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Tuesday 28 Nov 2023 | Actualizado a 16:14 PM

El Crucero de los Andes

Carlos Villagómez

/ 22 de septiembre de 2023 / 09:59

Sin digerir la modernidad occidental y como un acto de rebeldía cultural El Alto gesta una posmodernidad arquitectónica delirante que acompaña a los nuevos movimientos sociales de la mayor ciudad indígena de América Latina. Aunque se resistan algunos grupos nostálgicos de la ciudad liberal de principios del siglo XX y de la exquisita arquitectura occidental, los cholets son una realidad irreversible y son el motor de nuevos imaginarios urbanos. 

En esa línea, se inauguró la última obra del arquitecto Freddy Mamani, el llamado Crucero de los Andes. Con el mix de nuestro sincretismo religioso (misa de bendición y ch’alla) y una gran fiesta (reflejando el carácter lúdico de esta arquitectura y su contexto social), se levaron las anclas para que esta iconografía náutica navegue por un océano de ladrillos con oleajes de extrema aridez.

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La morfología de este impactante cholet sigue el canon general: es un paralelepípedo profusamente decorado. En el caso presente está rematado por un yate que ocupa cuatro pisos. Todas las plantas tienen funciones diversas para garantizar su éxito comercial: salón de eventos Dubái, restaurante con Chef Coral, hotel Jach’a, etc. Es un esquema polifuncional, como en Las Vegas, pero de escala  modesta.  Las fachadas laterales, que son ciegas, presentan vistosos murales con una exuberante iconografía andina (uno está dedicado al hombre y el otro a la mujer, en un chacha/warmi con colores y temas idénticos). La fachada principal tiene los detalles y colores propios de la estética cholet con uso de vidrios de colores y paneles de aluminio compuesto. La fachada posterior, casi sin ventanas, es de cemento y ladrillo aparentes como en la arquitectura brutalista. Es decir, todas las fachadas son diferentes, y eso evidencia una mezcla cultural, con temas de allá y acullá que, a mi juicio, no decantan valores propios. Es otra muestra de un derrotero ultra/posmoderno (aunque esa denominación no sea del agrado de los estudiosos alteños del tema).

El leitmotiv fue desarrollado por el propietario y el arquitecto a partir del juicio en la CIJ, en La Haya, en 2017. Por ello, ahora tenemos un crucero que refleja una alta autoestima contra el fallo con un detalle infaltable: el timón de madera barnizada, que evoca en forma y acabado a los timones corsarios. Ese timón guiará el destino de esta nueva inversión alteña que, dicho sea de paso, carece de amplias ventanas laterales y de fondo para iluminar y ventilar cómodamente todos sus interiores. A pesar de estos deslices Google, factótum global, privilegia estas construcciones como la carta de presentación de la arquitectura boliviana contemporánea.

(*) Carlos Villagómez es arquitecto

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El culto más intenso

Carlos Villagómez

/ 17 de noviembre de 2023 / 09:18

Cada 8 de noviembre se realiza la Festividad, la Fiesta o el Culto de las Ñatitas en el Cementerio General de nuestra ciudad. No se tiene registros de cuándo comenzaron estos ritos urbanos, solo sabemos que —como muchas expresiones culturales— se pierden en la bruma de los tiempos prehispánicos cuando se sacaban los restos de los chullpares para hacerlos “vivir” unas horas en el mundo de los vivos (así lo describe un dibujo del cronista peruano Guamán Poma de Ayala del siglo XVI). 

