pero hay algo en la inmediatez del aprender viendo-aprender copiando que hace que se adquieran las habilidades de una manera más rápida. Seguramente es porque el conocimiento no pasa —o pasa muy rápido— a través de la mente analítica y es el cuerpo que aprende moviéndose. ¿Alguna vez se olvidó del pin de su tarjeta en el ATM? Es muy probable que los dedos de la mano recuerden la secuencia espacial y de inmediato, su dinero está disponible.

Un ejemplo extremo de lo que digo es el manejo de la bicicleta. Nadie aprendió a montar bici luego de leer un manual.

Evidentemente, esta forma de aprender implica de alguna manera poner en segundo lugar el razonamiento consciente. Pero con el magisterio que nos ha tocado (que al momento de escribir esta columna sigue en pie de guerra para impedir que la materia de robótica y la más básica educación sexual entren a las aulas), es casi nula la esperanza de que chicas y chicos de escuelas fiscales desarrollen competencias de razonamiento básico con sus profesores, así que sin duda adquirirán esa habilidad en otros espacios.

Como sea, el mantra de que “YouTube es una universidad” probablemente no sea tan cierto, pero es evidente que internet está lleno de conocimiento para quien tenga la paciencia y el tiempo suficientes como para aprender a buscar.

La digitalización de las relaciones en la vida cotidiana y en casi todos los negocios que nos podamos imaginar, trae una serie de ventajas y beneficios. Pero, para hacer negocios vía web, se requiere contar con acceso a los pagos digitales, en cualquiera de sus variantes. Y para ello, se requiere un mínimo de alfabetización financiera.

¿Qué hacer para mejorar la alfabetización financiera de quienes tienen menos paciencia, menos tiempo o menos acceso a internet? Lo pertinente en esos casos es comprimir, alcanzar y ofrecer valor.

Comprimir, porque si alguien tiene pocos megas para gastar en su celular, y quiere ir al grano, no va a darse tiempo de ver un video de 30 minutos sobre los pasos para abrir una cuenta bancaria.

Alcanzar implica llegar efectivamente al segmento objetivo y hay un sinfín de trucos y técnicas para que ese video le llegue a Sonia, de 35 años y que vive en el área urbana de Montero.

Dar valor implica ir al grano, indicar que ese video te da el paso a paso de manera sencilla, va directo al grano y te indica en los 5 primeros segundos que su contenido es exactamente lo que buscas.

Este es solo un botón de muestra del salto que debemos dar para lograr mejorar sustancialmente la calidad del servicio a la población y aprovechar significativamente las ventajas de la digitalización en los negocios y en las finanzas.

Pablo Rossell Arce es economista.