Tuesday 16 Apr 2024 | Actualizado a 05:26 AM

Cegados por el prejuicio

/ 3 de junio de 2023 / 09:20

La discusión sobre varios de los temas de la coyuntura se ha vuelto confusa y demasiado llena de mitificaciones y prejuicios.

A ese ritmo, seguimos alimentando una improductiva confrontación y sobre todo no tenemos ninguna posibilidad de resolver los problemas que enfrenta la nación.

Y sucede que son las élites políticas y comunicacionales las más afectadas por esta enfermedad, de ahí su creciente desconexión de las necesidades de una ciudadanía fatigada por ese triste espectáculo.

Desde la falta de divisas hasta la trágica muerte del interventor del Banco Fassil, pasando por las luchas internas en el MAS o los negocios turbios de algunos empresarios en Santa Cruz, casi todo es objeto de simplificaciones, búsqueda de culpables y una construcción casi neurótica de conspiraciones, interpretaciones aproximadas, proyecciones de deseos en la realidad y un gusto goloso por narrativas y lenguajes catastróficos.

Pasa casi cualquier cosa y no falta alguien que verá detrás de ello la sombra de la maldad intrínseca del masismo, mientras otros sospecharan de las perversas oligarquías separatistas y neoliberales, por mencionar los dos tópicos simplificadores más comunes.

Tampoco es una enfermedad tan extraña y propia de los bolivianos, esta nuestra época caracterizada por la preminencia de los sentimientos sobre la reflexión, la velocidad de las comunicaciones y la desconfianza radical en casi todas las instituciones facilita y hasta incentiva esas derivas.

Pero mal de muchos, consuelo de tontos. En un país que necesita resolver con urgencia ciertos problemas para seguir avanzando, este bloqueo de la discusión y acción colectivas es mucho más costoso que en los países donde ya existe una base institucional y social más sólida que, al menos, permite que las cosas funcionen, aunque sea por inercia.

Es así, por ejemplo, que mientras andamos obnubilados por las sospechas delirantes en torno al deceso del interventor del Banco Fassil, buscando que algo nos confirme que nuestro villano favorito es el culpable, se nos olvida que en medio de la sala está un elefante que se llama crimen organizado, cuyo poder e influencia están afectando por igual a todos los partidos y a muchos sectores empresariales, sociales y cívicos.

Por esa razón, la caída de ese banco que, al parecer incursionaba alegremente en actividades más propias de una agencia inmobiliaria o una lavandería, termina convirtiéndose en una conversación casi metafísica sobre los vicios del “modelo cruceño” o de las pulsiones dominadoras del “centralismo”.

A falta de una sólida investigación policial y judicial y una comprensión política más integral del fenómeno, estamos obteniendo un festival de aproximaciones, generalizaciones y prejuicios varios, mayormente recalentados porque los escuchamos desde hace una década.

Tópicos confortables y archiconocidos que nos impiden plantear algunas preguntas incómodas y enfrentar realidades que seguirán impactando en la vida del país en el largo plazo.

Lo trágico es que las dirigencias, políticas y comunicacionales, que tienen mayor responsabilidad y se supondría que cuentan con mayor información, son los principales y entusiastas difusores de estas lecturas. Incluso, a veces, sospecho que no recurren a esas estrategias en sus confrontaciones únicamente instrumentalizándolas en función de sus intereses, sino que parece que se las creen.

Dado este panorama, la gran incógnita son los efectos de este bloqueo persistente sobre la credibilidad y la confianza en las instituciones y dirigencias políticas.

Por lo pronto, unos y otros creen que están ganando algo en ese juego, aunque sea únicamente para mantenerse vigentes. Pero, la brecha entre población y élites se sigue abriendo y hay evidencias del cansancio e irritación de cada vez más personas con todo el sistema, particularmente en estos tiempos de incertidumbre económica y temor ante el futuro.

La victoria de los otros

/ 6 de abril de 2024 / 07:46

La imposibilidad de una eventual victoria de un opositor al MAS en las elecciones presidenciales suele ser una suerte de sentido común en las narrativas de las diversas facciones del masismo. Sin embargo, la actual coyuntura de alta incertidumbre y desorden político está abriendo posibilidades para que tal evento ocurra y sobre todo está reconfigurando poco a poco algunas reglas de la contienda electoral que podrían favorecer los escenarios más insospechados en 2025.

