Voces

Monday 27 Nov 2023 | Actualizado a 10:15 AM

Desatando los demonios

/ 23 de septiembre de 2023 / 00:34

El conflicto político está contaminando nuevamente y de una manera aún más peligrosa el proceso constitucional de renovación de las autoridades del Poder Judicial. El riesgo es la consolidación de un suprapoder en ese ámbito, que busque preservar sus propios intereses a cambio de prestar favores políticos e intervenir incluso en procesos cruciales de la democracia como son los que garantizan elecciones libres y competitivas.

La crisis del sistema judicial ya es un dato en el funcionamiento del Estado boliviano, fenómeno ya casi crónico que no podemos resolver desde hace décadas. La mayoría de los ciudadanos vamos aprendiendo a vivir en ese mundo disfuncional, pero, lo preocupante es que esa enfermedad sigue mutando a formas cada vez más riesgosas para la gobernabilidad del país.

Hay consenso en que la elección por voto de magistrados del Poder Judicial no ha mejorado en nada la situación. De igual modo, desde hace décadas observamos injerencias del poder político en la Justicia y la instrumentalización de decisiones judiciales en favor de intereses particulares.

El desorden político que se produjo desde 2019 parece haber complicado aún más la situación en la medida que los operadores judiciales descubrieron las delicias de una autonomía parcial y vieron cómo eran imprescindibles para los políticos de todo signo empeñados en destruirse con cualquier instrumento. Como en otros ámbitos, el debilitamiento del poder gubernamental y de los partidos favorecieron el potenciamiento de las corporaciones de todo tipo.

Es decir, los tratos entre políticos y operadores judiciales se volvieron más horizontales, el juego se complejizó, con poderes judiciales que pueden instrumentalizar en su favor los bajos deseos y miedos de los políticos. Y así llegamos a este momento, con una elección de altas autoridades del Poder Judicial bloqueada por una pantomima de movimientos de moros y cristianos que parecen conducir a una prórroga de las actuales autoridades del sector a cambio de quién sabe que compromisos inconfesables. A lo que se agrega una oleada de judicialización de todo tipo de decisiones y conflictos políticos de la que ya uno va perdiendo el hilo.

El problema es que ese jueguito no está aislado y está afectando incluso segmentos críticos del sistema democrático. Está, por ejemplo, interfiriendo cada vez más en la estabilidad del Órgano Electoral y en las garantías para que los futuros comicios se realicen en condiciones razonables. Por tanto, sus impactos y costos políticos se van acrecentando.

A ratos da la impresión que a los que andan en esos menesteres se les está pasando la mano, están exacerbando la incertidumbre, debilitando aún más una gobernabilidad que debe lidiar con un tiempo de insatisfacción social, desconfianzas en todas las instituciones y de dudas sobre la economía y ad portas de un proceso electoral que se pinta como el más competitivo desde hace décadas.

Todo eso puede acabar mal, un ejemplo reciente de ello es cómo los excesos en la intromisión política y judicial en el proceso electoral guatemalteco están derivando en una compleja crisis y en una descomposición acelerada del esquema de poder que esas intervenciones buscaban justamente preservar. Al final, la gente no es tonta, en todo hay un límite y toda acción tiene costos, particularmente las arbitrariedades de los que se creen todopoderosos.

Escenario no tan alejado de nuestra realidad, basta recordar que detrás de la convulsión de 2019 estaba nomás la molestia de muchos ciudadanos con un poder percibido como abusivo y al que había que ponerle límites. Factor psicosocial que tuvo una contribución significativa a las dinámicas de conflicto que vivió el país en ese horrible año. Y eso en un contexto económico y social mucho más estable que el actual. Estamos pues advertidos antes de que algún ocurrente decida terminar de abrir la caja de Pandora judicial que posiblemente libere a todos los demonios, los cuales puede que terminen incluso de comerse a los imprudentes brujos que los dejaron escapar, en una de esas vueltas del destino que tanto nos sorprenden. Al tiempo.

Armando Ortuño Yáñez es investigador social.

Comparte y opina:

Descomposiciones opositoras

/ 21 de octubre de 2023 / 02:14

Gracias a los tumultuosos ecos de la feroz pelea masista, nos percatamos poco del panorama desolador en el campo opositor y que no tiene, además, visos de resolverse. Pese a la entrada de nuevas figuras al ruedo, esas fuerzas siguen atrapadas en el mismo impasse improductivo: polarizar con el MAS para tener una base que los haga, al menos, existir o ir más allá de su espacio para realmente aspirar a conquistar el poder.

