El interventor
Los delitos financieros producto de la danza de millones de dólares pueden convertirse en olor a muerte. Son aquellos que se urden desde oficinas ejecutivas con vistas panorámicas de la ciudad en la que se cometen.
Son tantas las películas sobre Wall Street que hemos visionado en las últimas cuatro décadas, que dichos como “detrás de una gran fortuna hay un gran crimen” o “hay que matar a X porque sabe demasiado, pero por favor, que parezca un accidente” forman parte de los manuales de las grandes estafas y desfalcos financieros.
Poseer tres casonas —no alcanzan a mansiones— avaluadas en aproximadamente $us 4 millones tiene que por lo menos parecer escandaloso ante los ojos de los de a pie que deben remar a diario, urgidos por parar la olla del almuerzo.
Un banquero ejecutivo que ha invertido semejante cantidad de dinero para vivir a cuerpo de rey es porque tiene de sobra con qué hacerlo y la ostentación es nada más que el rasgo frívolo de un estilo de vida producido por la adicción al dinero, la más devastadora de las adicciones de este siglo XXI por encima de todos los psicotrópicos juntos.
A Carlos Alberto Colodro, trágicamente fallecido en el día de la madre boliviana, le encomendaron la escabrosa tarea de investigar las rutas del dinero de un banco con nombre de error ortográfico: A estas alturas, en lugar de Fassil ya hay condiciones y hallazgos para llamarle Difissil. Y mortal.
Colodro, según informaciones generales, había construido una carrera funcionaria que le permitía un buen pasar, esto es, no necesitar trabajar para seguir transcurriendo sin sobresaltos a sus 64 años.
He aquí entonces la primera gran pregunta que no se ha hecho hasta ahora: ¿Para qué convertirse en el interventor de un banco que apesta por todos sus rincones, incluidas sus bóvedas?
La carrera de este economista nacido en Sucre llegó incluso con su firma a los billetes de nuestro sistema monetario en su calidad de Gerente General del Banco Central de Bolivia.
Acabo de revisar y la muy concisa firma del hombre en cuestión está en el papel moneda con el que nos manejamos todos los días, ese papel moneda que, según el Banco Unión, nunca llegó procedente del Fassil-Difissil en los primeros días en que Colodro tomó posesión de sus responsabilidades.
En entrevista radiofónica (programa Cable a tierra, radio Éxito Bolivia 93.1 FM) del martes 30 de mayo, la extrabajadora del banco quebrado Bisney Conde nos contó que ella, junto con algunos que fueron sus compañeros, veía cómo “salían camiones Brinks con efectivo”. ¿Cuáles eran las rutas de esos cargamentos? Nadie sabe. Nadie responde. Muy pocos preguntamos.
Según la carta-despedida del suicidado, quedó sólo, y escribió en código que lo que iba a hacer a continuación pasaba porque ya lo habían matado.
Nadie le contestaba las llamadas, “vaya uno a saber por qué”, duda que debió conducirlo a insistir conversar con sus superiores, entre los cuales destaca el director general de la Autoridad de Supervisión del Sistema Financiero (Asfi), Reynaldo Yujra, que en el día de la posesión del sustituto de Colodro, ni siquiera por guardar las formas, recordó las circunstancias que obligaban a nombrar a Luis Gonzalo Araoz Leaño, otro profesional con muchísimos años de experiencia de trabajo en entidades bancarias y que con lo acontecido, probablemente pedirá servicio de seguridad personal 24/7, cosa que a Colodro, ni a sus mandantes, les pareció importante solicitar.
A continuación del descubrimiento del cuerpo inerte de Colodro, estampillado en plena vía pública de la avenida San Martín, irrumpió en el escenario el abogado Jorge Valda, controvertido personaje defensor de políticos vinculados a la conspiración y al golpe de Estado de 2019.
El jueves 1 de junio nos enteramos que al hombre en cuestión que repitió hasta la saciedad para las cámaras televisivas que a su “cliente” lo habían asesinado, no fue contratado por la familia del fallecido interventor y aquí surgen más dudas: ¿Por qué la familia Colodro no fijó posición, o por lo menos no informó oportunamente que ellos no habían requerido los servicios profesionales de Valda?
Veinticuatro horas antes de su suicidio, Colodro dirigió una reunión en la que habrían participado abogados, extrabajadores, una diputada del MAS y un representante de la Defensoría del Pueblo. ¿Cuán trascendente fue esa reunión? ¿Qué se conversó en la misma? Todo indica que nunca lo sabremos.
Tiene que haber un móvil poderosísimo para que al suicidado interventor le haya reventado el alma y esto necesariamente tiene que ver con lo sucedido en el trayecto de sus 30 días de tareas. Mientras tanto, los nombres de los principales beneficiarios con los créditos vinculados ya se encuentran en el escenario público, por lo que la nueva labor interventora pasa por no perder la pista del dinero manejado por Ricardo Mertens y compañía.
La Asfi tiene mucho que contestar y las preguntas clave en esta oscura trama debieran estar a cargo del Ministerio Público. La transparencia de la información que vaya a obtenerse ya es harina de otro costal.
Julio Peñaloza es periodista