Voces

Friday 11 Oct 2024 | Actualizado a 07:54 AM

No salgas de casa, ni hables con extraños

/ 8 de julio de 2023 / 02:06

Los cuentos infantiles lo repiten hasta el cansancio. Senobia, Rosa, Samantha, Eliana, Katherine y cientos de mujeres no rompieron la regla, pero hoy están muertas, y no fue ni lejos de casa, ni en manos de un desconocido.

“45 feminicidios entre el 01 de enero y el 27 de junio de 2023”, “La semana más trágica con seis feminicidios”, El país ocupa el primer lugar en el ámbito sudamericano y el cuarto en Latinoamérica en feminicidios”. Cifras, titulares, historias que develan un mapa de odio y desprecio por la vida de las mujeres. El Estado les falló, las políticas públicas son insuficientes, la prevención como eje permanente de acción no existe, los programas para promover la autonomía económica de las mujeres son minúsculos, la educación integral en sexualidad una disputa cargada de prejuicios… las intenciones a medias. ¿Y la Justicia? Irónico, la Justicia está en el banquillo de los acusados.

Pero también les fallamos todas y todos con cada comentario insolente, con cada prejuicio acusador, con cada duda que derrama y esparce culpas donde no caben. ¿Algo habrán hecho? Seguramente sí: caminar solas, estar bien, experimentar, amar, disfrutar, sentirse libres. No importa qué hicieron o dejaron de hacer, las mataron haciendo gala de la crueldad más despiadada. Las mataron por decir no.

Y nada parece suficiente, seguimos cuestionando que se trate de feminicidios o banalizando el tema preguntándonos a cuántos hombres se asesina por semana, qué poco hemos entendido o queremos entender. Andrés Montero Gómez, psicólogo madrileño, señala que “el hombre agresor no ejerce su violencia hacia la mujer en la conciencia literal de que lo hace porque ella es una mujer, sino en la convicción de que tiene derecho a someterla, a corregirla como persona, porque tiene superioridad moral sobre ella”, y esta superioridad moral, en sociedades como las nuestras, se ejerce y manifiesta en nuestras vidas.

¿Y las hijas e hijos? ¿Algo habrán hecho también? No, ellas y ellos se convierten en un instrumento de venganza cuyos mensajes son “te voy a dar donde más te duele”, “te voy a matar, a vos y a tus hijos”. Cumplen su palabra ejerciendo violencia vicaria, aquella que tiene como objetivo dañar a la mujer a través de sus seres queridos, y especialmente de sus hijas e hijos, llegando incluso a causarles la muerte. No son solo manifestaciones misóginas las que se develan en estos casos, son también la muestra irrebatible de una estructura patriarcal y adultocentrista, donde la niñez no tiene valor y se usa para demostrar posesión y dañar a las mujeres.

Ante decenas de crónicas de muertes anunciadas la indiferencia no cabe. Sus muertes son también nuestras; sus velorios deben ser colectivos para pedir justicia, para prevenir otras desgracias, para exigir que no haya políticas y verdades a medias, para exigir que el Estado nos escuche, nos crea y nos cuide, para dejar que nuestras niñas y adolescentes —porque son “nuestras”—, salgan de casa, pero, sobre todo, vuelvan a casa. 

¿Algo habrán hecho? La pregunta debería ser ¿cuánto dejan de hacer quienes tienen la obligación de proteger nuestro a derecho a vivir sin miedo?

Cecilia Terrazas Ruiz es comunicadora social/feminista.

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Antihombres a la carta

/ 8 de mayo de 2024 / 12:53

Habló Andrónico Rodríguez, se incendian los discursos, se exhiben los fundamentalismos, afloran los indignados. Se descaran, o se desenmascaran, que para el caso es lo mismo. Nos paramos en una acera o en la otra, mientras ayer enterraron a Viviana, hoy mataron a Remigia. Mañana, con seguridad, seguiremos descontando.

¿Que la Ley 348 debe modificarse? Por supuesto que sí, el sistema de justicia y sus operadores instalan y replican decenas de obstáculos para que la norma no cumpla su cometido, lo sabemos. Así como sabemos que esta ley establece que las denuncias falsas sean sancionadas o que los hombres pueden valerse de ella para denunciar hechos de violencia.

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“No aclares que oscurece”, decían las abuelas. Andrónico no lo entendió e insistió en un desentonado discurso patriarcal, “esta ley es antihombres”, y entonces resulta que la ley es el origen de todos los males; que si ayer las mujeres fuimos brujas, hoy somos las abanderadas de una ley que destruye familias.