Hay que reconocer que las derechas no se han quedado quietas en todos estos años, intentaron varias fórmulas, la aventura de la institucionalización partidaria que Demócratas cultivó con cierta solvencia, el movimientismo callejero de los “pititas”, el caudillo ilustrado, un gobierno transitorio que nadie esperaba y que tuvo la ambición de quedarse 10 años gracias al control del Estado e incluso un tribuno populista que podía parar a media ciudad. Experimentos que tienen en común que no pudieron vencer al masismo en las urnas en el momento de la verdad y ese es un problema, al menos mientras haya democracia.

A dos años de las elecciones, la tómbola está nuevamente girando con el detalle, no menor, que en frente hay un desorden y un conflicto interno de difícil resolución que, entre otras cosas, está generando además un gobierno con resultados mediocres y una enorme fatiga entre sus electores. El masismo está en sus días oscuros y no parece que saldrá de ellos en el corto plazo. Melodía dulce para los opositores que se dirán que cuando el adversario hace solito las cosas pésimo, lo mejor es no entrometerse.

Sin embargo, las encuestas y la propia conversación con la gente en la calle son crueles, pese a lo debilitados que están hoy en día los oficialismos en sus varias y peleadas vertientes: las oposiciones no levantan cabeza, el movimiento cívico cruceño parece agotado después de persistir con gran empeño en tácticas suicidas, ninguno de sus dirigentes supera el 25% de opiniones positivas, su electorado está disperso y una gran parte de ellos reclaman nuevos lideres. El vacío es tan grande que es el principal factor que mencionan los voceros azules para argumentar que no están tan mal.

Incluso la entrada al ruedo de personajes como el rector Cuéllar o el voluntarismo tuitero del pintoresco grupo libertario no están despertando, por lo pronto, grandes entusiasmos más allá de los convencidos. Es que ninguno está resolviendo la endiablada ecuación que equilibre una construcción política que debe asumir la polarización con el masismo como alfa y omega de su identidad, para llamar la atención del electorado opositor más vociferante, y en algún momento hablar de otra cosa o referirse a audiencias diferentes a sus espacios usuales.

En pocas palabras, si no polarizas no entras al juego y si lo haces corres el riesgo de nunca conseguir una mayoría suficiente para gobernar. Esta camisa de fuerza era casi insalvable en los tiempos de predominancia del MAS, pero en estos días convulsos e inciertos, me da la impresión que se está aflojando un poco. Sin embargo, no hay que equivocarse, la pelea oficialista está generando confusión, pero no hay señales de un traslado masivo de votantes azules a los espacios opositores, lo que prima es la insatisfacción con todos los partidos y sus dirigencias, sin distinción.

En el fondo, quizás el verdadero rupturista será aquel que trasciende al mismo tiempo ambas polaridades, el que hable desde otros códigos a los millones que están ya en otras cosas, que asuma al país transformado sin nostalgias, sin prejuicios y con un proyecto positivo. La sociedad boliviana está molesta pero no es el país agotado y decadente por varios decenios de crisis permanente que facilita la aparición de un disruptivo destructivo a lo Milei, es un mundo aspiracional, en el que una mayoría mejoró sus condiciones de vida durante un decenio y que cree todavía que sus hijos lograrán más bienestar. Lo contrario del pesimismo y la tristeza que caracterizan a las viejas élites contrarrevolucionarias.

La posible implosión del MAS en su forma organizada actual, pero no como cultura política, puede que reconfigure incluso los propios espacios “opositores”. En estos días extraños en el que una ministra masista afirma que su principal opositor es Evo Morales, es posible que estas crisis primero fragmenten el enorme bloque nacional popular, pero inevitablemente alimenten después nuevas y sorprendentes recomposiciones. Quién sabe, quizás la disrupción y el outsider vendrán del corazón del propio masismo, imprevisto desenlace del drama casi shakesperiano en que se está convirtiendo la lucha por el poder en estos años.

Armando Ortuño es investigador social.

