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El delirio organizado

CONTRAGOLPE

Los colaboradores y colaboracionistas del régimen de facto de Jeanine Áñez, los criminalizadores de indios y campesinos que osaron salir con wiphalas a defender la permanencia de Evo Morales en el gobierno en noviembre de 2019, finalmente masacrados; los operadores mediáticos premiados con pauta publicitaria aprobada por la entonces ministra de Comunicación, Roxana Lizárraga; los linchadores digitales que se dedican 24/7 a perfeccionar en plan “pitita” métodos y arremetidas de odio, todos esos y esas, han decidido habitar el mundo a partir de la suma de delirios de distintos tamaños y grosores, ilusionados con que el corazón partido del MAS podría permitirles una victoria electoral por descarte en 2025.

Estos personajillos que ya han alcanzado estatus de caricatura bizarra, han preferido apostar por el retroceso que conduce al retorno hacia la vieja República. Quieren regresar, nostálgicos y heridos en su demacrado orgullo, por los fueros del país excluyente en el que cada quien deberá volver a ocupar el lugar de antes, el de la invisibilidad y la exclusión en las acciones y decisiones ciudadanas, para que ellos y ellas, siempre tan geniales, se dediquen a reinstalar el reino neoliberal, a abrirles las puertas a voraces inversionistas para que recuperemos nuestra histórica identidad de país saqueado, despojado y masacrado. Ni imaginemos lo que podría suceder con el litio en manos de estos cipayos enemigos de la plurinacionalidad étnica. Dicen que Bolivia está en el peor momento de su historia y para intentar argumentar —no pueden, no tienen fundamentos— consideran, tácticamente, que la descalificación personal y el insulto menos imaginativo es el camino hacia el triunfo.

Uno que fuera ministro consejero en México durante el gobierno de Áñez ha sugerido a través de su cuenta de Twitter que es un deber organizar un escupidero nacional para que un señor de apellido Salazar sea escupido porque “él cree poder compararse con Amparo Carvajal”, la abnegada exmonja que tiene como propiedad a la Asamblea Permanente de Derechos Humanos de Bolivia (APDHB). Este mismo individuo, lo recuerdo muy bien, vendía paellas en una plaza de comidas, y me imagino que con tan espiripitiflaútica convocatoria, tiene sobrada experiencia en el oficio de escupir y para ello es probable que haya hecho sus primeras armas aderezando con saliva los platos que servía para darle mejor sabor al arroz, los mariscos, los calamares y demás bichos marinos: pobres comensales, arroz a la valenciana con saliva, y por si fuera poco, con precio a pagar, tarifa infección estomacal gourmet.

Salidos de la vaina, a un mes del cierre del diario en el que publicaban semanal o quincenalmente, los motivos que conducían a estropear teclados como expresión de impotencia y frustración, estos militantes del delirio organizado andan ahora desparramados y dispersos tratando de buscar la manera de recapturar a sus lectores, esos que forman parte del objetivo de convencer a convencidos, los mismos que, enfermos de importancia, insisten vanamente en que hace cuatro años no hubo golpe de Estado, que la llegada de Jeanine, oriunda de San Joaquín, Beni, a la Presidencia, se hizo con todas las de la ley y que nada más hubo un fraude electoral. Al año siguiente —2020— insistieron con la narrativa del fraude, fueron a tocar las puertas de los cuarteles —los golpes de Estado pueden ser cívico militares aunque los analistas de manual lo nieguen a tiempo completo—, pero el “fraude” ya pasaba el 55% de los votos y así el binomio Arce-Choquehuanca recuperó la constitucionalidad de la Presidencia y la Vicepresidencia.

Delirantes como nunca antes hubo en nuestro bestiario político, unos son agentes de la CIA, o por lo menos aspirantes a semejante honor, otros son agentes del Opus Dei y de otras variantes de la inteligencia eclesiástica ahora averiada por tanto pederasta con sotana que ha erosionado las Compañías de Jesús, algunos han logrado refugio temporal de coyuntura consiguiendo votaciones legitimadoras en las últimas elecciones subnacionales y los que expresan públicamente a toda esta cáfila de reaccionarios de tonalidades varias, dicen ser periodistas cuando en realidad ya tienen corazones paramilitares y parapoliciales, ataviados de cuero racista y muy valientes desde la distancia sociodigital para soliviantar a la gente contra todo lo que huela a “masismo”, que para ellos huele peor que los escupitajos que promueve Julio Aliaga Lairana.

Hay un escrachador que el solo pronunciar su nombre genera vergüenza ajena. Ese que dijo que estaba bien insultar en la calle a un periodista porque era sospechoso de jugar a palo blanco de un político. Este, por supuesto, es mucho peor que el promotor de escupitajos. Todo indica que no ha calculado, que el momento menos pensado el escrachado sea él, acusado de haberse vendido a los gringos. Se trata de un delirante que ha renunciado a la verdad como sustento del oficio periodístico. Aquí están, estos son, los delirantes de la plurinación.

Julio Peñaloza Bretel es periodista.