Pero no son los violadores los que destruyen familias, no son los padres que dejan de pagar la manutención infantil, no son los más de 50.000 hombres denunciados anualmente por violentar a sus parejas, no son los 81 feminicidas que en 2023 asesinaron a una mujer de su entorno afectivo. Ellos no, porque siempre será más cómodo culpar a las mujeres, dónde andaba, qué tomaba, cómo se vestía; preguntas que reflejan una incapacidad de preguntarse qué tienen que ver los hombres con las violencias que el patriarcado ejerce sobre las mujeres y sobre ellos mismos.

¿Antihombres? No existe un movimiento social o político que sea anti-hombres. Los feminismos no se sustentan en la discriminación ni la violencia contra los hombres. No hay grupos de mujeres organizadas para cometer actos atroces como violaciones, mutilaciones genitales o para comprar y vender cuerpos de niños, pero tienen el descaro de usar la palabra feminazi, acuñada para desacreditar al movimiento feminista, desconociendo que su apuesta es una sociedad donde hombres y mujeres vivan en igualdad derechos, condiciones y libertades. El feminismo existe como respuesta a la rabia, al dolor y la impotencia frente a un patriarcado que insiste en la falsedad de que “todos somos iguales”, aunque esa “igualdad” le cueste la vida a decenas de mujeres cada año.

¿Que los hombres sufren violencia? No lo negamos, como tampoco negamos que si un hombre denuncia a una mujer por maltrato, recibe a cambio la burla de sus congéneres y el estigma de que es “menos hombre”, pero estas etiquetas las han creado y sostenido los propios hombres. 

¿Que odiamos a los hombres? El discurso de odio viene del patriarcado, no lo queremos, no lo aceptamos. No hay una agenda antihombres, lo que hay es una arremetida contra los derechos de las mujeres y contra el feminismo, un interés por ponerlo en el banquillo de los acusados, por invalidarlo equiparándolo con el machismo, por mantener el statu quo, por no perder privilegios, por la incapacidad de mirar que ni la calle, ni la escuela, ni la casa son iguales para todas y todos.


(*) Cecilia Terrazas Ruiz es feminista y comunicadora social

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Hablar cuando se puede, no cuando ‘se debe’

Un estudio revela las historias de vida de niños, niñas y adolescentes víctimas del incesto en Bolivia

Por Cecilia Terrazas Ruiz

/ 10 de marzo de 2024 / 06:29

El cuerpo es un documento vivo, contiene rutas, atajos, territorios, palabras y, por supuesto silencios. La violencia sobre los cuerpos de las niñas, niños y adolescentes es una constatación de que ese documento vivo es invariablemente intervenido, forzado, colonizado, patologizado, nombrado e interpretado por otros.   

¿Quiénes son esos otros? Un Estado que no establece medidas reales y sostenibles para prevenir, atender y sancionar la violencia contra las mujeres, la niñez y la adolescencia —prueba de ello es que el incesto no está tipificado como delito en el Código Penal, solo es un agravante—, un sistema educativo que prefiere marchar antes que implementar la educación sexual integral; una sociedad patriarcal y machista que remarca que los cuerpos de las mujeres y las niñeces son de todos, menos de ellas mismas, y por supuesto las familias, que no solo son el primer espacio en el que se reproduce el poder, sino en el que pueden encubrirse los más dolorosos secretos.   

El incesto es precisamente uno de esos secretos detrás de la puerta, en un espacio que expone lo oscuro —oscurísimo— de la contrariedad: una hija, una sobrina, una hermana, una nieta, violadas por su padre, su tío, su abuelo, su hermano. Las definiciones técnicas sobre el delito sobran, se las puede encontrar haciendo click, pero lo que poco se dice es que cuando se sufre incesto se tiembla, se tiene frío, dolor, vergüenza, asco. La palabra familia estremece, el lenguaje se trastoca y el silencio se instala.

¿Pero qué factores contribuyen a mantener esos secretos? En diciembre del 2023 el Instituto de Investigaciones en Ciencias del Comportamiento (IICC) de la Universidad Católica Boliviana, en colaboración con Save the Children, presentó la investigación Trazando el camino hacia la revelación: la importancia de abordar el incesto contra niñas, niños y adolescentes desde las dinámicas familiares, que devela, entre varios otros elementos, que frente a los agresores las fronteras familiares desaparecen, la privacidad de las y los niños se ve afectada, se les expone a comportamientos inapropiados entre adultos y también hacia ellos y ellas. Esta falta de privacidad causa confusión, pues se piensa que lo que se vive “es normal”.