Comparte y opina:

Interregno

/ 7 de octubre de 2023 / 07:30

Algo no termina de perecer y lo nuevo no termina de nacer, esos parecen ser los tiempos políticos que nos está tocando vivir. Ese periodo de incertidumbre y posiblemente desorden no será necesariamente corto, podría durar muchos años. Tampoco están dados los contenidos sustantivos del nuevo momento que irá emergiendo, no hay nada inevitable ni será necesariamente mejor de lo que ya estamos viviendo, eso dependerá de la habilidad e ideas de los actores políticos y también del azar y las contingencias.

En medio de la descomposición del bloque oficialista con sus múltiples conflictos y anécdotas, lo más atractivo es dedicarse a comentar y sobreinterpretar cada uno de los truculentos episodios de ese espectáculo decadente. El panorama es obviamente confuso y sorprendería que no sea así. En ese contexto, es quizás más útil pensar en lo que develan esos acontecimientos sobre la comprensión de los principales actores acerca de este momento.

Lo más llamativo, desde mi punto de vista, es su incapacidad para ir más allá de las interpretaciones y prácticas hegemónicas a las que nos tenía acostumbrado el viejo tiempo, pese a que el contexto concreto que las alentaba sucumbió súbitamente allá por noviembre de 2019. A ratos, todos los actores parecen, pues, zombis, caminantes medio-vivos de un mundo extinto buscando una mutación que les devuelva el alma.

Los masistas, en sus dos facciones, siguen convencidos de que la sigla, los “auténticos dueños del instrumento”, una improbable consciencia unitaria de los compañeros que tanto se amaron o la entronización de un viejo-nuevo “conductor” les garantizan una mayoría electoral y política que les permitiría seguir hegemonizando la vida nacional. Es decir, quieren volver, algunos con nuevo jefe, a septiembre de 2019. Por eso la pelea a muerte por controlar esos objetos, casi fetichizados, que les deberían permitir conseguir ese anhelo.

Mientras tanto, los variopintos opositores, momentáneamente remozados por las desgracias del contrario más que por sus inexistentes aciertos, insisten en su ya habitual tentación por pensar lo que viene como la gran posibilidad o incluso el inevitable retorno al supuestamente mítico pasado republicano-neoliberal, es decir a algo parecido al país de 1990, o ahora sí por la verdadera gran ruptura, esta vez en dirección de un liberalismo con dosis trumpistas y delirio mileísta. Suena rarito, aunque estoy exagerando apenas un poco. Es decir, el tránsito, casi sin transición y sin hacer mucho, hacia una nueva hegemonía, esta vez de derecha.

Ninguno de los bandos parece intuir que quizás el fondo real de la actual confusión política y de nuestra cada vez más difícil gobernabilidad tiene que ver con modificaciones sustantivas en los equilibrios del poder económico y social que se dieron en el último decenio. La sociedad y sus dirigencias son hoy mucho más complejas, plebeyas y desiguales, pluralidad agravada de intereses legítimos y particulares, que reclaman su voz y parte en la gestión del poder y que negocian sus apoyos al poder político sin lealtad y a veces sin principios.

Quizás ese proceso hubiera sido paulatino y más controlado, pero en 2019 se produjo un accidente: el núcleo organizador del sistema desapareció y pasamos de golpe a un nuevo universo. Me parece que de eso ya no hay retorno y los espasmos de estos días son solo la expresión de esa constatación. Eso, por supuesto, no quiere decir que el masismo desaparecerá, no seamos tan simplistas, sino que posiblemente vaya mutando a nuevas formas de organización política y vínculos con el mundo social, incluso con momentáneas unificaciones y posiciones mayoritarias que durarán lo que les permita el contexto.

Esa continuidad me parece aún más obvia si nos referimos al nacionalismo económico o a la predominancia plebeya popular en la política, rasgos que tendrán una larga vida considerando su naturaleza casi estructural y fundacional del país real en el que estamos viviendo, incluso más allá de los avatares del MAS y sus líderes.

Así pues, la tarea de la política en el corto plazo tiene que ver con ordenar hasta donde se pueda y racionalizar, primero, el largo interregno que viene por delante y evitar que sus costos sean demasiado altos para la nación o que nos lleven a una crisis socioeconómica, y en eso hay quizás consenso de todos, la platita no puede faltar. Al mismo tiempo, habrá que ver qué actor tiene ideas claras, habilidad política suficiente y las bendiciones del dios de la fortuna para rearticular una nueva coalición sociopolítica, consistente con las transformaciones del país, que perfile un nuevo orden político de largo plazo.