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Como toda ritualidad paceña, las Ñatitas se acompañan con otras expresiones: baile, libación, cantos; es decir, somos comunitarios y pluri/expresivos reuniendo múltiples expresiones sociales para gozar de intensos roces y de lubricaciones sociales en espacios muy próximos, pegados unos a otros, a diferencia de los seres del norte que rechazan la proximidad física (un tema analizado por el antropólogo estadounidense Edward T. Hall en su ciencia: la proxémica). A esta innata cercanía espacial, el culto de las Ñatitas añade un particular protagonista: casi un millar de cráneos humanos, todos con un nombre de pila y cargados de quiméricos encuentros y dádivas sin fin. Las Ñatitas se exhiben en el cementerio coronadas de flores, con las oquedades oculares tapadas con níveo algodón, con gorros o cigarros, y con la arrogancia de ser el símbolo universal de la muerte. Como la calaca amedrenta a los forasteros y asusta a las creencias foráneas, para ellos este rito es macabro y profano. Para nuestro pueblo, que en lo más profundo de su ethos cultiva la vida y muerte como un eterno devenir cíclico, este culto es festivo. Va una elucubración al respecto: creo que nuestra “espacialidad existencial” se rige por ese transitar flemático e imperturbable entre la vida y la muerte a través de planos elípticos que forman un rizo sin fin. Así, girando elípticamente, se forma nuestra manera cíclica y atemporal de ver la existencia. Y es por ello que, visitando las Ñatitas, te revuelven las “miradas bloqueadas” por el algodón. Esas oquedades que antes miraban el mundo real, ahora se vuelven a sí mismas en una sombría y vacua contemplación que, paradójicamente, auguran tiempos de prosperidad y fortuna (dato al margen: el algodón para los indígenas norteamericanos simbolizaba sanación y suerte).

Si experimentas las Ñatitas con la mirada occidental que desacraliza deidades —como la Madre Tierra— y descentra las creencias por la ciencia, es obvio que solo ves cráneos y algodones que no transmiten nada. Pero si vives La Paz y sus expresiones como un genuino ser andino, resplandecerán en tu ajayu los arcanos subyacentes del culto más intenso de nuestro calendario cultural.

(*) Carlos Villagómez es arquitecto

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Los perversos nuevos tiempos

Carlos Villagómez

/ 3 de noviembre de 2023 / 09:15

Voy a comenzar insistiendo en un texto: Nadie acabará con los libros de Eco y Carriére (2009), donde reflexionan sobre la posible desaparición del libro. Ellos aseguran que no desaparecerá. Lo que irá disminuyendo será el uso del papel. Cambiaremos el soporte papel, oneroso y depredador, por uno electrónico limpio y reutilizable. Por supuesto que en esa reflexión se debe incluir al papel que llega en enormes bobinas para las rotativas; porque todos, sin excepción, vivimos este tiempo líquido. 

A finales del siglo XX estábamos anonadados por los cambios tecnológicos, pero no devastados como ahora por las novísimas inteligencias artificiales (IA), que anuncian desempleo y ocaso del gobierno humano de miles de años sobre la tierra. Con el advenimiento de las IA las profesiones, desde las más repetitivas hasta las más creativas, están con fecha de caducidad: novelistas, diseñadores gráficos, arquitectos, programadores, médicos etc. Dicen que los últimos en ser reemplazados serán los arqueólogos que con pinceles y paciencia infinita desentierran mamuts, vasijas o esqueletos. La manualidad de decisiones in situ será la última frontera que invadirá las IA.

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Y esta revolución tecnológica está haciendo estragos en la prensa escrita. Algo de ello mencioné, hace años, en una mesa con colegas columnistas que me escucharon displicentemente. Se acaba de cerrar otro periódico colega y es cuestión de tiempo para “que paren las rotativas” en el país si no se renueva la prensa escrita con otros contenidos y modalidades. El periodista/columnista actual está convencido de que continúa influenciando a los lectores con su teclado y su conocimiento, no se imagina que pronto le instalarán un chip multipropósito en el córtex cerebral.

Samia Benaissa Pedriza en Medios impresos versus digitales: de la agónica lectura de periódicos a los nuevos consumos de información digital (2019) describe esta crisis.  Menciona factores concluyentes como La cultura de la gratuidad y la crisis del modelo de negocio, La desafección de los lectores y la crisis de contenidos, La asunción del nuevo modelo de cultura digital, entre otros temas cruciales. Acerca de esto último, pregunto: ¿la prensa escrita hace autocrítica sobre la pertinencia de sus contenidos? ¿Supone que la masa de lectores, que se ha fragmentado con la revolución tecnológica, se convence con cualquier interpretación sesgada de la noticia?

A pesar de todo, Samia Benaissa es optimista: “El asentamiento del nuevo modelo de cultura digital propio del nuevo milenio ha puesto a la prensa escrita en una encrucijada, que tiene ahora dos opciones: abandonarse lánguidamente a su suerte o resucitar renovada”.

