Sobre el Estado fallido
Estos son los aparatos a través de los cuales las clases dominantes construyen concretamente su hegemonía
Carlos Moldiz Castillo
Reflexionemos por un momento sobre los componentes fundamentales del Estado, algo así como su anatomía básica, cuyo funcionamiento no es el mismo que el de un sistema, al no estar siempre formalmente relacionados e incluso siendo presentados de forma ilusoriamente autónoma e independiente, pero que en todo caso forman parte de aparatos distinguibles.
El primero de estos es el aparato de coerción, que se sostiene sobre el ejercicio legítimo de la violencia, pero que va más allá de los destacamentos de hombres armados como el Ejército o la Policía, incluyendo también al derecho o, como dirían liberales ilustrados, el Poder Judicial, que, según Yevgueni Pashukanis, solo tiene sentido en el marco de relaciones mercantiles propias del capitalismo, después del cual solo podría extinguirse, al desaparecer la necesidad de coaccionar el sostenimiento de determinadas relaciones de producción. Soldados, policías, jueces y abogados, de esta forma, son los encargados de castigar y prevenir toda irrupción que pudiera atentar en contra de los intereses de las clases dominantes. Orden, no justicia.
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El segundo componente lo conforman los aparatos ideológicos del Estado, cuyo rol es reproducir las relaciones de producción, pero en la superestructura y que, a diferencia del aparato represivo, no están unificados y centralizados, sino dispersos y descentralizados, muchas veces encontrándose incluso en la esfera privada de la vida social (sin dejar de pertenecer conceptualmente a este aparato de Estado). El principal teórico de su funcionamiento es Louis Althusser, quien también se nutre de Gramsci, señalando, sin embargo, que la ampliación del Estado más allá de la coerción no es un hecho reciente, sino que ya sucedía tan tempranamente como en la fase absolutista del Estado, solo que, a cargo de la Iglesia, para luego ser acompañada por las instituciones educativas, la familia y, hoy podríamos añadir, medios de comunicación, industria del entretenimiento y redes sociales. En todo caso, estos son los aparatos a través de los cuales las clases dominantes construyen concretamente su hegemonía.
Finalmente, como tercer componente del Estado se encuentra la burocracia, pero ya no solo como hecho de coerción o hegemonía, sino también como hecho administrativo, pues no se debe olvidar que junto con la organización de ejércitos profesionales, como señalábamos anteriormente, también se crearon instancias encargadas de gestionar los ingresos provenientes tanto de la tributación impuesta sobre la sociedad civil como del excedente generado a partir de la acumulación originaria y el botín de guerra. Una función tan esencial como la de monopolizar el ejercicio de la violencia o la de construir consenso, pues es en la correcta localización de los recursos económicos lo que permite al Estado moverse y funcionar efectivamente.
Componentes todos que se encuentran atrofiados en sociedades subdesarrolladas como la nuestra, lo que no implica que sean disfuncionales o “Estados fallidos” como sugiere cierta literatura, pues cumplen con la tarea de mantener dominadas a sus respectivas clases oprimidas, solo que bajo términos mucho más coercitivos de los que se dan en el mundo desarrollado y, sobre todo, garantizando el orden mundial en el cual se insertan de forma subordinada.
(*) Carlos Moldiz Castillo es politólogo