Armando Ortuño es investigador social

Comparte y opina:

Esperanzas, burbujas y mal humor

/ 9 de septiembre de 2023 / 02:42

Mientras las dirigencias histerizan la conversación política, la población parece estarse tomando las cosas con una llamativa prudencia. La duda y la insatisfacción siguen siendo preponderantes en sus sentimientos frente a la coyuntura, pero la asignación de responsabilidades y sobre todo sus expectativas no son tan simplistas como la burbuja autorreferente de opinadores y políticos que buscan viralizar el furor.

Gracias a los amigos de Diagnosis, contamos con mediciones regulares de la opinión pública, fotografías siempre aproximadas de la realidad, pero no por ello menos valiosas. Grosso modo, nos indican la persistencia de un mal rollo frente a la situación política y económica, con solo un 18% y 17% que las califican como “buenas”, en contraste con un 55% y 50% que piensan que están “mal”. Con expectativas de futuro algo más matizadas: un 32% que dice que las cosas mejorarán en los próximo tres años, 25% que seguirán igual y un 43% que empeorarán.

La aprobación de la gestión presidencial aumentó desde su piso de 26% a días de la detención de Camacho y alcanzó en agosto un 40%, por debajo de su techo de 47% de septiembre pasado. Desempeño que tiene una traducción electoral compleja: el viejo esquema de 40% de masistas, 30% de opositores y 30% de “ni-ni” parece aún vigente, aunque con un 44% que no está satisfecha con la oferta de candidatos existente, fragmentación entre los opositores, lo cual no es novedad, y un masismo escindido casi en tres tercios, uno con Arce, el otro con Evo y el restante alejado de ambos líderes. Es decir, un escenario notablemente incierto.

Más allá de su descripción, esos datos me sugieren un par de hipótesis sobre los sentimientos de la gente en este momento. En primer lugar, creo que es insuficiente atribuir únicamente a la estabilidad la recuperación de la aprobación del mandatario, el clima social está lejos de ser tranquilo y la gente lo siente, de ahí la preocupación de la gran mayoría. Eso no se puede soslayar, es un contexto inflamable ante cualquier error o accidente, particularmente porque es muy intenso en las clases medias tradicionales, poderosas impulsoras de corrientes de opinión.

Ayuda que los desequilibrios económicos se estén conteniendo, sobre todo en lo que se refiere a los precios, pero los datos indican que las expectativas son las que más están contribuyendo a moderar los ánimos: son las reuniones del Gobierno con los empresarios cruceños, el horizonte del litio y la búsqueda de nuevos mercados como los BRICS los que se mencionan como aspectos positivos del trabajo gubernamental, incluso más que la baja inflación. En contraste, debería preocupar el impacto que están teniendo las denuncias sobre la corrupción y los problemas de narcotráfico, que aparecen como los principales factores negativos asociados a la gestión; por encima incluso de la escasez de dólares, que solo es relevante entre las clases medias tradicionales, o la falta de empleo entre las clases populares.

Este panorama matiza, de igual manera, la impresión de fin de ciclo y de implosión de las lealtades políticas particularmente en el mundo nacional-popular. El masismo como fenómeno social sigue fuerte y está más cohesionado en sus opiniones sobre el rumbo y el futuro del país que acerca de la habilidad de sus actuales dirigentes para guiarlo. Por esa razón, la mayoría de votantes potenciales de Evo Morales aprueban la gestión de Arce. Es decir, las fronteras insalvables de la lucha interna en el MAS no se están replicando en buena parte de su electorado, que, al mismo tiempo, espera que Arce haga un buen gobierno, que le tiene aprecio a Evo y que sigue valorando lo que se consiguió como proceso histórico.

Finalmente, detrás de todo esto hay un gran mensaje a tirios y troyanos, las grandes mayorías no son inmunes a los problemas del país y al furor de la batalla política devenida a veces en un lodazal, están cansadas y molestas, pero están igualmente ávidas de esperanzas, de pasiones felices y de proyectos de superación. Intuición personal, alimentada por cierta ingenuidad, pero, de igual modo, porque es coherente con una sociedad que tiene miedo del retroceso pero que viene de un ciclo notable de movilidad social y modernización y que quiere más.

