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Descomposiciones opositoras

Virtud y fortuna

Gracias a los tumultuosos ecos de la feroz pelea masista, nos percatamos poco del panorama desolador en el campo opositor y que no tiene, además, visos de resolverse. Pese a la entrada de nuevas figuras al ruedo, esas fuerzas siguen atrapadas en el mismo impasse improductivo: polarizar con el MAS para tener una base que los haga, al menos, existir o ir más allá de su espacio para realmente aspirar a conquistar el poder.

Hay que reconocer que las derechas no se han quedado quietas en todos estos años, intentaron varias fórmulas, la aventura de la institucionalización partidaria que Demócratas cultivó con cierta solvencia, el movimientismo callejero de los “pititas”, el caudillo ilustrado, un gobierno transitorio que nadie esperaba y que tuvo la ambición de quedarse 10 años gracias al control del Estado e incluso un tribuno populista que podía parar a media ciudad. Experimentos que tienen en común que no pudieron vencer al masismo en las urnas en el momento de la verdad y ese es un problema, al menos mientras haya democracia.

A dos años de las elecciones, la tómbola está nuevamente girando con el detalle, no menor, que en frente hay un desorden y un conflicto interno de difícil resolución que, entre otras cosas, está generando además un gobierno con resultados mediocres y una enorme fatiga entre sus electores. El masismo está en sus días oscuros y no parece que saldrá de ellos en el corto plazo. Melodía dulce para los opositores que se dirán que cuando el adversario hace solito las cosas pésimo, lo mejor es no entrometerse.

Sin embargo, las encuestas y la propia conversación con la gente en la calle son crueles, pese a lo debilitados que están hoy en día los oficialismos en sus varias y peleadas vertientes: las oposiciones no levantan cabeza, el movimiento cívico cruceño parece agotado después de persistir con gran empeño en tácticas suicidas, ninguno de sus dirigentes supera el 25% de opiniones positivas, su electorado está disperso y una gran parte de ellos reclaman nuevos lideres. El vacío es tan grande que es el principal factor que mencionan los voceros azules para argumentar que no están tan mal.

Incluso la entrada al ruedo de personajes como el rector Cuéllar o el voluntarismo tuitero del pintoresco grupo libertario no están despertando, por lo pronto, grandes entusiasmos más allá de los convencidos. Es que ninguno está resolviendo la endiablada ecuación que equilibre una construcción política que debe asumir la polarización con el masismo como alfa y omega de su identidad, para llamar la atención del electorado opositor más vociferante, y en algún momento hablar de otra cosa o referirse a audiencias diferentes a sus espacios usuales.

En pocas palabras, si no polarizas no entras al juego y si lo haces corres el riesgo de nunca conseguir una mayoría suficiente para gobernar. Esta camisa de fuerza era casi insalvable en los tiempos de predominancia del MAS, pero en estos días convulsos e inciertos, me da la impresión que se está aflojando un poco. Sin embargo, no hay que equivocarse, la pelea oficialista está generando confusión, pero no hay señales de un traslado masivo de votantes azules a los espacios opositores, lo que prima es la insatisfacción con todos los partidos y sus dirigencias, sin distinción.

En el fondo, quizás el verdadero rupturista será aquel que trasciende al mismo tiempo ambas polaridades, el que hable desde otros códigos a los millones que están ya en otras cosas, que asuma al país transformado sin nostalgias, sin prejuicios y con un proyecto positivo. La sociedad boliviana está molesta pero no es el país agotado y decadente por varios decenios de crisis permanente que facilita la aparición de un disruptivo destructivo a lo Milei, es un mundo aspiracional, en el que una mayoría mejoró sus condiciones de vida durante un decenio y que cree todavía que sus hijos lograrán más bienestar. Lo contrario del pesimismo y la tristeza que caracterizan a las viejas élites contrarrevolucionarias.

La posible implosión del MAS en su forma organizada actual, pero no como cultura política, puede que reconfigure incluso los propios espacios “opositores”. En estos días extraños en el que una ministra masista afirma que su principal opositor es Evo Morales, es posible que estas crisis primero fragmenten el enorme bloque nacional popular, pero inevitablemente alimenten después nuevas y sorprendentes recomposiciones. Quién sabe, quizás la disrupción y el outsider vendrán del corazón del propio masismo, imprevisto desenlace del drama casi shakesperiano en que se está convirtiendo la lucha por el poder en estos años.

Armando Ortuño es investigador social.