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Cochabambinidad

MÁSCARAS Y ESPEJOS

Una vez publiqué un artículo dedicado a las fiestas de septiembre, mes aniversario de Cochabamba, bajo el sugestivo título de El laberinto de la vanidad. Era una adaptación simplona del estupendo ensayo de Octavio Paz sobre el ajayu mexicano: El laberinto de la soledad. Mucha gente se indignó al mejor estilo orureño, la mayoría habló mal de mí, como corresponde. No pretendía especular sobre el élan cochala, hice una simple sumatoria de especulaciones sobre la identidad cochabambina, anatematizada por los/las demás compatriotas y que se traduce en comentarios crueles e irónicos sobre el ser nacido en este valle. Uso, a propósito, el género masculino porque la cochabambinidad, en su faceta deleznable, tiene ese perfil, y estas líneas pretenden reivindicar a las mujeres de la Llajta, a las valerosas mujeres que el 27 de mayo de 1821 se enfrentaron a las huestes del imperio español y cuando un militar les preguntó si “todas ellas sí querían rendirse, dijeron que no, que más bien tendrían la gloria de morir matando”.

Ahora bien, se ha producido un desplazamiento en la simbología local, aquella que resume la historia —o la anula, transformándola—, y que es el basamento de la identidad regional. Me refiero a la creciente pérdida de la importancia de la imagen y significado de Las Heroínas de la Coronilla como ícono identitario —a las “valerosas cochabambinas” que enfrentaron al ejército colonial en la Colina de San Sebastián— y que hasta los años 90 del siglo pasado ilustraban las tarjetas postales. Además, por ese acontecimiento histórico se conmemora en nuestro país, a fines de mayo, el Día de la Madre. Y esa gesta es recordada y homenajeada por el ejército argentino que les brinda honores cuando izan su bandera albiceleste mientras una diana inaugura el lunes de cada semana. Y por tal motivo, alguien compuso, antaño, una ópera sobre ese hecho aunque solamente una vez se escenificó en alguna ciudad de Europa o en Buenos Aires. Y es seguro que por esa razón también, en el barrio de San Telmo, existe la avenida Cochabamba, por cuyas aceras caminaba la Maga, entrañable personaje de la Rayuela de Julio Cortázar. Seguramente recorría sus meandros los 21 de septiembre, por pura magia, buscando sombra bajo un jacarandá.

Resulta que el monumento a Las Heroínas de la Coronilla ha sido relegado por El Cristo de la Concordia como imagen representativa de la urbe cochala, como ícono turístico de Cochabamba. Una estatua construida en los años 80 en la cima del cerro de San Pedro —y 10 centímetros más grande que el Cristo del Corcovado, se afirma de manera orgullosa— que abraza, es un decir, la ciudad contaminada, nos representa en las postales. Como dijo un historiador: “las tradiciones se inventan” pero ésta no tiene arraigo, hubiera preferido, tratándose de íconos religiosos, que sea la Virgen de Urkupiña, al fin y al cabo es la Pachamama y así estaríamos, por lo menos, en modo plurinacional.

No deja de ser paradójico que, en esta época de reivindicación de los derechos de las mujeres y de la equidad de género, se haya producido la depauperación simbólica de Las Heroínas de la Coronilla que representan el valor de las mujeres en los albores del nacimiento del país. Al fragor de la batalla, nada menos, poniendo el cuerpo, como se dice ahora. ¿Será posible retornar al pasado? Creo que es justo y necesario para restituir la identidad cochabambina recuperando la memoria histórica.

Fernando Mayorga es sociólogo.