Desde 2006, el MAS ha sido invencible en los sucesivos procesos electorales presidenciales y nacionales, sus niveles de votación siempre fueron notablemente superiores a los que obtenían las diversas alianzas opositoras que se crearon para intentar rivalizar con ellos. El segmento de electores con mayor fidelidad a la fuerza azul era bastante estable e involucraba a alrededor del 40-45% de la población, que además en coyunturas favorables podía llegar hasta el 65%. Frente a esa potencia, las oposiciones aparecían casi siempre minoritarias, muy concentradas en ciertas regiones y distritos, y notablemente volátiles en sus decisiones.

A esa disparidad, se agregan los devaneos ideológicos y sentimentales de las dirigencias opositoras que se han mostrado, por lo general, incapaces de leer y tomar en cuenta los cambios del país, encapsulados en sus burbujas sociales, más interesados en criticar y lamentarse del país en el que nacieron que de proponer un proyecto político-social alternativo.

De ahí que, en casi lógica de grupo de autoayuda, muchos políticos masistas recurren con frecuencia, supongo para sentirse mejor en medio de la descomposición de su fuerza, a referencias sobre la casi imposibilidad de una victoria opositora en 2025 debido a su falta de proyecto político, fragmentación, incompetencia o frivolidad.

Empecemos diciendo que ninguno de esos defectos parece en vías de solucionarse, la dirigencia opositora sigue empeñada en una mediocridad impactante, salvo algunas honrosas excepciones. Por tanto, no es gracias a ellos, ni a sus cambios, que la posibilidad de una victoria de algún no masista se está volviendo probable. Son los contextos y las incertidumbres sociales los que se están moviendo.

Parece simplista, pero así son las cosas aquí y en Mongolia: el coctel de división en el campo oficialista, gobierno de medio pelo, pasiones y odios internos desbordados y desconexión con la sociedad tiene costos evidentes, molesta a muchos, frustra y aburre a otro montón. La ingenuidad de arcistas y evistas es tal que piensan que jugando al victimismo van a lograr que sea el otro que cargue el pasivo, cuando la verdad es que los dos están quedando remal.

Pero eso no es lo peor, el problema más grave es que el desorden político, la prepotencia de las dirigencias y la gobernabilidad frágil, en la que está además envuelta la oposición, están descomponiendo a todo el sistema de representación, aumentando la deslealtad partidaria, fragilizando las convicciones ideológicas, despolitizando y finalmente creando masas de votantes volátiles y con pocas convicciones.

En ese contexto, la fragmentación electoral probablemente aumentará y el sistema de dos vueltas nos mostrará su cariz más dañino. Algo de eso ya lo hemos visto exacerbado en Perú y Guatemala, y podría ser todavía más destructivo si los actores se empeñan en judicializar el conflicto y debilitar al árbitro electoral.

Nos acercamos, por ejemplo, a escenarios de voto fragmentado, con dos masistas con alrededor del 20-25% y otros cuatro o cinco candidatos peleando por llegar al 15%. Lo cual derivaría en una segunda vuelta entre dos clasificados con alrededor del 20% de preferencias. Este es un escenario plausible.

Por supuesto, en semejante panorama, todo cambia, cualquier candidatura se viabiliza y se puede llevar el premio mayor. Conseguir 10 o 15 puntos no es tan difícil, requiere algo de reputación, alguna alianza de nicho eficaz, quizás algunos recursos bien invertidos en redes en el momento preciso, una personalidad que diferencia o cae bien y otras cualidades que no precisan ideas o proyectos políticos muy desarrollados.

Ya en segunda vuelta, la lógica será otra, habrá simplemente que jugar al mal menor y a los odios cruzados y rezar. Es decir, todos podríamos ser electos presidentes con algo de talento y recursos moderados. Lo que vendría después es más complicado, porque así la gobernabilidad futura es apenas una ficción, basta ver al Perú reciente para sentir pavor.  

