Recuperemos el respeto por el ‘otro’
El otro está ahí. Interactuamos con ellos cada día. Le solemos decir cliente, vecino, jefe, compañero, colega, amigo, dirigente hermano o simplemente dejarlo en el anonimato. Pero ellos están ahí, compartiendo con nosotros una sala de espera, una acera, un asiento en el micro, el cambio de semáforo, una parada, una misma calle, una misma mesa en el restaurante. Hay días que le compramos, otros días probablemente le vendemos.
En estos tiempos de estrés y un ritmo de vida acelerado olvidamos esta proximidad tan cotidiana y necesaria con el otro. Y usted tiene dos opciones para responder frente a esta otredad: tolerar su diferencia y aceptarlo como una fuente de aprendizaje, o negar su acción social intencionalmente superponiendo su limitado conocimiento de la realidad y negando que el otro tenga la misma participación que usted en esto que llamamos sociedad.
Ejemplos sobran de esta segunda respuesta: ¿Ha visto personas —en el trufi o en el barrio— que colocan música rimbombante con decibeles que lastiman, que despiertan a un bebé y lo irritan? ¿Ha visto a ese conductor que se estaciona cerca del centro comercial sobre la rampla para personas discapacitadas? ¿Ese vecino que omitió la palabra “Garaje no estacionar” y apagó su vehículo en la puerta durante varias horas? ¿O aquella persona que va desconectada de las necesidades del mundo con un audífono potente en sus oídos? ¿Aquel señor que fuma frente a la mamá con sus niños? ¿El micrero que introduce su “trompa” creyendo que es una astucia y no una intromisión al otro? ¿Aquel negocio que deja sin acera una calle? ¿O ese señor que prende fuego en el barrio o en el campo sin la mínima empatía por los alérgicos, los que sufren asmas, tos y a los bebés y ancianos?
Lamentablemente en el habitus diario se está perdiendo la tolerancia por el otro. Ganarle al otro es aplaudido como una viveza o una anécdota para contar a los suyos y brindarle alabanza a la soberbia. Cuando la sociedad respira intolerancia en las calles, los valores que sostienen a la familia se degradan o, en muchos casos se pierden. Ese papá que golpea a un micrero para imponer su razón, de seguro registra escenas de violencia en casa. Ese joven que prende fuego sin permiso —y sobre todo sin respeto—, probablemente soborne para borrar sus antecedentes, no pague sus obligaciones o tenga facilidad en falsificar o negociar con el contrabando.
El fin no justifica los medios. No es necesario doblegar al otro para llevar pan a la casa, ni quemar para tener tierra. ¿Acaso no es mejor tolerar y ayudar? ¿No es mejor ceder el paso, esperar que pase el otro, estirar una mano para ayudar, mirar antes de parar el vehículo, pensar antes de prender el fuego y dejar que el otro desarrolle su otredad? Lo que parece una pérdida, les aseguro, se convertirá en una ganancia social invaluable principalmente para la persona que lo hace y para sus legados. Reemplacemos el “tengo la razón” por el “te escucho y te entiendo” y “voy a hacer algo diferente”. El otro también existe. No solo tiene derechos compartidos con los intolerantes, sino que también es experto en su área, tiene mucho para enseñar, aprender y, sobre todo, es el protagonista de aquello que llamamos sociedad. Recuperemos este respeto.
Gary Rojas Jordán es periodista y cristiano por convicción.