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Dar de comer al difunto

A FUEGO LENTO

Han pasado 44 años de la Masacre de todos Santos (1979), los responsables nunca fueron juzgados ni en este gobierno ni en el anterior. Sin embargo, las clases populares recuerdan a sus difuntos y les dan de comer para que la memoria permanezca.

Esta ritualidad en el mundo occidental consideraba a febrero mes de los difuntos en Roma, los días del 13 al 22, en los que se celebraban los llamados parentalia. El 22 de febrero se reunían todos los familiares alrededor de la tumba para realizar un banquete fúnebre. El historiador Van del Meer (1965) relata: “Ponían sobre la mesa los alimentos como oblación hecha al difunto, pues creían que su sombra estaba presente y hasta le disponían de un puesto de honor en una ‘cathedra’ que era una silla vacía. A la hora misteriosa de la tarde —pues la comida se tenía siempre por la tarde—, lo llamaban por su nombre y le invitaban a tomar parte en su sacrificio y mantener con ellos, por la comida y la bebida, una comunión de mesa y oblación”.

Los nuevos cristianos romanos continuaron con estas prácticas y la Iglesia, a través del emperador Constantino, lanzó un edicto de tolerancia el año 313 y el nuevo contingente de evangelizados, arraigados fuertemente en sus usos ancestrales, continuaron celebrando la parentalia cada 22 de febrero. La Iglesia romana intentó cristianizar esta fiesta, impulsando a la población a celebrar en esta fecha al fundador de la comunidad de la Catedral de San Pedro, con relativo éxito, habida cuenta que la celebración de dar de comer y beber al difunto rebasó más bien con excesos, hecho que provocó la prohibición por Ambrosio de Milán. Sin embargo, más lúcido y con perspectiva política, San Agustín de Hipona propuso que se “permita poner sobre las tumbas comidas y bebidas, a condición de que se hagan con moderación y se las mire como limosna para los pobres que acuden allí espontáneamente o sean expresamente invitados”

A pesar de las prohibiciones, estos rituales funerarios, considerados paganos por el culto católico romano, siguieron efectuándose de manera clandestina.

En el año 998, el abad Odilon de Cluny instituyó la conmemoración de todos los difuntos el 2 de noviembre, día después de Todos Santos, promovida para combatir paganismos irlandeses como el All Hallows’ Eve; por lo tanto, los conquistadores y evangelizadores españoles ya conocían la conmemoración del 2 de noviembre y con esos antecedentes la introdujeron a Abya Yala, convencidos seguramente que esta celebración era un aporte nuevo para facilitar la evangelización y combatir la cosmovisión indígena considerada herética.

En los Andes invadidos, el 2 de noviembre coincidía con la fiesta de difuntos, así Poma de Ayala remarca: “Noviembre/aya marcay Quilla (mes de llevar difuntos). Se sacan los difuntos de sus bóvedas que se llaman pucullus y le dan de comer y de beber y le visten con sus vestidos ricos y les ponen plumas en la cabeza y cantan y danzan con ellos. Y le pone en andas y andan con ellas de casa en casa y por las calles y por la plaza y después tornan a meterla en sus pucullus, dándole sus comidas y vajilla al principal, de plata y de oro y al pobre, de barro. Y le dan sus carneros y ropa y lo entierra con ellas y gasta en estas fiestas muy mucho” (sic).

La Iglesia, al igual que lo hiciera en Roma con la parentalia, prohibió esta costumbre, y en el Concilio Limense de 1567 se establecieron varias prohibiciones o cánones para ser cumplidos so pena de castigos. Entre ellos estaban el de poner comida y bebida en las tumbas, evitar que piensen que las almas comen y beben, no desenterrar a los difuntos para hacerles bailar, entre otros.

Durante la extirpación de idolatrías (siglos XVI-XVII), la persecución a los ritos funerarios indígenas para que la rueda de la vida continúe fue un fracaso; ya que en las distintas regiones del territorio siguieron estas prácticas, de manera clandestina, ligadas a los ciclos agrícolas de vida, muerte y resurrección.

Los difuntos son considerados semillas y volverán en los frutos del Anata y el Carnaval para celebrar la vida y la memoria.

 Édgar Arandia Quiroga es artista y antropólogo.