Armando Ortuño es investigador social.

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Cuestión de fe

/ 23 de marzo de 2024 / 08:09

Los agudos desajustes de la política se están volviendo casi crónicos, nada se soluciona en los varios frentes de la batalla abiertos sin que las dirigencias parezcan conscientes de los severos problemas de gobernabilidad y el malestar social que sus barrocas pugnas están provocando. Las principales fuerzas siguen actuando con un inquietante desenfado como si todo estuviera bajo control.

La lucha por el poder se resume, para la mayoría de los actores, a una cuestión de fe más que a una lectura adecuada de la realidad social y las verdaderas correlaciones políticas.

Desde hace ya más de un año, somos testigos de una implosión en cámara lenta del sistema de partidos y de una creciente incapacidad de la política para generar certidumbres en la economía y en el funcionamiento de las instituciones. Lo peor es que pasan los días y meses y casi ninguno de los problemas que están produciendo esa situación se solucionan.

Al contrario, todos los actores aparecen obsesionados con sus estrategias de posicionamiento para las elecciones de 2025 sin importarles si en ese empeño erosionan la institucionalidad, bloquean políticas públicas o le complican la vida a la ciudadanía. Las dirigencias políticas se pelean entre sí, se hablan a si mismas y se preocupan solo de sus problemas como si ellos fueran el centro de todo y el resto estaríamos obligados a adecuarnos a sus intereses.

Las grotescas instrumentalizaciones políticas de cuestiones como el financiamiento externo o la realización del censo que hemos visto en estas semanas son una muestra del grado de decadencia del sistema, de la pérdida de su sentido de estado y de la desconexión de las elites políticas de las necesidades del país.

Atrapados en un tacticismo desesperante, los actores políticos parecen creer que sus deseos son la realidad, que lo están haciendo bárbaro y que así sus posibilidades electorales están mejorando. Todas las fuerzas políticas principales están atrapadas en burbujas cognitivas que les impiden ver no solo la realidad social sino la correlación de fuerzas con la que deben contar. Por eso todo esta bloqueado, porque las dirigencias operan sobre hipótesis falsas y lecturas erradas.

Basta ver, a los seguidores de Evo Morales convencidos que su congreso está vigente y la inhabilitación de su líder no es real, a partir de los argumentos de sus propios abogados, los cuales podrán tener elementos jurídicos sólidos pero que no consideran el desequilibrio de poder y el control de la institucionalidad que han logrado sus adversarios. Todos responden a coro que no necesitan un plan B, que la victoria es inminente, hasta que la realidad del poder les aparezca en toda su brutalidad.

De igual modo, los adherentes de Arce aparecen obnubilados por la fuerza que les otorga el control coyuntural del Poder Ejecutivo, creyendo que todo es posible, que sus apoyos sociales son por lealtad y no por prebenda, que su victoria es una cuestión de tiempo, sin percatarse que quizás su mayor problema no es controlar el partido o implosionarlo para refundarlo a gusto del cliente, sino enfrentar a electores desilusionados y molestos después de un gobierno mediocre e inmerso en el conflicto permanente y la crispación. Como la economía va muy bien y la gente es sorda y ciega, según ellos, la derrota de Evo parece ser lo único que les separa de la reelección.

Tampoco las oposiciones parecen muy ubicadas, inmersas en sus reflejos polarizantes, cada vez más alejados de los problemas reales de la población e ignorantes de un país y sociedad que se fueron transformando en estos años. Insisten en negar quince años de historia y volver al pasado, atrapados en su melancolía. Todos suponen que basta con el suicidio del MAS para que la republica retorne, se pueda hacer un ajuste macroeconómico y se viabilice una revolución liberal. Por eso, las candidaturas se multiplican en ese sector y solitos están construyendo una terrible camisa de fuerza ideológica que los terminará por identificar con una lógica contrarrevolucionaria que no tiene sustento social en el país.

Así pues, más que hacia un nuevo ciclo de consolidación del proceso de cambio masista o de contrarreformismo, vamos acercándonos a un escenario de fragmentación del poder, ausencia de ideas y de desilusión social que harán aún más difícil la gobernabilidad para cualquiera que se imponga en las elecciones del 2025. 