El estudio también corrobora que el incesto no es un evento aislado, sino una práctica que se perpetúa a lo largo de generaciones, y se sostiene en disparidades de poder instaladas en un patriarcado cotidiano y cómplice del secreto. El miedo, la vergüenza, y la culpa obligan a las víctimas y sus familias a guardar silencio.

“Años después le conté a mi madre lo que me pasó, ella me confesó que también había vivido algo parecido cuando era niña…ocurrió en su propia casa…”. “Le confié a mi prima lo que había pasado… me dijo: ‘No sé por qué te sientes mal o te culpas… eso es normal, todos los hermanos hacen eso’”. “Le conté a mi mamá sobre lo que sucedió con mi abuelo, pero ella dijo algo como, ‘no, no creo que haya pasado así’”. (Extractos de entrevistas recogidas en el estudio, 2023). Según datos del Ministerio de Justicia y Transparencia Institucional (2023), en Bolivia el 42% de los casos de violencia sexual hacia niños, niñas y adolescentes ocurre dentro de los hogares y es perpetrado por el grupo familiar.

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Detrás de las cifras están las zanjas, las heridas punzantes, pero también el exilio voluntario de las y los sobrevivientes, que deben plantarse frente a la pregunta ¿por qué no denunció?, o como marca el estudio del IICC ¿por qué se perpetúa el secreto? Muy probablemente porque la palabra de las infancias y adolescencias se pone en duda con la misma ligereza con la que se sostiene que las mujeres que denuncian violencia son “locas”, “histéricas”, “exageradas”, un mito construido para conservar discursos opresores y justificar desigualdades. Como escribe Sosman, “esas son las mujeres cuyos relatos hay que cuestionar”, queda claro que dudar de su palabra sigue siendo una de las vías más efectivas de naturalizar y minimizar la violencia.

El archivo del desastre está ahí, el incesto no solo toma el cuerpo, toma la memoria y las palabras. La sanción de los delitos sexuales no debe prescribir, las personas hablan cuando pueden, no cuando “deben”.

Para acceder al estudio visitar: https://www.iicc.ucb.edu.bo/wp-content/uploads/2023/12/Trazando-el-camino-hacia-la-revelacion-1-1.pdf

Texto: Cecilia Terrazas Ruiz

Ilustración: Miguel Mealla Black

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Música, mate, sociales y EIS

/ 31 de marzo de 2023 / 01:58

“Tía, el otro día el profesor de Biología nos pidió que nos sentemos en círculo e hizo que nos pasemos de mano en mano una flor. Al final de la dinámica, frente a una rosa medio marchita por el traqueteo y las risas, la reflexión fue: esta flor es como las mujeres, si van de mano en mano o si no se conservan vírgenes y puras se marchitan”. ¿Conversación familiar en 1829? Error. 2023, un día cualquiera.

Sin duda, el nuevo caballito de batalla para los grupos antiderechos en el país es la educación integral para la sexualidad (EIS), hoy propuesta dentro de la nueva malla curricular para las y los estudiantes. Casualidad o no, los mismos que se oponen a la EIS encabezan la lista de los que se oponen a los derechos de las mujeres o a las libertades como principio de vida, quizás porque es más cómodo recurrir a los prejuicios encajonados sobre la sexualidad, porque siguen pensando que la mejor forma de aprender sobre el tema es la pornografía o lo que digan los amigos, o porque es mejor mantener el statu quo y que las y los estudiantes sigan aprendiendo “a trancazos”.

Para nadie es ajeno que en el sistema educativo se mantienen y refuerzan roles y estereotipos de género que recaen en violencia y discriminación. En gran medida, esto responde a un equivocado abordaje de la sexualidad como algo que debe ser reprimido, prohibido o, en el mejor de los casos, ligado únicamente a lo biológico y reproductivo.

Mientras las discusiones giran entre lo que es sexo o sexualidad, esta es una dimensión que va mucho más allá de lo coital. Los datos de la Fiscalía General del Estado muestran que en 2022 se registraron 6.206 denuncias por violación de niños y adolescentes, 5.812 casos de abuso sexual, 5.696 por el delito de violación y 2.374 por estupro; o que en 2021 hubo en promedio 109 embarazos al día de niñas y adolescentes de entre 10 y 19 años; y que ese mismo año se registró un promedio de seis gestaciones por día en menores de 15 años (según el SNIS-VE del Ministerio de Salud y Deportes, 2021).

