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Transformación, sentido común y organización

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Pablo Rossell Arce

En alguna anterior entrega señalé que todo lo que la humanidad necesitaba materialmente para contar con el primer tren que funcionaba con carbón, para fabricar y distribuir la fibra óptica del internet nuestro de cada día y para lanzar al espacio las naves que llevaron al hombre —y que llevarán a la primera mujer— a la luna estaban siempre aquí, en nuestro planeta. Lo que hizo posible este nivel de progreso técnico fue el ingenio humano transformado en cultura.

O, dicho de otro modo, el paso de la consciencia individual a la consciencia colectiva. Desde los inicios de la humanidad, cualquier salto tecnológico ocurrió porque a alguien le debe haber parecido un algo que rompía con la forma “tradicional” de hacer las cosas y luego esa práctica que implicaba una ruptura se convirtió en un sentido común, y ese sentido común se convirtió en una práctica social… una cultura, pues.

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Una cadena de sucesivas innovaciones tecnológicas, descubrimientos metalúrgicos y avances en la organización social se conjugaron para pasar de la edad de piedra a la de bronce y luego a la de hierro. Desde el refinamiento en la fabricación de herramientas de piedra hasta la maestría en la manipulación de metales como el cobre y el estaño, esta transición estuvo marcada por el ingenio humano para aprovechar los recursos disponibles.

¿Qué podemos especular acerca del proceso individual de la innovación técnica en estas fases? Para empezar, que el mero hecho de que a alguien se le haya ocurrido usar una piedra para alcanzar un objetivo que no podría alcanzar solo con sus manos, implica la aspiración de ir más allá del cuerpo.

Pero si bien el progreso técnico podría tener algún nivel de concentración geográfica, se necesitó de un nivel importante de difusión del mismo. Este proceso de difusión del progreso técnico se basó en la ampliación de las rutas comerciales y de los contactos culturales. Esto implica que las comunidades necesariamente tuvieron que traspasar los límites de su entorno para ir pasando —de una manera muy lenta y paulatina— a la siguiente fase.

Por lo tanto, para que el cambio tecnológico —que se aparejó con un cambio sociocultural— sea viable más allá de la comunidad básica, fue necesario ir más allá del entorno.

Una vez que, efectivamente, el progreso técnico fue suficientemente extendido como para que aquella época fuera llamada la “era” del material determinado (piedra, bronce, hierro), estamos hablando de que la humanidad superó sus límites temporales.

Para trascender las distintas fases de la humanidad fue necesario, por lo tanto, ir más allá del cuerpo, más allá del entorno y más allá del tiempo.

De ahí en adelante, podemos encontrar un ejemplo tras otro de cómo las innovaciones técnicas, al ser adoptadas más o menos masivamente, llegaron a ser el soporte material de la economía y de la cultura en cada fase de la humanidad. Me referí en mi introducción al tren y a la fibra óptica para dar dos ejemplos. Para ello, encontraremos innumerables individuos —los pioneros y pioneras de los saltos tecnológicos— que literalmente llevaron a sus mentes más allá de su cuerpo, de su entorno y de su tiempo. Incluso en muchos casos, siendo objeto de burla por traspasar los límites del sentido común imperante hasta entonces.

Mi punto es que esta combinación, de llevar la mente —en el caso individual— y de superar la cultura —en el caso de organizaciones y colectivos mayores— más allá del cuerpo, el entorno y más allá del tiempo es la base fundamental para cualquier proceso de transformación. De hecho, no hay cantidad humana de “trabajo duro” que sustituya al cambio de mentalidad requerido para cualquier transformación.

Y, por el otro lado, el “trabajo duro” rendirá más de lo esperado cuando la organización “piense” como una unidad, es decir, cuando la transformación requerida sea parte de su sentido común. Ir más allá del cuerpo, del entorno y del tiempo implica, en este caso, un cambio de actitud, un romper con la tradición, que debe empezar en “la cabeza”, es decir la dirección de la organización o la empresa.

(*) Pablo Rossell Arce es economista