Armando Ortuño Yáñez es investigador social.

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Perfilar la esperanza

/ 9 de marzo de 2024 / 03:24

La izquierda boliviana está a la defensiva en el debate económico, ha perdido la iniciativa. Son tiempos crepusculares, de poca generosidad, pérdida de sentido de Estado e incertidumbre al interior del bloque popular. Al parecer todo vale, incluso demoler la herencia económica del proceso de cambio para derrotar al Gobierno, en un caso, o para desmerecer a Evo Morales en el otro.

Tampoco ayuda la mediocre gestión económica de la actual administración, su incapacidad comunicativa y su atrincheramiento en el fetiche “industrializador” como única respuesta a todos los desafíos económicos. El MAS, en todas sus facciones, parece haber dejado de ofrecer esperanza, rebosa, en cambio, de inercias estériles, poca imaginación, burocratismo y nostalgia de un pasado que ya no volverá.

Obviamente, en semejante contexto, la vía esta libre no solo para la crítica constructiva, sino para la exacerbación de la bronca contra las ideas económicas de la izquierda condimentada de irresponsabilidad, piromanía, exageraciones y propuestas primitivas.

Para los opositores, el gasto público y la deuda son un anatema; el Estado, un dispositivo diabólico y los servicios públicos, una ofensa. Ideas transmitidas con aires de indignación y transgresión en la moda de las extremas derechas globales. Trumpistas criollos en ideas y formas, poco originales, pero que están avanzando.

Recuperar la iniciativa intelectual es pues urgente desde el campo progresista. Eso implica reivindicar con claridad la transformación socioeconómica impulsada por el gobierno de Evo Morales con todas sus luces y, por supuesto, sombras. Solo podremos ir más lejos desde una lectura sincera e incluso descarnada de la economía y la sociedad que emergieron en estos 15 años.

Sobre todo, exige reivindicar principios que a algunos se les están olvidando a fuerza de parecer modernos o admisibles para las “clases medias”: la prioridad por los pobres y vulnerables, la lucha por la igualdad y una visión de un Estado, expresión de los intereses públicos que tiene un rol crítico en la economía y la sociedad. Sin que eso implique desentenderse de los desequilibrios macroeconómicos, reconocer fracasos y repensar instrumentos y estrategias.

Implica dejar claro que la justicia social es un poderoso factor para impulsar la emancipación y la libertad de todos los ciudadanos y particularmente de los que menos tienen.

Modernizar el Estado, acercarlo a los ciudadanos, despojarlo de sus burocratismos kafkianos, repensarlo como un actor estratégico con una visión sofisticada de los retos geopolíticos y económicos, ponerlo al servicio de la creatividad y necesidades de los ciudadanos son, por ejemplo, ineludibles tareas de esa renovación. Hay que subvertir al Estado desde adentro para que el proceso de cambio sobreviva.

Eso implica, de igual modo, tratar la cuestión de las industrias extractivas, que serán determinantes para cualquier trayectoria económica que elijamos, habilitar un nuevo salto infraestructural y educativo, proponer un nuevo trato a los territorios o perfilar respuestas económicas innovadoras a la dinámica sociedad plurinacional, plebeya e informal que hoy es hegemónica.

Esa nueva agenda, por supuesto, tiene que fundamentarse en una potente ambición social que proteja lo avanzado y que genere esperanza particularmente entre los que tuvieron fe en este proceso desde sus inicios, los pobres, los marginados, los que no tienen casi nada, pero deben estar siempre en el corazón de la izquierda y la patria.

Armando Ortuño es investigador social.

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Cuarto intermedio nacional

/ 24 de febrero de 2024 / 06:57

El torbellino político sigue haciendo lo suyo en Bolivia, vamos transitando de lo importante a lo grotesco sin que tengamos tiempo de dimensionarlo y reflexionarlo. La política parece descontrolada y empeñada en verse el ombligo, aunque a ratos aparecen destellos de lucidez que nos devuelven la esperanza. Así estamos, viviendo la crisis y casi sin dirigencias que nos digan a dónde vamos.

