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La sociedad distraída

Expertos en Big Data, activistas de redes sociodigitales, estrategas de posicionamiento de agenda política en tiempos de gestión gubernamental y en eventos electorales, coinciden en afirmar que a por lo menos un 40% de los productores-consumidores en la esfera pública instalada en internet, les interesa un soberano cacahuate la política, las luchas sociales, las versiones golpe o fraude, la explotación del litio, la depredación del medio ambiente y otros asuntos vinculados con la agenda planetaria que involucra a la economía, la política y los conflictos que de ellas se derivan en intensidades distintas.

Miro con atención los estados de WhatsApp, los tiktoks que llegan de rebote, los tuits, ahora sin pajarito y con X, algún texto o video en Facebook y llego a la conclusión de que las No Cosas sobre las que filosofa Byung-Chul Han, se consolidaron con la pandemia que durante tres años nos azotó y nos virtualizó para siempre: entre una, dos, tres, cuatro o cinco vacunas y reuniones Zoom para todo y para nada, porque la cuarentena con tanquetas y vigilancia policial nos obligaba (año 2020), hemos ingresado de lleno a la igualación de los contenidos que van desde el asesinato de una niña de 11 años en Lanus cuando se dirigía al colegio, hasta el debate de si el que se subió a escenarios argentinos la semana pasada era verdaderamente Luis Miguel o un doble.

Somos lo que se ve de nosotros y cada vez menos, lo que se palpa y respira de nuestras voces y cuerpos. Todo ha comenzado a gestionarse y resolverse a través del enredo armado por internet y en esta medida, la sociedad interconectada ahora juega a roles que hasta hace nada más una década estaban reservados para los llamados hombres públicos y mujeres públicas: gobernantes, políticos, actores, periodistas, cantantes, bailarines y poco más. Hoy día, quien tenga una cuenta en TikTok o YouTube se siente en condiciones de “generar contenidos”, aunque esos contenidos sean la nada: lavarse los dientes, la última travesura del gato de la casa, las nuevas uñas de acrílico, el último meme con Los Simpson pirateados y ahora más radicalmente, versiones musicales producidas con inteligencia artificial en que la “voz” de un rockero ha sido perfectamente creada y formateada por una máquina.

Con semejante explosión visual-audio (no audiovisual), con la saturación de imágenes que invaden nuestros celulares a toda hora, todos los días, ya da lo mismo una oferta de yoga y meditación, la última foto del perro Schnauzer de una senadora pandina o la que subieron los administradores de redes de Lula que posa junto a Dina Boluarte, la presidenta ilegitima y represora del Perú que ha superado en ambición y talante a Jeanine Áñez. ¡Qué horror! habríamos exclamado hace algunos años, cómo el líder histórico del Partido de los Trabajadores brasileño ha sido capaz de retratarse con esa racista y masacradora del pueblo peruano. Hoy esa indignación ha quedado prácticamente congelada por tanta imagen con la que nos emborracha todos los días esa ciudadanía inconexa y errática que ha elevado la seguidilla de anécdotas que le proponen las redes a forma de vida cotidiana: un meme, qué palabra horrible, de lo más grosero y ofensivo para la inteligencia humana termina siendo lo mismo que la fotografía con la mandíbula en claroscuro de Marlon Brando encarnando a Vito Corleone en El Padrino de Francis Ford Coppola, y a continuación el video de un concierto masivo en el que todo el mundo tararea la canción final del show con los celulares en alto como si fueran velas o antiguas linternas. Miles de personas reunidas en un estadio, pero en primer lugar, con los teléfonos móviles como extensión corporal como si se tratará del undécimo dedo o el tercer ojo.

Con semejante cúmulo de estimulación sensorial se comprenderá mejor por qué la sociedad deambula los días cada vez más perfectamente distraída. Ya ni se acuerda del pobre Luisfer recluido en Chonchocoro con el rostro demacrado y dándose aires con el rechazo a la asistencia de 13 médicos enviados por el régimen penitenciario. El Banco Fassil, el experto en envíos de sustancias controladas buscado por aire, tierra y ríos, el interventor muerto del que la mayoría ni siquiera se enteró, el fabricante de ítems fantasmas, la exalcaldesa millonaria y recluida en Palmasola, el alcalde que se va a Estados Unidos como si estuviera en Porongo, todo eso es tan importante como el nacimiento del primogénito de Anabel Angus, el nuevo desfile fashion en todas sus versiones sociales o la última goleada recibida por Blooming ante Bolívar.

El último gran acontecimiento político de Bolivia fue la nacionalización de los hidrocarburos. A partir de ese momento, no lo sabíamos, la cuenta regresiva para instalar la igualación — no el igualitarismo por conciencia y social y compromiso— que multiplica conductas distractivas y desatentas, nos ha conducido a este mundo de hoy, entre tanto tic tac, entre tanto Big Bang, como nos lo recuerda siempre Jorge Drexler.

Julio Peñaloza Bretel es periodista.