El que lea estas demandas, tendrá mejores posibilidades y si como colectivo, la clase dirigente les da la espalda, ahí sí pueden aparecer los monstruos. No creo que estemos ahí, pero ya no es un escenario improbable.

Armando Ortuño Yáñez es investigador social.

Comparte y opina:

Crónicas de nuestro futuro cercano

/ 26 de agosto de 2023 / 07:16

Algo de fondo se está descomponiendo en la política latinoamericana. Para algunos, ahora sí, estamos frente a la definitiva dislocación del viejo sistema de partidos y el derrumbe del último gran mito: la capacidad legitimadora del voto presidencial. Más en el fondo, parece estar en cuestión la manera aún incierta de construir poder democrático en sociedades desconfiadas, volátiles, dominadas por las emociones y radicalmente escépticas.

Por lo tanto, el problema no es tanto los políticos, incapaces de comprender lo que les sucede, soberbios hasta unos minutos antes de su caída e imbuidos de falsas certidumbres, sino somos nosotros, los ciudadanos electores, con nuestras razones y pasiones revolucionadas por las crisis múltiples que hemos sufrido en estos años y la falta de ilusiones que la política tradicional parece incapaz de generar incluso para salvarse. Y lo más crucial, aprendiendo rápidamente a ser crueles con nuestro voto con las dirigencias que ya no nos satisfacen.

Como se puede observar en estas semanas en el fascinante y extraño escenario electoral regional, este nuevo momento puede parir oportunidades de cambio impensadas hasta hace unos meses, como lo que sucedió con Bernardo Arévalo y el Movimiento Semilla en Guatemala, o cosas perturbadoras como las que expresa Milei en Argentina. Es un tiempo de lo mejor, lo peor y lo horrible al ritmo algorítmico de las esperanzas, odios y malestares que pululan en el TikTok y otras redes sociales.

Me presto un par de conclusiones de un reciente artículo de Carlos Melendez, un agudo cientista político peruano, que ilustran con claridad meridiana este momento: “Las reglas de la política están implosionando (…) su premisa fundamental, el voto, se está rompiendo. Al menos en sistemas presidencialistas, el voto ha dejado de ser un vinculo positivo y duradero. Ha cesado su cometido como lazo de unión entre políticos y ciudadano”.

Solo así se puede entender cómo se pueda llegar a la presidencia con una votación en primera vuelta de 12%, que cientos de miles de electores cambien sus decisiones en días, que las viejas maquinarias y lealtades partidarias fracasen o que en muchos casos las opciones en los balotajes implican selecciones desgarradoras entre Drácula y el hombre lobo. Con desenlaces electorales sorprendentes pero que auguran ingobernabilidad, ni un minuto de estado de gracia e incapacidad de cumplir con lo prometido.

Es un tiempo de aventureros, de personajes y también de soñadores que si consiguen parecer auténticos y hablarles a las bajas y altas pasiones de la gente pueden llegar rápidamente al poder, sin saber, por lo general, qué hacer con él. Todos pueden ser potencialmente triunfadores si el piso de calificación a unas endiabladas segundas vueltas es un 10%.

Al mismo tiempo, los factores tradicionales que contribuían a construir poder parecen agotarse o pesar cada día menos, ya no basta con tener aparatos territoriales, manipular la justicia, contar con mucha plata o acceso monopólico a los medios de comunicación masivos. Hay emprendedores políticos con un par de ideas claras, capacidad narrativa, buen manejo de redes sociales, audacia y una ayudita del dios de la fortuna que pueden darle la vuelta a todo eso. Es así que las élites oligárquicas guatemaltecas, los neouribistas colombianos o los peronistas argentinos ni la vieron venir.

Aún más, el uso brutal del poder tradicional no solo ya no funciona bien, sino que se vuelve antipático y refuerza la desconfianza y el empute de la gente. El poderoso cae mal, no se le cree nada y en algún caso se lo quiere castigar a cualquier costo. Y así, mientras más manipulas y basas tu estrategia en la demostración impúdica de tus recursos o en la confianza en tu poder, peores opciones electorales tienes.

Para algunos este escenario es quizás una pesadilla, mientras otros más bien estarán pensando que el caos puede servirles, pero lo único cierto es que no hay vuelta atrás, es solo cuestión de tiempo para que eso llegue, sobre todo si las dirigencias no hacen las cosas de otra forma, pues detrás están cambios estructurales en la sociedad, su cultura, sus maneras de comunicarse y sus aspiraciones en este mundo desordenado marcado por la incertidumbre que nos toca vivir.

