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La culpa del MAS

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Carlos Moldiz Castillo

El MAS no tiene la culpa de la polarización en el país, ni de los incendios en la Amazonía ni tampoco de que no tengas pega.

Tuve la discutible suerte de haber nacido mucho antes de que el MAS llegue al poder. Era muy joven, pero todavía lo recuerdo. En 2003, la situación económica era tan crítica que los albañiles desayunaban sopa de cebo para darse energías. Era un caldo hecho de exclusivamente grasa de res, la misma que se utilizaba en las clases de labores para hacer velas. Tal cual. Comer carne cada semana era una preocupación para la mayor parte de las familias, al menos de aquellas cuyos hijos estudiaban en el sistema fiscal o semifiscal, como la mía. El alumbrado público era deficiente allá del centro de la ciudad, y el salario mínimo no superaba los Bs 700. No alcanzaba para nada.

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Pero hoy me encuentro con amigos míos que están totalmente convencidos de que todos sus problemas pueden resumirse a este partido. Algunos, en claro arrebato de locura, creen que, si la Revolución Nacional de 1952 no hubiera ocurrido, ellos serían cómodos terratenientes hijos de audaces empresarios agrícolas con inversiones productivas. Generalmente no respondo a sus ataques, pero creo que, por su propio bien, es necesario aclarar algunas cosas:

En primer lugar, el MAS no tiene la culpa de que no tengas empleo. ¿Se los dan solo a los miembros del partido? Tal vez, ojalá, pero aquella decepcionante tradición fue inaugurada, si mal no recuerdo, por René Barrientos Ortuño, allá por los años 60, cuando se dio cuenta de que la mediación de su gobierno con la sociedad podía engrasarse con puestos en el aparato público. El clientelismo político es sin duda condenable, pero es al menos explicable cuando la sociedad en la que vives tiene tan pocas fuentes de riqueza que el Estado es una de las pocas de las que se puede tener certeza. Y ello es así porque tu país se especializó tanto en producir solamente materias primas que la idea de una industria de cualquier tipo es solo un sueño. Las fábricas no son posibles acá porque algo llamado neoliberalismo hace más barato importar bienes que producirlos aquí.

En segundo lugar, el MAS no es la fuente de polarización política en Bolivia. Yo sé que les hubiera gustado vivir en un país en el que no se enfrentara a indígenas en contra de no indígenas, pero resulta que viven en el único de Latinoamérica que decidió cobrar impuestos a una parte de su población solo por el hecho de serlo, y uno de los que más masacres y matanzas ha cometido en contra de su propia población civil solo a partir de criterios raciales, cerrando toda posibilidad de movilidad social desde el Estado para aquellos con un color de piel o apellido en particular. Y recuerden, por favor, lo importante que es el Estado en este país en términos laborales. Esta siempre fue una sociedad polarizada racialmente, solo que ahora gritarle “indio de mierda” a alguien ya no es algo que pueda ignorarse con mucha facilidad. El MAS no hizo eso, lo hicieron los que gritaban “india pata rajada”, como sucedió hace poco en la puerta de la APDHB. Unitel no dijo nada, qué sorpresa…

Y en tercer lugar, el MAS tampoco tiene la culpa de que vivamos en un país profundamente dependiente de la explotación de recursos naturales. El lugar de mero productor de materias primas al que está todavía condenado nuestro país no fue una decisión del MAS, sino un lastre con el cual han tenido que lidiar cada uno de nuestros gobiernos desde por lo menos inicios del siglo XX. El MAS solo decidió que era mejor declararse dueño de la vaca que solo vender la leche.

Así que el MAS no tiene la culpa de que vivas en un país del tercer mundo, ni del racismo que debería ofenderte, ni mucho menos de que no puedas encontrar empleo. Tu ira es comprensible, y es legítima, pero está dirigida al sujeto equivocado. En realidad, tú odias a la oligarquía que vendió tu Patria por menos de lo que valía, y no a los indios revoltosos que tratan de recuperarla.

Creo que es hora que medites tus convicciones y tus lealtades.

(*) Carlos Moldiz Castillo es politólogo