Dos eventos muestran las paradojas de este extraño tiempo. Casi al borde de la cornisa, el diálogo y el acuerdo entre el empresariado y el Gobierno oxigenaron una situación que se estaba complicando. Como que ambos actores se dieron cuenta que a nadie le conviene el colapso, salvo a los pirómanos que quieren ver arder todo para que se cumplan sus profecías. Su mayor efecto fue tranquilizar temporalmente a una ciudadanía desconfiada de la estabilidad económica del país.

Era urgente hacer algo, cualquier cosa, para recomponer expectativas y finalmente el Gobierno lo comprendió y fue capaz de dar un viraje político significativo. Más allá de saber que esos acuerdos no son una solución definitiva del problema, sino un primer paso en la buena dirección que requiere de más decisiones en los próximos meses, hubo alivio en moros y cristianos, entre los que me incluyo.  

Sin embargo, el genio de la entropía no nos deja descansar ni un día, a esas buenas señales le siguió la espantosa sesión en la Asamblea Legislativa Plurinacional: un crédito dizque aprobado después de más de 10 horas de zafarrancho y un cuarto intermedio hasta la siguiente semana. Si había que mostrar que el rey está kalancho, lo lograron: la ALP está bloqueada, al punto de ser inútil, en la ausencia ya ni siquiera de acuerdos mínimos para su funcionamiento, sino incluso de pautas de urbanidad. Solo esito es señal de ingobernabilidad e intranquiliza nuevamente a ciudadanos, choferes, inversores, tenedores de bonos y un largo etcétera.

Lo que las dirigencias políticas no parecen percatarse es que las cuestiones de gobernabilidad están interrelacionadas con el rumbo de la economía. Hay urgencia por dar señales de tranquilidad y de control en todos los frentes. La gente está cada día más cansada del jueguito de pasarse la pelota, hacerse al gil, acumular justificaciones o echarle la culpa a algún villano favorito, se espera soluciones de las autoridades o al menos la voluntad de ocuparse de lo que preocupa realmente a las mayorías.

En ese sentido, el Gobierno sigue emitiendo señales ambiguas, mueve una ficha inesperada y muy positiva con el acuerdo con el sector privado, pero sigue intranquilizando a los mercados informales de dólares cuando se sabe que se necesita con urgencia que esa vía también se normalice y sobre todo continúa empeñado en una querella política que tiene paralizada la Asamblea y que atiza una crispación e intranquilidad adicional al cohete.

Es difícil entender cuál es el objetivo gubernamental a la vista de la montaña de ocurrencias y declaraciones “random” de funcionarios de toda laya. Como decía una tuitera ocurrente, no parece que tenga mucha fortuna esa estrategia de hacerse “al facho con los progres y el progre con los fachos”, solo genera confusión, al punto que casi siempre alguien tiene luego que salir a aclarar lo dicho por algún afanado vocero. Al final, no quedas bien con nadie, todos te odian, no te perdonan ni una, te pegan y nos llevan a todos al bloqueo donde estamos lamentablemente estacionados.

Creo que ya es evidente, por ejemplo, que los problemas cambiarios se deben, por supuesto, a causas estructurales que hay que empezar a solucionar, pero también a especulaciones que tienen un ambiente excepcional para viralizarse en el denso clima de desaliento y desconfianza que se está generando desde la política y particularmente por la guerra interna del MAS.

No voy a ser tan ingenuo solicitando un gran acuerdo nacional que no tiene ninguna posibilidad de realizarse, pero al menos, por sobrevivencia, se esperaría algún intento de ordenar el barullo, particularmente de parte del Gobierno. Y eso pasa por reconstruir las condiciones mínimas para que la Asamblea pueda funcionar razonablemente. Usando términos sindicales, necesitamos un urgente “cuarto intermedio” nacional, para que los discordes vayan a tomarse un mate de tilo a sus cuarteles de invierno, sanen sus heridas, reflexionen sobre otras estrategias en las que no acaben suicidándose y le dan algo de alivio a este país estresado.

Armando Ortuño es investigador social.