Comparte y opina:

Más allá del litio

/ 29 de julio de 2023 / 02:01

La exageración suele ser uno de los más obvios y peores defectos de la comunicación política. Y últimamente, la cosa se está poniendo francamente grosera: estamos inmersos en una discusión sobre la economía que navega entre una narrativa que nos promete el apocalipsis a la vuelta de la esquina y otra que nos habla del inicio de una nueva era de prosperidad y crecimiento casi sin sacrificio. Cielo o infierno, sin medias tintas.

Ese debate casi neurótico esconde, sin embargo, cuestiones esenciales para pensar el futuro del país y es una muestra patente de nuestra dificultad para encontrar maneras de discutir colectivamente sobre las soluciones realistas a los problemas del país. Lo curioso es que despojadas de sus hipérboles, ambas narrativas nos hablan de fenómenos cruciales para nuestro futuro que debemos manejar y que tienen importantes interdependencias entre sí.

Por una parte, es indudable que hay un desajuste externo que está tensionando la disponibilidad de divisas en el país y por la otra, que estamos inmersos en un proceso de transición energética global que ha transformado al litio en un mineral estratégico para los próximos decenios.

Keynes ya nos decía de lo azaroso que es basar nuestros juicios y acciones sobre la coyuntura apelando a un horizonte de futuro alejado cuando nos advertía que en “el largo plazo, todos estaremos muertos”. Así pues, el crecimiento paulatino de las exportaciones de productos basados en el litio, que podría acercarse a los $us 3.000 millones allá por 2027-2028 si todo va bien, no resuelve o afecta muy poco la escasez actual de divisas, la aparición de un mercado negro del dólar o el riesgo que ese desequilibrio se transmita a los precios o incluso a la disponibilidad de algunos bienes. Caricaturalmente, podríamos decir que la “era del litio” no mata a la “gran devaluación”.

En consecuencia, es crucial construir “un puente” capaz de resistir al menos dos o tres años, que nos permita transitar sin vértigo del momento actual de tensión cambiaria a un escenario estructuralmente menos hostil. No basta con esperar la bonanza, implica tomar el toro por las astas, disciplina fiscal y mucha habilidad en la gestión cotidiana de las fuentes disponibles de financiamiento externo.

En ese contexto, la explotación industrial del litio a partir de 2025, un negocio en el cual se pueden proyectar ganancias interesantes en el mediano plazo con un nivel de incertidumbre moderada, podría evidentemente ser un factor adicional para tranquilizar a los mercados, reducir el riesgo país y quizás habilitar algunos instrumentos financieros novedosos que aporten liquidez adicional a la economía en el corto plazo. Pero, eso exige, para empezar, claridad estratégica y metas más o menos precisas sobre los tiempos y modalidades de implementación de los proyectos.

De igual manera, debe quedar claro, desde ahora, que esa actividad no tendrá impactos similares a los que vivimos con el boom gasífero. En el mejor escenario, la exportación de ese recurso podría alcanzar $us 5.000 millones a fines de este decenio, por debajo de los $us 6.000 millones que nos aportaba el gas en su pico de producción en 2013 y 2014. Y sobre todo considerando que los esquemas tributarios y estructuras de costos de esta actividad podrían hacer difícil que se consiga el mismo nivel de renta que se solía obtener con el gas.

En consecuencia, lo saludable sería entender al litio como parte de un proyecto de diversificación mucho más amplio de la oferta exportadora del país y como una fuente adicional pero limitada de recursos fiscales.

No está demás decir que el impacto de esta industria podría tener también efectos no menores en la dinámica de desarrollo territorial, generando oportunidades y potencialmente nuevas actividades en todas las regiones del sudoeste nacional.

Siendo ese, posiblemente, el desafío sociopolítico más interesante más allá de las querellas por las regalías o los problemas para hacer funcionar las industrias rápidamente: ¿cómo aprovechar la explotación del litio para impulsar otras iniciativas productivas, de servicios, de educación o de formación en el inmenso territorio altiplánico que podría volver a ser uno de los ejes centrales de la economía de Bolivia?

Amando Ortuño es investigador social.

Comparte y opina:

Últimas Noticias