¿Has sido feliz, Enry?
‘El disco de piedra’ es un ejercicio de psicoanálisis, de expiación de culpas, de búsqueda de redención

Ricardo Bajo
El disco de piedra es una película nietzscheana. Una llutaska, disco de piedra, da vueltas y vueltas. Cada pedazo es una oración, son trocitos de tierra para conectarse con los ancestros. El documental de Geraldine Ovando de la Quintana es una plegaria, un canto para/de los antepasados, un amuleto. La cineasta y su octogenaria abuela Enry parten de viaje desde La Paz; será un regreso a San Lucas (Chuquisaca), el lugar donde nació ella; será la primera vez para la nieta.
A través de un montaje paralelo entre el documental de viaje y el archivo familiar audiovisual/casero, Ovando —al igual que su hermano Mauricio en Algo quema (2018)— revisa los fantasmas de la memoria; bucea en el pasado indígena oculto de la familia. Es una vuelta a la comunidad in illo tempore (a su época original).
Ovando busca lo sagrado porque sabe que es lo único real. Y lo hace a través de los ritos: los discos de memoria/barro de San Lucas y el Credo en quechua. “Yo quiero rezar esos rezos”, confiesa una voz en off/primera persona.
Decía Nietzsche que las personas amarán la vida, encontrarán el Übermensch (estado de madurez espiritual) cuando logren vivir sin miedo, cuando sientan la llamada del eterno retorno. El disco de piedra es un interrogatorio familiar: “abuela, ¿tu mamá vestía pollera? ¿tu madre rezaba en quechua? ¿hay raíces indígenas en la familia, tío? ¿usaban pollera? ¿qué plaza quiero caminar? Y la más jodida/brutal de todas: ¿has sido feliz, Enry?
”Hay algo en San Lucas que no termino de entender”, dice Geraldine antes de llegar. “Es una parte de nuestra historia que yo no sé”. Eso que ha sido escondido es una vieja fotografía —oculta durante años— de la bisabuela Severa con trenzas y pollera. Es el racismo finito que se repite infinitas veces. Es el miedo a ser discriminado, a no poder caminar la plaza. Es la fe del converso: maldecir/negar los orígenes para ser parte del rebaño odiador.
El disco de piedra es un ejercicio de psicoanálisis, de expiación de culpas, de búsqueda de redención. Nada es permanente, ni siquiera los recuerdos que se olvidan. Doña Enry no se acuerda de (casi) nada cuando camina por las calles de su pueblo. ¿Habrá sido feliz tras abandonar su casa de la esquina con balcón, tras ese ejercicio brutal de automutilación? No hay respuesta, solo viento y polvo, polvo que trae el viento. Apenas el recuerdo de unos duraznos frescos, un maíz tostado, un burro con hielo, una leche con singani y miel.
Ovando conecta con la abuela y recuerda que ella también dormía con la suya. Las infancias de Enry y nieta se juntan en San Lucas, un (no) lugar que desaparece. ¿Por qué lloraba la abuela de la abuela? Todos sabemos por qué lloraba. Lloraba Micaela porque no podía ver, porque la tapaban. El disco de piedra es el despertar de la memoria.
Al final, los discos de barro son destruidos. Rompemos para recordar; rompemos para que los que vienen puedan escribir su historia. “La memoria igual que el barro es dura mientras permanece inmóvil pero es frágil cuando se la toca. Algo se rompió y algo se reconstruyó”, sentencia la voz en primera persona. El cine es un instrumento de reconciliación/sanación.
El documental también es una alegoría; una reivindicación del mundo mágico de colores y sabores de las trabajadoras del hogar; de Reina, la empleada que laburaba en casa de Ovando. “¿Qué sé yo de ella?”. Es la que cría, la que regala afecto, la que conoce cuerpos, berrinches, peleas y secretos. ¿Por qué está prohibido besarla? Es la otra, el otro. Es la invisible, como lo era/es la bisabuela Severa. ¿De cómo vinieron sus once hijos? Entonces Gery Ovando se estremece como lo hace Silvio: “Me estremeció la mujer que parió once hijos / en el tiempo de la harina y un kilo de pan / Y los miró endurecerse mascando garifos / Me estremeció porque era mi abuela además”.
Ovando pregunta y pregunta hasta que una vecina de San Lucas responde: “Severa era una chola simpática con sus lindas sap’anas”. De esas trenzas y esas polleras se quiere agarrar/recordar Ovando para tomar fuerza, para saber por donde seguir/caminar, para sepultar esos miedos, para enfrentar esa (auto)negación familiar que rima con racismo, esos dimes y diretes, esos dolores enterrados.
El disco de piedra es una película “homérica/odiseica”. Es un viaje a la memoria/olvido del fondo, es un descenso al centro de la tierra. Tiene un final feliz, como Ulises en su regreso a Ítaca. Doña Enry es un personaje vaciado en periplo amnésico, naufraga en los desiertos de San Lucas como Ulises en la playa de los feacios. Está sola en la noche como aquel soldado en la película de Mankiewicz Somewhere in the night. Todas las amigas, amigos y parientes han muerto. El retorno es desencanto. ¿Has sido feliz, Enry?