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Un amigo de Bolivia

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Alfonso Bilbao Liseca

En España, en la Universidad Internacional de Andalucía (UNIA), sede de La Rábida, se programa el Homenaje a Juan Marchena Fernández. Iberoamérica en la encrucijada del siglo XXI, en memoria del insigne profesor sevillano que nos dejó en octubre de 2022.

Juan Marchena, institución en la historiografía de América Latina, fue un intelectual que centró su compromiso vital en su amor a los pueblos americanos cuya historia revisó, reinterpretó y expandió, realizando una labor casi inconcebible para una sola persona. Deja un legado que va desde la creación de numerosas maestrías y doctorados de Historia de América en las universidades de Sevilla, UNIA y Pablo de Olavide, donde fue catedrático de Historia de América. Más de 150 publicaciones, entre libros, capítulos de libros y artículos académicos avalan su ingente producción intelectual junto a innumerables cursos, charlas, coloquios, seminarios, presentaciones, congresos, etc., poniendo en valor la historia de nuestros pueblos. Un currículum vitae ¡de 118 páginas!

Alejado de la figura del académico puro en su torre de marfil, Marchena fue un formidable promotor de intercambios entre las universidades iberoamericanas, liderando la creación de una red de universidades entre España y América Latina cuyo tejido es nuestra historia común. Como extraordinario gestor de oportunidades para la formación de profesionales e investigadores académicos de América, ayudó a enriquecer nuestros centros superiores de estudio. Por sus clases pasaron centenares de estudiantes de maestrías y doctorados, muchos de ellos bolivianos, ávidos de escuchar el verbo del magnífico comunicador e iconoclasta que encandilaba a aquellos que tuvieron la suerte de escucharlo. Historiadores e historiadoras nacionales como René Arce, Fernando Cajías, Clara Beltrán, Ana Capra, María Luisa Soux o Patricia Fernández, actual presidenta de la Academia Boliviana de Historia; archivistas como Édgar Valda o educadores sociales como Ponciano Wilcarani, junto a muchos otros que hoy amplían nuestros marcos de referencia culturales, pasaron por las aulas de La Rábida, obra en buena medida de Marchena.

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Lo más destacado en Juan Marchena fue su inmenso amor por nuestros pueblos y su irrefrenable pasión por conocerlos en la cercanía de sus gentes. Recorrió, cual incansable Quijote, una gran parte de la geografía del continente americano, dejando amigos allí por donde pasó. Sus dotes humanas y humanistas, junto a su carisma y cercanía, lograron crear esa tupida red de personas, instituciones y países que hoy constituyen un importante capital humano e intelectual que reafirma y fortalece la amistad entre nuestros pueblos. Lograr algo así solo está al alcance de gentes como Juan Marchena, quizás por aquello que el historiador cubano Manuel Moreno Fraginals afirmaba en La historia como arma: “Quien no sienta la alegría infinita de estar aquí en este mundo revuelto y cambiante, peligroso y bello, doloroso y sangriento como un parto, pero como él creador de nueva vida, está incapacitado para escribir historia”.

Amaba Bolivia, a la que consagró muchas horas de estudio y fructíferas visitas a universidades y centros superiores; también fue habitué de fiestas populares como los Ch’utillos en Potosí, a las que asistía siempre que podía. Dedicó al país algunos de sus mejores textos, como Alabanza de Corte y menosprecio de Aldea. La ciudad y Cerro Rico de Potosí, compilación que dirigió bajo el título de Potosí. Plata de América para Europa. La dedicatoria que me firmó reza: “Juan Marchena, un potosino en el exilio”. Otro trabajo, Las paradojas de la ilustración. Josef Reseguín en la tempestad de los Andes, 1781-1788, lleva de alguna manera a la reflexión de por qué los bolivianos seguimos rindiendo pleitesía  a personajes tan nefastos en nuestra historia poniendo su nombre a nuestras calles.

La última vez que nos vimos me dejó un mensaje que ahora paso a nuestros historiadores: “La Historia de América, la de los países americanos, no es una Historia local, siempre será parte de la Historia Universal y así hay que tratarla”.

(*) Alfonso Bilbao Liseca es médico anestesiólogo