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Sobre la ‘grandeza’ del MAS

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Carlos Macusaya

La disputa entre “radicales” y “renovadores” en el MAS no tiene nada que ver con radicalizar su proyecto o con renovarlo y, entre otras cosas, termina desfigurando el proceso que dio lugar a que esta organización política llegue al Gobierno. No existe ninguna polémica, por ejemplo, respecto a las luces y sombras en la puesta en marcha del Estado Plurinacional o sobre medidas que, en distintos ámbitos, podrían apuntalarlo. Curiosamente estos temas “masistas” no son de interés para los bandos confrontados pues no aspiran más que a imponerse, sea en nombre del “líder histórico” o de la “renovación”, para tratar de dirigir “el ocaso de un ciclo político”.

Desde luego, esta “guerra interna” no es irrelevante, pues incluso condiciona de gran manera, directa e indirectamente, el accionar de los otros actores políticos (que han perdido toda iniciativa). Dada la gravitación del MAS se puede afirmar que el resultado de esta confrontación incidirá de manera determinante en la reconfiguración del campo político que se viene dando en el país.

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Sin embargo, en el fuego cruzado que se ha desatado y en el afán de legitimación retórica que cada bando trata de esgrimir, se echan por tierra los hechos que determinaron el papel que el MAS jugó desde 2006 y en esto caen también muchos opinadores antimasistas maquillados de analistas. Así, entre los confrontados todo se atribuye a la grandeza del MAS, que para unos sería fruto de la voluntad casi divina de Evo, mientras que, para los otros, dicha grandeza estaría dada “por el destino” a pesar de la presencia de Morales. Esta sobrevaloración del Movimiento Al Socialismo también es compartida, aunque en un modo distinto, por su oposición, desde donde se suele “explicar” el advenimiento del proceso de cambio como obra de la manipulación de un imaginado todopoderoso MAS.

Es bueno recordar, aunque sea brevemente, que desde 2000, cuando se visibiliza una “crisis general”, se fue expresando en las calles y carreteras una voluntad de cambio que rebasaba por mucho la capacidad organizativa del Movimiento Al Socialismo de aquel entonces. Se dieron una serie de grandes movilizaciones en las que lo identitario indígena se relacionaba a protesta y cuestionamiento al modelo económico vigente entonces y a los partidos políticos tradicionales, así como a la intención, cada vez más generalizada, de buscar un rumbo en el que el Estado juegue otro papel y en el que amplios sectores de la población tengan participación en las definiciones políticas del país. Un síntoma de esto se expresó en el resultado del Censo de 2001, donde más del 60% de la población se autoidentificó con un pueblo indígena.

En ese “ambiente” la idea de nacionalización de los hidrocarburos se proyectó como una condición ineludible para abrir ese otro rumbo y se convirtió en una demanda articuladora de amplios sectores y ante la cual el MAS tuvo pociones ambiguas. La reacción de los estratos más acomodados ante esta situación se dio, por ejemplo, con el cabildo organizado por el Comité pro Santa Cruz en junio de 2004. Se hicieron más evidentes las expresiones de racismo e incluso algunos sectores llegaron a plantear la división del país. La tensión era tal que incluso había quienes veían posibilidades de una guerra civil. En esa situación se posicionó la idea de Asamblea Constituyente como salida pacífica y como medio para concretar demandas.

Lo indígena se iba convirtiendo en una identidad política masiva desde los bloqueos aymaras de 2000 y 2001, y la demanda de nacionalización proyectada desde El Alto logró ser un eje de articulación entre distintos sectores del país. En todo esto el MAS no tuvo un papel relevante, pero tenía la ventaja de ser parte del sistema de partidos, lo que le abría la puerta para participar en las elecciones de 2005.

Si bien todo ese proceso abierto desde el 2000 rebasaba al MAS, éste, sacando provecho de su condición de organización legal, tuvo la habilidad de encimarse en esa situación, en la que la mayoría de la población optó por una salida pacífica, y así cosechó en las urnas la fuerza social que se había desplegado en las calles.

El MAS llegó al Gobierno por primera vez en unas condiciones históricas en las que emergió una identidad política y se proyectó una demanda articuladora. Esas condiciones han cambiado, la identidad política indígena se ha difuminado y no existe demanda articuladora que abra perspectivas de futuro.

(*) Carlos Macusaya es comunicador social