No salgas de casa, ni hables con extraños
Los cuentos infantiles lo repiten hasta el cansancio. Senobia, Rosa, Samantha, Eliana, Katherine y cientos de mujeres no rompieron la regla, pero hoy están muertas, y no fue ni lejos de casa, ni en manos de un desconocido.
“45 feminicidios entre el 01 de enero y el 27 de junio de 2023”, “La semana más trágica con seis feminicidios”, “El país ocupa el primer lugar en el ámbito sudamericano y el cuarto en Latinoamérica en feminicidios”. Cifras, titulares, historias que develan un mapa de odio y desprecio por la vida de las mujeres. El Estado les falló, las políticas públicas son insuficientes, la prevención como eje permanente de acción no existe, los programas para promover la autonomía económica de las mujeres son minúsculos, la educación integral en sexualidad una disputa cargada de prejuicios… las intenciones a medias. ¿Y la Justicia? Irónico, la Justicia está en el banquillo de los acusados.
Pero también les fallamos todas y todos con cada comentario insolente, con cada prejuicio acusador, con cada duda que derrama y esparce culpas donde no caben. ¿Algo habrán hecho? Seguramente sí: caminar solas, estar bien, experimentar, amar, disfrutar, sentirse libres. No importa qué hicieron o dejaron de hacer, las mataron haciendo gala de la crueldad más despiadada. Las mataron por decir no.
Y nada parece suficiente, seguimos cuestionando que se trate de feminicidios o banalizando el tema preguntándonos a cuántos hombres se asesina por semana, qué poco hemos entendido o queremos entender. Andrés Montero Gómez, psicólogo madrileño, señala que “el hombre agresor no ejerce su violencia hacia la mujer en la conciencia literal de que lo hace porque ella es una mujer, sino en la convicción de que tiene derecho a someterla, a corregirla como persona, porque tiene superioridad moral sobre ella”, y esta superioridad moral, en sociedades como las nuestras, se ejerce y manifiesta en nuestras vidas.
¿Y las hijas e hijos? ¿Algo habrán hecho también? No, ellas y ellos se convierten en un instrumento de venganza cuyos mensajes son “te voy a dar donde más te duele”, “te voy a matar, a vos y a tus hijos”. Cumplen su palabra ejerciendo violencia vicaria, aquella que tiene como objetivo dañar a la mujer a través de sus seres queridos, y especialmente de sus hijas e hijos, llegando incluso a causarles la muerte. No son solo manifestaciones misóginas las que se develan en estos casos, son también la muestra irrebatible de una estructura patriarcal y adultocentrista, donde la niñez no tiene valor y se usa para demostrar posesión y dañar a las mujeres.
Ante decenas de crónicas de muertes anunciadas la indiferencia no cabe. Sus muertes son también nuestras; sus velorios deben ser colectivos para pedir justicia, para prevenir otras desgracias, para exigir que no haya políticas y verdades a medias, para exigir que el Estado nos escuche, nos crea y nos cuide, para dejar que nuestras niñas y adolescentes —porque son “nuestras”—, salgan de casa, pero, sobre todo, vuelvan a casa.
¿Algo habrán hecho? La pregunta debería ser ¿cuánto dejan de hacer quienes tienen la obligación de proteger nuestro a derecho a vivir sin miedo?
Cecilia Terrazas Ruiz es comunicadora social/feminista.