De caras conocidas a capitalismo gansteril
La noción de acumulación originaria del capital debería ser suficiente para explicar por qué ningún millonario es inocente

Carlos Moldiz Castillo
No hace mucho Connectas publicó un artículo de Daniel Rivera titulado Ni Bolivia cambió ni Evo cumplió, centrado en el famoso programa de inversión pública que se auscultó detalladamente para evidenciar irregularidades supuestamente atribuibles al gobierno del MAS. Aunque su autor insistió en una entrevista con Tuffy Aré que su propósito no era el de asignar responsabilidades a nadie, cabría preguntar ¿por qué entonces la sentencia? ¿qué fue lo que Evo no cumplió? Fuera del siempre oportunista Rolando Cuéllar, nadie se tomó en serio la supuesta investigación, que pronto fue olvidada incluso por la misma oposición, Aré incluido.
Me interesa recordarla por su propósito, sin embargo, que no era otro que el de contribuir a la idea de que el gobierno del MAS, tanto bajo Morales como bajo Arce, era uno esencialmente corrupto. Mensaje que fue trabajado de forma similar mucho tiempo atrás por el politólogo Diego Ayo, en un corto trabajo titulado ¿Qué hay detrás de la CAMCE? Nuevo patrón, publicado por la Fundación Pazos Kanki.
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En éste se denunciaba la consolidación de un modelo de “capitalismo de caras conocidas” cuyo rasgo principal era el de promover el enriquecimiento de un reducido grupo de empresarios cuyo éxito no tendría mayor explicación que su cercanía con el poder, potenciado por capital chino, ¿sería diferente si fuera gringo? Una conclusión a la que también llega, vaya sorpresa, el joven Rivera en su poco original reportaje.
El concepto burlón de Ayo se deriva del de “capitalismo de camarillas”, que entró en boga hace poco más de una década y que pretende diferenciar entre un capitalismo “bueno” no regulado por el Estado sino por la competencia del mercado, frente a un capitalismo “malo”, donde son las clientelas políticas del gobierno las que se benefician por su relación con el poder. Conclusión, el Estado no es solo un mal administrador sino uno inevitablemente corrupto. Mejor volvamos al viejo orden neoliberal.
El problema es que se trata de un concepto engañoso que, de tomarse en serio, debería explicar antes que nada el proceso de privatizaciones de las que se beneficiaron, justamente por su cercanía con el poder, empresarios como Samuel Doria Medina, Branko Marinkovic, Gonzalo Sánchez de Lozada y Raúl Garafulic. Todos bendecidos con la compra de empresas del Estado a precio de gallina muerta. ¿No era Comsur un ejemplo insultante de aquel tipo de capitalismo, Diego?
No me interesa criticar su soberbia hipocresía, sin embargo. Los últimos años demuestran con un rigor casi científico que las élites bolivianas están genéticamente predispuestas al gansterismo político para reproducir su riqueza. Prueba: Jeanine Áñez, con sus respiradores fantasmas y su régimen generalizado de corrupción; las logias de Santa Cruz y sus ítems espectrales; y el Banco Fassil, que financió paramilitares, cooperativas, fondos de pensiones y constructoras, sin respetar la propiedad privada de sus ahorristas, llegando incluso a ser sospechoso de lavar dinero del narcotráfico.
Y es que en un país con recursos tan limitados como el nuestro, las posibilidades de enriquecerse rápidamente son casi nulas si no se recurre al contrabando, al narco u otras formas de negocios ilícitos. La captura de ingresos provenientes de la explotación de recursos naturales desde el aparato público ofrece oportunidades, sin duda, pero nunca tan rentables como las que existen en las economías ilícitas, que son, por otra parte, consustanciales al capitalismo como tal. Suiza no es Suiza por los chocolates o los relojes, sino por sus paraísos fiscales. EEUU es lo que es no solo por el Complejo Militar Industrial, sino también por el contrabando de armas.
No es necesario redescubrir la pólvora. La noción de acumulación originaria del capital debería ser suficiente para explicar por qué ningún millonario es inocente, sobre todo Camacho.
Lo que si es necesario discutir es otra idea de fondo que ni Ayo ni Rivera se atreven a mencionar: el prejuicio jailón de que solo unos pocos tienen la capacidad de triunfar por sus propios méritos y que, por lo mismo, tienen derecho a gobernar. Sé que Ayo no responde con indirectas, como sí lo hace Archondo. Quedo atento.
(*) Carlos Moldiz Castillo es politólogo