El retorno de la bohemia

Entre las vertiginosas mutaciones que sacuden al mundo, las tendencias del estilo de vida se imponen principalmente por la vulgarización de las redes sociales, dominadas —en gran medida— por los o las influencers cuya incitación al consumo contagia con notorio impacto principalmente a las nuevas generaciones. Pero esa inclinación también llega al ámbito de la cultura, la literatura, la medicina, o la música, sea esta criolla o clásica. Entre la última llama la atención que en Paris reapareciera en diversos escenarios la ópera que Giacomo Puccini estrenó en 1896 bajo el membrete de La Boheme (La bohemia), retratando en sus cuatro actos la juerga parisina vernácula de los años 30 (1830) como un himno a la libertad, a la juventud y al romance. En el imaginario colectivo de la época los bohemios imitaban el modo de vivir de las migraciones gitanas rebalsadas de la provincia eslava de Bohemia, gente nómada, sin domicilio fijo, que amaba la emancipación y vivía al día con pocos medios. Ello inspiró a Puccini el libreto basado en la obra de Henry Murger Escenas de la vida de Bohemia, en la cual evoca el buen pasar cotidiano de jóvenes escritores, pintores, actores y estudiantes que soslayaban el frío y el hambre alimentados por la esperanza de llegar a ser en el futuro célebres y famosos por sus dotes en ciernes y el gozo de aguardar unidos ese brillante porvenir. Dejaron atrás la costumbre de guarecerse bajo el ala de un mecenas o de algún noble oscuro y se atrevían a jugar con su destino. Puccini, en realidad, reproducía su propio andar junto a su pandilla de bohemios que, en su obra, brincan a la palestra como los personajes protagónicos.
Mas adelante, el compositor franco-armenio Charles Aznavour recogería en aquella canción La Boheme, idéntica trama en sublimes versos nostálgicos que trinan, por ejemplo, asi: Yo les hablo de un tiempo/que los menores de 20 años/no pueden comprender; y continua: yo pasaba hambre/y tú posabas desnuda/no comíamos si no un día, de cada dos; y, sin embargo: con el estómago vacío/no dejábamos de creer que nos llegaría la gloria/éramos jóvenes, éramos locos.
En los años 60, detestando la guerra en Vietnam, surgió en Estados Unidos y luego se propagó planetariamente la corriente hippy que era la moral fundada en la no-violencia y en la hostilidad a la sociedad industrial, osado estilo de ser pregonando la libertad en todos los campos que favorecía la vida en comunidad, el uso de drogas y el estímulo de las relaciones humanas basadas en el principio de “paz y amor”. En suma, el rechazo a los valores burgueses.
Hoy día, la actual generación prisionera del teléfono portable y de la inefable computadora, se da modos para imponer su peculiar moda de vestir, de comer, de beber y de amar, sin seguir los patrones clásicos de la chaqueta, la corbata y las inagotables tarjetas de crédito. El automóvil ya no es un sueño dorado, porque las trotinetas y los patines son más veloces y prácticos. Pero lo sorprendente es que la gente de la tercera edad también se esfuerza por seguir la corriente hacia la simplicidad en el atuendo y la fatuidad en las diversiones.
(*) Carlos Antonio Carrasco es doctor en Ciencias Políticas y miembro de la Academia de Ciencias de Ultramar de Francia.