Carlos III o la paciencia galardonada
El pasado 6 de mayo, millones de curiosos en el mundo siguieron —en vivo—, pegados a sus televisores los unos y soportando una llovizna en las calles aledañas a la abadía de Westminster. Los otros, todo detalle de la ceremonia de coronación de Charles Mountbatten-Windsor (Carlos III); es el heredero al trono, donde también su madre Elizabeth II recibió el cetro, 70 años antes.
El trayecto de Buckingham Palace hasta el abadengo de la pareja real en aquella carroza dorada jalada por ocho corceles blancos. Así, rememoraba las glorias milenarias que persisten tercamente en la modernidad.
Horas antes comenzaron a llegar los 2.200 invitados, ataviados con sus mejores galas. Entre ellos, destacaban dignatarios de países amigos, particularmente miembros de la Mancomunidad Británica.
Sin embargo, los grandes protagonistas fueron los sumos sacerdotes anglicanos que dirigieron los ritos ancestrales del acto en rigurosa coreografía litúrgica. Ante eso, el resto de los mortales parecían obedientes marionetas prestas a seguir un libreto previamente ejercitado. Carlos fue varias veces vestido y desvestido, con tiaras, capas y casullas, incluyendo igual túnica dorada a la que lució Charles II en 1661.
Otra secuencia divertida fue la entrega de diversos trebejos argentados a sus manos, todos de misterioso simbolismo, tan obscuro como los adminículos de brujería medioeval. Al cabo de esa interminable calistenia, pensé en voz alta “tanta parafernalia y oropel, para tan poco poder”.
Cuando por fin el arzobispo de Canterbury colocó la corona enjoyada en la testa del impetrante; este respiró satisfecho por haber esperado largos años ese inefable momento; mientras aburrido creía con fastidio que su madre era inmortal y que pervivía largo, deliberadamente, para molestarlo.
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Ese instante, en verdad lo convertía “por la gracia de Dios del Reino Unido, Canadá y sus otros Dominios y Territorios, Rey, guía de la Mancomunidad, defensor de la fe” y jefe de Estado de 14 naciones en cuatro continentes, aunque aquellos títulos tengan mera connotación metafórica. Mas tarde le correspondió a Camila Parker Bowles ascender desde amante furtiva hasta Reina de hecho y de derecho; confirmando la queja de la malograda Diana cuando reveló que en su matrimonio “eran tres”.
¿Pero más allá de la fatalidad biológica, qué otros atributos (si alguno) tiene ese personaje de majestuosa suerte? Se lo conoce como cultor de la música clásica e intruso opinador en temas controvertidos como la medicina alternativa; y la agricultura orgánica que defiende o la arquitectura moderna que desprecia, patrocinador de las habilidades artesanales y de reivindicaciones ecologistas.
En su entorno familiar ha sobrellevado episodios escabrosos que dañaron su popularidad; particularmente por la ruptura nupcial con la altamente querida Princesa Diana, cuya trágica muerte acrecentó la imagen negativa de la monarquía, hoy criticada hasta por su propio hijo Harry en su best-seller autobiográfico Spare (El suplente).
El acontecimiento
El acontecimiento fue también motivo de competencia en los trajes que lucían las nobles damas, entre la que se destacó por la frescura de su beldad juvenil Kate Middleton, esposa del príncipe William, en comparación con la piel de la flamante reina, arrugada cruelmente por el tiempo.
El costo-beneficio de la coronación sigue en debate, citándose 110 millones de euros como suma exorbitante, aunque los 250.000 visitantes que atrajo la jornada podrían haber dejado solidos réditos al comercio e industria turísticas. Por añadidura, la multitud que aclamó al nuevo rey, por su número y su fervor patriótico, constituye eslabón importante en el ansiado afianzamiento de la monarquía que dejó en franca minoría a sus impugnadores.