El Crucero de los Andes

Carlos Villagómez
Sin digerir la modernidad occidental y como un acto de rebeldía cultural El Alto gesta una posmodernidad arquitectónica delirante que acompaña a los nuevos movimientos sociales de la mayor ciudad indígena de América Latina. Aunque se resistan algunos grupos nostálgicos de la ciudad liberal de principios del siglo XX y de la exquisita arquitectura occidental, los cholets son una realidad irreversible y son el motor de nuevos imaginarios urbanos.
En esa línea, se inauguró la última obra del arquitecto Freddy Mamani, el llamado Crucero de los Andes. Con el mix de nuestro sincretismo religioso (misa de bendición y ch’alla) y una gran fiesta (reflejando el carácter lúdico de esta arquitectura y su contexto social), se levaron las anclas para que esta iconografía náutica navegue por un océano de ladrillos con oleajes de extrema aridez.
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La morfología de este impactante cholet sigue el canon general: es un paralelepípedo profusamente decorado. En el caso presente está rematado por un yate que ocupa cuatro pisos. Todas las plantas tienen funciones diversas para garantizar su éxito comercial: salón de eventos Dubái, restaurante con Chef Coral, hotel Jach’a, etc. Es un esquema polifuncional, como en Las Vegas, pero de escala modesta. Las fachadas laterales, que son ciegas, presentan vistosos murales con una exuberante iconografía andina (uno está dedicado al hombre y el otro a la mujer, en un chacha/warmi con colores y temas idénticos). La fachada principal tiene los detalles y colores propios de la estética cholet con uso de vidrios de colores y paneles de aluminio compuesto. La fachada posterior, casi sin ventanas, es de cemento y ladrillo aparentes como en la arquitectura brutalista. Es decir, todas las fachadas son diferentes, y eso evidencia una mezcla cultural, con temas de allá y acullá que, a mi juicio, no decantan valores propios. Es otra muestra de un derrotero ultra/posmoderno (aunque esa denominación no sea del agrado de los estudiosos alteños del tema).
El leitmotiv fue desarrollado por el propietario y el arquitecto a partir del juicio en la CIJ, en La Haya, en 2017. Por ello, ahora tenemos un crucero que refleja una alta autoestima contra el fallo con un detalle infaltable: el timón de madera barnizada, que evoca en forma y acabado a los timones corsarios. Ese timón guiará el destino de esta nueva inversión alteña que, dicho sea de paso, carece de amplias ventanas laterales y de fondo para iluminar y ventilar cómodamente todos sus interiores. A pesar de estos deslices Google, factótum global, privilegia estas construcciones como la carta de presentación de la arquitectura boliviana contemporánea.
(*) Carlos Villagómez es arquitecto