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Sin tiempo para el duelo

/ 10 de febrero de 2024 / 04:19

El primer mes de este año fue un torbellino de conflictos y malos augurios en la política y la economía, ratificando que estamos en un tiempo de incertidumbre y ausencia de respuestas desde la dirigencia e incluso en la propia sociedad. Podríamos dedicarnos a evadir esa incómoda realidad, desear que vaya a peor, buscar culpables o lamentarnos, el cinismo, el furor y el temor son siempre malos consejeros.

Otra tentación es pensar que será suficiente que los dirigentes involucrados en este desorden tomen “consciencia” o tengan alguna iluminación divina o ideológica para que modifiquen sus comportamientos y arreglen el lío, no seamos ingenuos. Más bien, es necesario entender que detrás de todo esto, hay algunas tendencias de largo plazo que se debe enfrentar.

Desde al menos 2018, se intuía que estábamos frente a un necesario periodo de recomposiciones y adaptaciones. Obviamente, no pensábamos que iba a ser tan conflictivo. Los eventos de los años posteriores fueron los primeros temblores de los cambios tectónicos que venían por delante. La movilización contra los golpistas y la elección de 2020 se constituyeron en una oportunidad de aterrizar con suavidad para luego despegar.

En esos años le dije a un amigo que el triunfo de Arce era la última elección del viejo ciclo, que era una anomalía fruto de la desastrosa y criminal presidencia de Áñez. Había que abrir un nuevo tiempo, habilitar una adaptación menos peligrosa. Tarea nada fácil pero que no se hizo, aunque se debe reconocer que las crisis globales tampoco ayudaron.

Pero eso no justifica, solo contextualiza, los grandes desaciertos de la dirigencia política, principalmente oficialista, en los últimos dos años. Lo digo sin rencor, pero con la severidad de un elector y ciudadano desilusionado. Tendremos pues que vivir tiempos de crisis y salir fortalecidos de los mismos, no hay otra, sin llorar, como dice la morenada.

La dificultad es que no hay salidas rápidas ni simples, pues hay cambios de fondo en el mapa del poder, en las expectativas de los ciudadanos y en la economía que se deben tratar. Por ejemplo, el derrumbe de la gobernabilidad hegemónica es casi ya un dato ineludible. Hoy, el oficialismo ni siquiera es ya la fuerza preponderante en la Asamblea Legislativa, al punto que para intentar domarla está teniendo que recurrir a manipulaciones político-judiciales que solo degradan aún más sus posibilidades de construir estabilidad.

Al mismo tiempo, la poderosa alianza político-social que estuvo en la base de 15 años de gobierno transformador está inmersa en un proceso de descomposición de su forma original. Lo más visible es la crisis de su pilar corporativo, escindido entre la captura prebendal por el Gobierno y la fragmentación desilusionada de sus bases, pero no menos importante es la desafección de los electores populares individuales que no entienden el sentido de la pelea de la dirigencia masista y sobre todo que no ven sus intereses considerados por esas élites.

¿Eso quiere decir que el masismo está muriendo, para felicidad de algunos? No lo creo, quizás solo está mutando a otras formas de adhesión. Igual que vivimos 15 años con un bloque opositor sociológicamente sólido, pero sin representación partidaria, tal vez estamos ante la emergencia de un bloque masista, igual de fuerte en su adhesión a las ideas y legado del Estado Plurinacional, pero con similares desconfianzas con las dirigencias que dicen representarlas. ¿Fragmentación partidaria coexistiendo con bloques político-ideológicos sociológicamente fuertes?

De igual modo, las turbulencias en la economía no son solo resultado de los errores del Gobierno actual, sino de la emergencia de un nuevo mapa de poder económico, donde los sectores privados, formales e informales, tienen más fuerza, en el que el Estado empresario sigue siendo importante, pero con signos de agotamiento por el fin del ciclo del gas. Parte de la respuesta a la crisis actual está en repensar en una economía política para ese nuevo mundo.

Al escribir esta nota no dejaba de sentir cierto vértigo, debo confesarlo, pero se me fue pasando por la urgencia de trabajar, no hay tiempo para el duelo en estos días de Carnaval, hay mucho por hacer por nuestro gran país.

Armando Ortuño Yáñez es investigador social.

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