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Bolivia y lo fáustico

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Carlos Moldiz Castillo

Todo lo sólido se desvanece en el aire: la experiencia de la Modernidad, es una de las obras más importantes del estadounidense Bernard Marshall y una referencia obligatoria para quienes quieran estudiar la Modernidad de la forma más comprehensiva posible, a partir de quienes fueron sus primeros exponentes literarios y filosóficos, desde Rousseau hasta Dostoievski y más allá, con el histórico Manifiesto de Marx como hilo conductor de sus páginas.

Uno de sus capítulos aborda el significado de la Modernidad a través de la figura de Fausto, el protagonista de la epónima obra de Goethe, como representación del desarrollismo incesante del capitalismo, en su obsesión por establecer el reino de la libertad en este mundo y deshacerse de toda rémora del pasado; para ello, está dispuesto a cometer hasta los actos más crueles, pero en nombre de un objetivo emancipador. Un héroe trágico.

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Marshall me interesa por la diferencia que hace entre lo fáustico y lo pseudo fáustico, donde lo primero se caracteriza por grandes obras de transporte y energía que requieren la movilización y sacrificio de ingentes masas de mano de obra, y donde el deseo de lucro se combina con la planificación a largo plazo; mientras que lo pseudo fáustico, por otro lado, sacrifica a multitudes pero generalmente en vano: solo para romper sus lazos con el pasado, sin mucha perspectiva de futuro, guiado por un ideal modernizador mal entendido. 

Un ejemplo de la primera tendencia es Robert Moses en EEUU, que destruyó comunidades enteras, generalmente afrodescendientes, para levantar sobre sus ruinas inmensas carreteras en ciudades como New York. Al otro lado, creo, estaría Evo Morales, con sus canchas, coliseos y museos dedicados a una visión cortoplacista de desarrollo y condicionada, además, por cálculos electorales.

No fue una gestión mezquina, debo aclarar. Se pretendía mejorar las condiciones de vida de la población rural a través de proyectos de impacto variable, pero numerosos, que lograron elevar los índices de desarrollo humano de regiones que hasta entonces no conocían servicios como electricidad o agua potable. Algo que el reportaje de Daniel Rivera sobre el Bolivia Cambia no entiende. Dicho programa era urgente y necesario.

Empero, la brecha urbana/rural todavía es inmensa. Los teóricos de las ciudades inteligentes no entienden que el progreso de la sociedad boliviana no pasa por la consolidación de grandes urbes que reproducirán la desigualdad dentro de sus límites, sino en la superación del desequilibrio que impulsa la decadencia rural como fuente de una urbanización perversa. Si algo debía hacer el anterior gobierno del MAS, eso era cerrar aquel abismo que nos separa del campo. Por otro lado, sin aquellos 14 años, ese abismo hubiera desgarrado al país.  

Pero más allá de las limitaciones del evismo como proyecto de desarrollo, consideremos ahora que el mundo entero atraviesa actualmente una situación fáustica. Es decir, una en la que se tendrán que hacer grandes transformaciones en términos de transporte, energía, producción y consumo, ya no a escala nacional, sino planetaria.

Un artículo del último número de la prestigiosa revista Nueva Sociedad advierte que el paso del neo-extractivismo al extractivismo verde requerirá disponer de zonas de sacrificio a lo largo de todo el mundo subdesarrollado, en orden de darle un nuevo y quizá último aliento a un capitalismo moribundo.

Regiones enteras de África, Asia y Latinoamérica entrarán a una nueva división internacional del trabajo tal vez más injusta que la anterior, condenadas a morir de sed para que gente de otras latitudes pueda conducir un Tesla. Y esto mientras situaciones de escasez de agua se multiplican por doquier, superando la capacidad de gestión de Estados atrasados que eran inútiles hasta para enfrentar los problemas del siglo XX.

Estamos, ante una encrucijada todavía mayor que la geopolítica. El mundo multipolar vendrá, es inevitable. Lo que no sabemos es si estaremos ahí como parte de aquellas zonas de sacrificio faustiano en el altar de un nuevo capitalismo verde pero ecocida, o como parte de la rebelión del Sur Global contra los dueños de ese altar.

Mucho depende de lo que hagamos con nuestro litio, nuestra Amazonía y nuestros nevados. Ecorregiones que compartimos con otros países pero de las que también desea apropiarse el capital monopólico transnacional. El concepto de soberanía acaba de romper sus límites nacionales. El 78 periodo de sesiones de la ONU ilustró muy bien el tamaño de este desafío.

(*) Carlos Moldiz Castillo es politólogo