Soy apoleña de corazón. Me casé con un apoleño. Mi abuelo David Delgado fue fundador de la comunidad de Santa Rosa, y mi abuelo Severo Portillo —benemérito de la Guerra del Chaco— y mi padre Sixto Portillo —una respetada autoridad local— fundaron San Vicente, Santiago y Pata, localidades ubicadas a varias horas de Apolo, capital de la provincia Franz Tamayo.

Mis abuelos adquirieron terrenos en Santa Rosa, Piliapu, San José, Santiago, San Vicente, Amantala, Charobamba y se dedicaron a la agricultura. En esta región, las tierras eran tan fértiles y producían arroz, caña de azúcar, café, quina, cítricos, incienso, copal, yuca, plátano, entre otros. Sin embargo, la falta de acceso hacía que la producción se echara a perder. En aquellos tiempos, los caminos eran de herradura y se debía caminar dos y tres días para llegar hasta Apolo. Más de medio siglo después, la situación sigue igual: rutas de tierra de difícil acceso, accidentados, lo que generó la histórica postergación de las comunidades del norte de La Paz.

Antes, el puente colgante de Amantala dinamizaba el comercio fronterizo con Perú, desde Apolo hasta Pelechuco, donde llegaba mercadería de Puno y Juliaca. Por el río transitaba la carga en mulas, caballos y camélidos. Una de las ferias más grandes se realizaba el 2 de agosto en Santa Cruz del Valle Ameno. Cuando tenía siete años el puente se cayó. El intercambio disminuyó y ninguna de las autoridades se interesó en reconstruirlo.

La historia del oro en Apolo no es tan nueva. La zona de Paranganí era una parada obligatoria para los exhaustos viajeros que requerían remojar sus pies en el río. Contaban mis abuelos que en esa zona, conocida como Motosolo, ya se había descubierto el mineral desde tiempos antiguos.

Con los años, estas tierras fueron invadidas por colonizadores altiplánicos (promovidos por el gobierno) y por extranjeros japoneses y brasileños. A pesar de que la zona fue declarada como reserva forestal por sus riquezas naturales, la presencia del Estado es casi nula. Los colonizadores comenzaron a plantar coca en lugar de los otros alimentos. Actualmente, la agricultura representa el 75% de la actividad productiva; el cultivo de la coca, el segundo más importante (11,1%) después del café (24,1%). Le sigue la ganadería (11%), el plátano (10%) y el maíz, con 9% (BDP, 2020).

Pero el potencial productivo de Apolo es mayor. No se han hecho suficientes exploraciones en hidrocarburos que podrían convertir a la región en un polo de desarrollo. Apolo también es rico por su reserva forestal, que está siendo saqueada de forma ilegal. Esta zona está en el ingreso al Parque Madidi, uno de los más biodiversos del país, lo que puede fomentar el turismo y la economía.

A pesar de sus riquezas, y de todo el potencial económico que tiene, Apolo está sumergido en una profunda pobreza y postergación por la falta de vías de acceso. El índice de necesidades básicas insatisfechas es de 0,7 y se encuentra entre los más bajos del departamento de La Paz. No hay un hospital de segundo nivel. La situación en las comunidades más alejadas es más dramática: no hay una farmacia, menos una posta sanitaria, falta alumbrado público, agua potable, saneamiento básico, riego para el agro, tiendas y escuelas. Las necesidades de salir adelante hicieron que muchos apoleños nos veamos obligados a dejar nuestra región.

Hoy la minería ilegal está invadiendo territorios indígenas, saqueando nuestras riquezas, contaminando los ríos en los que solía bañarme cuando era niña. Está afectando un municipio que era tranquilo, y lo está convirtiendo en uno peligroso, porque ha traído la delincuencia y la violencia. Como apoleña, expreso el sentimiento de indignación de mis hermanos, ante la vista y paciencia de las autoridades locales, departamentales y nacionales. Ojalá que la vida volviera a ser como lo era en antaño. Apolo es un pueblo olvidado por las autoridades, pero no por sus hijos que la vieron crecer.

Hortencia Portillo Delgado es trabajadora social.