(*) Carlos Villagómez es arquitecto

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‘We will meet again’

Carlos Villagómez

/ 20 de octubre de 2023 / 09:24

Querido Gastón Ugalde: El año 2008 me dijiste que el 20 de abril teníamos que estar en el Salar de Uyuni, tu inmenso lienzo blanco. Ese día se iba a producir un particular evento cósmico: una luna llena saldría por un extremo y el sol se perdería por el otro. Ya en el salar nos preparamos en un lugar alejado del ajetreo turístico, y por unos minutos vivimos una experiencia religiosa. La luz menguante del astro y la brillantez del satélite se reflejaron en el espejo más grande del mundo y se encendió una atmósfera única: la naturaleza andina nos sumergió en una intensa bruma, azulina y fosforescente. En esos instantes nos desprendimos de la tierra, y caminábamos felices y desconcertados, como esos viejos de las películas de Fellini que se pierden en la neblina y ven azorados pasar un caballo. 

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Sonreímos y nos miramos con la alegría de vivir esa experiencia mística, y te dije lo que tú ya sabías: esto es lo más cercano a la muerte. Gozamos caminando por esa atmósfera tan bella y sombría a la vez. Te agradezco de todo corazón el compartir conmigo esa experiencia mística. Verte caminar en esa antesala de la agonía fue una obra de arte andina, única e irrepetible. Fue una performance artística en el inmenso mar salino, como una más de tus obras de arte territorial que supiste trabajar como nadie en este país. Recuerdas que unos años atrás escribí De lo más blanco a lo más alto, para explicar esa dimensión territorial y geográfica de tu arte. Tenías un impulso vital que te llevó a perderte innumerables veces en tu lienzo infinito. Generosamente compartiste ese sitio maravilloso con muchos colegas en la experiencia colectiva de representar en lienzos un eclipse en el salar. Llegaste a trepar los 6.460 metros del Illimani para ver la ciudad desde esas alturas; es decir, una visualidad artística pero al revés. Muchos pintaron el Illimani desde la ciudad, tú lo experimentaste haciendo otra  performance artística en esas cumbres níveas. Fuiste un caminante y guerrero que alimentó con esa esencia peregrina el arte boliviano. Viajaste y conociste mejor que nadie este país, y con esas experiencias acumuladas en tu ser representaste un arte tan profundamente boliviano y tan singularmente contemporáneo que nos alimentaba  constantemente.

We will meet again es una composición de Bill Evans que escucho estos días preparándome para tu retorno espiritual y luminoso al salar. Evans dedicó esa pieza a la muerte de su hermano Hans, y por ello, te la dedico Gastón porque estuvimos hermanados por el arte. Amigo y hermano, pronto volveremos a encontrarnos caminando, divagando y riendo de todo, envueltos en esa atmósfera azulina y fosforescente.

(*) Carlos Villagómez es arquitecto

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La Herencia

Carlos Villagómez

/ 6 de octubre de 2023 / 10:12

En marzo de este año se presentó en la ciudad de Cochabamba un importante libro que reúne el pensamiento social con la creación artística y los imaginarios latinoamericanos. Se trata de La Herencia (Plural Editores/CESUS/UMSS), del sociólogo boliviano Fernando Calderón a la cabeza de un grupo de especialistas.

Y digo importante porque se trata de una reflexión teórica, panorámica y suficiente, sobre un tema que comparte con su amigo y colega Javier Sanjinés C., a saber: los trasvases de los momentos y pensamientos políticos hacia la creación artística, ensayística y literaria en América Latina. Si Sanjinés se sitúa más en lo local, Calderón amplía el marco geográfico a toda la región, desde el río Bravo hasta los confines de los países más australes de nuestra casa mayor.

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En ese marco geográfico se resumen las intensas interacciones entre lo político y lo creativo. Un tema apasionante y poco desarrollado en nuestro medio. Normalmente la historiografía del arte se limita a consideraciones históricas y/o estilísticas que, en su sapiencia y erudición, desatienden a los mecanismos sociales que el ser humano va montando y que son la base ideológica, la superestructura que sostiene las creaciones más sublimes o las más aborrecibles.