Todos estos datos preocupantes pueden y deben ser atendidos desde la prevención, porque está claro que los embarazos de niñas y adolescentes no son parte de sus proyectos de vida, son más bien consecuencia de una fuerte desigualdad de género que legitima la violencia, de los prejuicios en torno a la sexualidad, de la falta de políticas públicas para el desarrollo y cuidado de la niñez y adolescencia y, por supuesto, de una ausencia de una verdadera EIS en las escuelas.

Y precisamente la prevención es la base de la EIS, un proceso de enseñanza y aprendizaje que aborda conocimientos, emociones, desarrollo del cuerpo, formas de pensar, sentir y de relacionarnos; autorreconocimiento, consentimiento, maternidades deseadas, identificación de abuso sexual y demás violencias, y no así lo que circula frecuentemente en medios y redes sociales: permisividad sexual sin control, irresponsabilidad, falta de valores, etc.

Aun cuando existe un marco normativo nacional y compromisos internacionales que exigen que la EIS se ponga en práctica como un derecho en un Estado laico como el boliviano, es lamentable que este tema siga manejándose discrecional y únicamente en el espacio “privado”, con todos los riesgos que ello arrastra, o en último caso, que todo lo relacionado con la sexualidad se reduzca a información socializada entre pares o redes sociales.

Entonces, ¿por qué prenderle fuego a un derecho impostergable? Es negarse a la posibilidad de proteger la salud y bienestar de niñas, niños, adolescentes, jóvenes y sus proyectos de vida; a la enseñanza de una sexualidad con responsabilidad, respeto, libertad, prevención de enfermedades, elección sobre la maternidad/ paternidad; para promover vidas sin violencia, comunicación afectiva, respetuosa y autocuidado. Cuidado que las respuestas nos paralicen, o nos devuelvan en el tiempo.

Cecilia Terrazas Ruiz es comunicadora social y feminista.

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Nos deben mucho

/ 30 de enero de 2022 / 00:10

Una vez más la realidad supera la ficción. Cuánta nausea, cuánta rabia que encorva el cuerpo. Si escucharlo nos indigna, imaginar a una madre, a una hermana, a una familia buscando entre montañas de ropa alguna pista que marque el camino de la justicia, o que represente una marca donde volcar tanto dolor, sin duda es indescriptible.

La violencia sexual es el denominador común de los espacios de noticias, esta vez llegaron más de setenta de golpe, en manada, en grupo y a desplegar a un sistema patriarcal que se ensaña con el cuerpo de las mujeres, que las condena al miedo, a la violencia, a la tortura, y que encuentra justificaciones en un desgastado, pero todavía vigente, discurso de “psicopatología” —tan de la mano con los “crímenes pasionales”— todo sirve para no poner el dedo en la llaga por temor a seguir llenándose de sangre, de todas maneras, pus es lo que sobra.

Es precisamente el mismo sistema que tiene a tantas y tantos repitiendo “que las mujeres exageran”, o que las sigue culpabilizando de violaciones y feminicidios, como si tener que avisar “llegué, y llegué viva” deba ser la “normalidad”, otra vez se trata de un abanico de excusas atrincherado en mostrar que a las mujeres se las prefiere muertas antes que libres.

Desde luego a Richard Choque Flores es más cómodo llamarlo “psicópata sexual desalmado”, o “narco extorsionador”, libera conciencias y culpas, y hasta dispone más de un escenario para reproducir lo que Rita Segato llama la “Pedagogía de la crueldad”, en el que los relatos públicos morbosos no solo son peligrosos por el efecto de contagio que producen, sino por lo que ella misma denomina como “endurecimiento de la piel colectiva de la sociedad”, proceso en el que se ve disminuida la posibilidad de ponernos en el lugar de la otra persona, sentir empatía, cuidado y respeto.

Están estos términos, pero también a los feminicidas se los describe como “monstruos”, y el problema con ellos —volviendo a Segato— es que los monstruos son temibles, pero poderosos, y el poder sigue ocupando el podio de los mandatos masculinos en el sistema patriarcal, en el que a las víctimas se las vuelve a quebrantar, a violar, a matar. La Justicia, la Policía y el sistema no funcionan; y la sociedad muchas veces cambia la página, hace click.

Con nombres y apellidos de los culpables, que sabemos que también vienen en manada, hay que exigir y tomar justicia, pero también será necesario dejar la comodidad y que la violencia no nos dé lo mismo, o nos indigne un 25 de noviembre, que la soberanía no sea solo la propia, que el silencio no sea cómplice, que no tenga que pasarnos “para que algo pase”.

Hoy está en las noticias y el Estado es responsable. La dignidad, la libertad, la justicia, la vida, a las mujeres nos deben mucho.

Cecilia Terrazas Ruiz es feminista y comunicadora social.

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