El malestar no tiene bando
El malestar no tiene bando. Y la y el nuevo votante se está construyendo día a día en este nuestro devenir
Verónica Rocha Fuentes
Un acercamiento simple nos puede llevar a preguntarnos por qué las votaciones al día de hoy son tan volátiles en nuestras sociedades latinoamericanas, como ha sido hace poco el caso chileno. Una sociedad que, a la luz de sus resultados electorales hace unos pocos meses podía pensar en la implementación de las máximas ideas progresistas en su Constitución y, de repente, hoy enfrenta la posibilidad de hablar de las mínimas o, incluso, de no tener una verdadera nueva Carta Magna.
Muchas de las lecturas que emergen en la escena chilena han llegado a hipotetizar sobre la existencia del “votante bipolar”, haciendo alusión a la o el ciudadano que a pesar de encontrarse en un extremo de nuestras sociedades polarizadas puede llegar a dar fácilmente un giro de 180 grados y ubicarse en el extremo de su inmediata posición, simplemente por una sensación circunstancial de malestar ante las instituciones. Al respecto, Daniel Innerarity diría que “el malestar se alivia radicalizando la propia posición ideológica”. Entonces, ¿en qué quedamos?, el extremo malestar y la sociedad del cansancio (como la denomina Byung-Chul Han) nos están llevando a la radicalización de nuestras posiciones y a habitar en los polos; o, nos están llevando más bien ¿a acercarnos a las posiciones contrarias a ellos?
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Los escenarios sociopolíticos que tienen lugar actualmente en la región latinoamericana, dan cuenta de que la gran mayoría de nuestros países han atravesado en muy pocos años una importante cantidad de profundos cambios. Sea por el fin de la ola del denominado socialismo del siglo XXI, sea por la crisis pospandémica o sea por el continuo crecimiento de escenarios de desinformación; lo cierto es que, al momento de afrontar escenarios electorales como mecanismo de solución de nuestras divergencias, el saldo da cuenta de que nuestras jóvenes democracias están en riesgo, cuentan con instituciones debilitadas y un electorado volátil en sus decisiones.
Las sorpresas y novedades en los últimos cinco años han sido múltiples: desde votaciones que, en algunos países con contextos polarizados políticamente dan giros radicales en la preferencia electoral hasta países que incluso manteniendo la misma línea enfrentan malestares internos que llaman a la parálisis y a la simple administración estatal en medio de la hostilidad predominante. En cualquiera de los casos, en lo que coincide el diagnóstico es que estos procesos se llevan adelante en democracias jóvenes y en proceso de erosión, por unas u otras razones. Además de ciudadanías que cada vez confían menos en la institucionalidad. Y con votantes con nuevas características, especiales demandas y múltiples fatigas/malestares.
En el caso boliviano, quizá la novedad reside en que las y los votantes fundados y alimentados en el malestar encuentran, por la predominante división interna del partido de gobierno, una fuente más de desazón que proviene desde la opción electoral mayoritaria. ¿De qué otra manera se explica la absorta mirada ante los hechos de corrupción dentro de una instancia ministerial (que no es la primera), muy a la par de las devastadoras sensaciones ante la inmoralidad de algunos miembros de la Iglesia Católica y el accionar delincuencial en la empresa privada encarnada en el Banco Fassil? ¿Qué tipo de soluciones o proyectos-país le está ofreciendo la institucionalidad democrática al gran cúmulo de bolivianas y bolivianos que tiene que presenciar la máxima corruptela multinivel ante sus ojos casi como factor cotidiano? Las condiciones están dadas. El malestar no tiene bando. Y la y el nuevo votante se está construyendo día a día en este nuestro devenir, sea para habitar un polo o sea para derrotar la moderación, como resultado. O, finalmente, como trinchera.
(*) Verónica Rocha Fuentes es comunicadora. Twitter: @verokamchatka