En La Herencia de Fernando Calderón et alt, encuentras el germen del pensamiento creativo en las diversas sociedades latinoamericanas del siglo XX comenzando por el Arielismo del uruguayo José Enrique Rodó, siguiendo con el peruano César Vallejo; la experiencia de La Comuna en Latinoamérica; la Revolución Mexicana, el muralismo y Frida Kahlo ligados a José Vasconcelos y Octavio Paz; el proceso trunco de Allende con Neruda, Violeta Parra y Roberto Matta; Cuba con José Martí, Fidel y Wifredo Lam (así, sin ele); Nicaragua y El Salvador hermanados con la Teología de la Liberación; las juventudes universitarias en Córdova, Argentina;  la arquitectura lecorbusiana de la Cepal; los nexos entre Haya de La Torre, Mariátegui y Vargas Llosa; y, por supuesto, el proceso boliviano del 52. Usando un término muy querido por Calderón está casi todo el ch’enko de nuestra historia política, cultural y social, y su destilado artístico/espiritual. 

La Herencia es un texto de consulta imprescindible para el medio académico del arte porque te aporta datos que ignoras, o te refresca la memoria de todo lo vivido y sufrido por este continente. Un sufrimiento pendular entre el mal representado por Calibán y el bien personificado por el ángel Ariel (lo apolíneo y lo dionisíaco en clave latina). Ambos personajes del ensayo del uruguayo Rodó de 1900, que acertadamente es citado en primer lugar en este compendio de perspectiva panorámica.

(*) Carlos Villagómez es arquitecto

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La Casa Museo de Inés y Gil

Carlos Villagómez

/ 8 de septiembre de 2023 / 08:19

El 28 de julio se inauguró una casa museo en Sopocachi. Se trata del inmueble que fue el estudio de Inés Córdova y Gil Imaná. La entidad a cargo de este inmueble y de las 6.000 obras donadas por los artistas —la Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia (FCBCB)—, ha realizado una encomiable puesta en valor del inmueble ubicado en un tradicional barrio paceño, cuyo carácter e identidad está siendo borrado por el negocio inmobiliario.

Los trabajos de recuperación fueron atinados. Primero, porque rescataron la estructura existente sin grandes modificaciones. Y eso es de destacar, porque no se cometieron los excesos realizados en otra casa museo situada muy cerca, donde se construyó un enorme edificio en busca de una injustificable modernización. Las casas museo —a diferencia de los museos en general— deben ser realizadas siguiendo la memoria de sus propietarios: conservando sus muros, sus vanos, la estructura de los ambientes; en suma, conservando la atmósfera que los artistas imprimieron en vida a la edificación. Conservar esta discreta edificación, situada en una importante esquina, será en el futuro una muestra del valor arquitectónico de una época paceña, momento en el que Inés y Gil la habitaron.

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Según la FCBCB, esta fase será completada con los trabajos de recuperación de la segunda planta. Por mi experiencia, debo mencionar que un museo o casa museo es más que un edificio. Es ante todo una institución que debe garantizar su sostenibilidad con todos los recursos humanos y técnicos para la salvaguarda de las obras donadas, para su conservación, catalogación, investigación y preparación curatorial de futuras exposiciones. Es todo un grupo humano lo que hace vivir a los museos. La parte campechana de todo el proceso es hacer el edificio; las personas, institucionalmente organizadas, son el espíritu de cualquier repositorio cultural.

La recuperación está correctamente lograda, pero manifiesto mi discrepancia con una parte del concepto. El diseño museográfico se inicia con una sala temporal, un ambiente inusual en una casa museo. En un museo general se pueden tener salas temporales para cualquier finalidad expositiva; pero, iniciar el recorrido de la Casa Museo de Inés y Gil con la exposición de un grupo de artistas emergentes (de un Salón de Invierno que está saturando los muros) es un desacierto que solo aporta “ruido” visual e histórico, y confunde a los visitantes. Se deben ubicar esas exposiciones en otro ambiente. El principal recorrido museográfico de este nuevo espacio debe estar dedicado exclusivamente a las obras artísticas y objetos/memoria que nos legaron esta notable pareja de artistas bolivianos.

(*) Carlos Villagómez es arquitecto

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