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Cabildo

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César Navarro

La reproducción del poder es una noción que involucra una concepción de estatalidad como hegemonía, es decir, no está reducido a revalidar la titularidad en el Gobierno, si así fuese, es limitar la política a la condición gubernamental prescindiendo del sujeto social como síntesis del poder; es el momento que empieza la sustitución en el poder por la burocracia, pero habla a nombre del “pueblo” como emisor de su legitimidad en el poder.

Ese es el tiempo de manifestación de la crisis de la hegemonía, el horizonte como causa que dio origen al presente empieza a expresarse solo discursivamente apelando a su historia para auto-validarse, justificándose asimismo como verdad y racionalidad; lo que está fuera o contra la temporalidad del poder, aunque provenga de su mismo bloque, es enemigo.

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La importancia para el país, la democracia y la política está expresada en este tiempo largo en lo popular, sindical, indígena originario campesino, es el sujeto como bloque en sus diferentes expresiones, está delimitando la temperatura del conflicto que reordena la política; los diferentes actores, si quieren aspirar a tener presencia en algún escenario, necesitan ser parte de este entramado.

Dos hechos similares nos permiten explicar la médula renovadora del “nuevo” bloque. La forma como se procedió a la elección de las directivas en las confederaciones de interculturales y campesinos con la intervención o “mediación” de la Policía significó la ausencia de liderazgo orgánico sindical, su validez depende de un factor o actor uniformado externo, es el quiebre con su “yo” histórico, como su origen dirigencial es la negación de su democracia interna, está condenado al reconocimiento estatal para validar su legalidad.

El desafío que enfrentan es complejo, múltiple, contradictorio; por un lado, necesitan presentarse como dirigentes frente a su base social, por otro, enfrentarse con la base social que tiene su misma identidad, pero que no los reconoce como legítimos, y por último, mostrarse al Gobierno como su base social campesina, es decir, tienen su propio conflicto existencial.

El momento inaugural de los dirigentes se presenta con un desafío sustantivo como autoridades sindicales nacionales, como asumir su relación conflictiva con el congreso de Lauca Ñ; optan por la impugnación y negación apelando al Estado, es decir, renuncian a su condición de actores del Instrumento para interponer recursos ante los órganos de poder estatal: electoral y constitucional.

La impugnación a la legalidad del congreso depende no de la presentación del memorial elaborado por abogados, sino de la imagen de fuerza social y simbólica que necesitan mostrar frente a la sociedad boliviana.

El simbolismo, como capital social y político, es fundamental. La convocatoria al cabildo, y del pueblo en el histórico 17 de octubre en El Alto, es la memoria e imagen de presentación; los convocantes sindicales campesinos y obreros al evento, para sentirse multitud necesitan mezclarse con el Estado. La naturaleza de este encuentro es validarse frente al Gobierno, y de éste, sentirse expresión de lo popular.

Este encuentro debiera producir un momento inicial para el nuevo bloque popular/gubernamental que parta afirmando lo que ideológicamente representa y a lo que políticamente aspira, pero contrariamente a lo que un evento de esta envergadura debió ser, los dirigentes, empezando por el representante de las juntas vecinales de El Alto, explicitó su antievismo utilizando folklóricamente la retórica del “proceso de cambio”; ese acto no ofrece horizonte, por el contrario, es la auto-negación del presente. Los 19 puntos del manifiesto leído y aprobado no imponen ninguna tarea, reto, para el actor sindical que convocó a la multitud, sino delega su deseo, anhelo al Gobierno y al tribunal electoral. Y lo que debió ser la agenda que marque la ruta pre y posbicentenario, encarga a una élite —que será gubernamental— para que la escriba y luego sea presentada por los dirigentes en conferencia de prensa, sin más multitud que los periodistas.    

Esta táctica pretende revalidar una nueva gestión de gobierno, no reproducir el poder como estatalidad hegemónica que tiene en el anticolonialismo y antiimperialismo la validez sustantiva del Estado Plurinacional.

Parafraseando a Zavaleta sobre la crisis de la revolución del 52: “Sencillamente, hacían lo que creían que razonablemente se debía hacer, pero dejaron de guiarse por ninguna noción ideológica, omitieron todas las experiencias históricas a la mano y reemplazaron la Revolución con un desordenado plan de obras públicas”

(*) César Navarro Miranda es exministro, escritor con el corazón y la cabeza en la izquierda