Argentina: La ira sobre el miedo
Habrá que primero sentarse en la misma mesa, intentar dialogar, que incluye escuchar al otro, y por último negociar
Mario Vega Yáñez
El neuromarketing surge en los últimos años como un descubrimiento que sostiene que existe un efecto considerable de las emociones en los procesos cognitivos, que terminarían afectando a la razón que estaría vinculada por una serie de procesos cerebrales relacionados con los sentimientos. De ahí que muchos años pensamos, de manera errónea, que la razón y la emoción van separados, y que la primera tiene un predominio sobre la segunda.
Argentina decantó su voto para presidente por Javier Milei, para sorpresa de muchos quienes pensaban que ese 11% que respondía “en blanco” o “ns/nr” en las encuestas estaban realmente indecisos y que el debate presidencial podría haber tenido un impacto determinante en los resultados de este 19 de noviembre a favor de Massa. Las dos campañas, tanto de Massa como de Milei, estuvieron guiadas por la apelación a dos de las tres grandes emociones que califica Maneiro Crespo en una valencia de “positivo-negativo”, estamos hablando de la ira y el miedo (la tercera es la esperanza o la ilusión).
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Por un lado, estaba el miedo. El miedo a un candidato desconocido, a un extremista que tenía como única propuesta romper con todo sin tener claro el qué llenaría el vacío que dejó la destrucción. El miedo a que un “loco” nos gobierne, el miedo a que los argentinos estén peor —económicamente hablando— de lo que están ahora. Que este experimento de cambio radical deje al país peor de lo que está.
Por el otro lado, estuvo la ira. Ira por seguir hundiéndose una y otra vez en una situación crítica que nadie da una respuesta clara. Rabia porque a pesar de los cambios de gobierno, son los mismos que siguen bien o mejor, pero la mayoría está peor. Ira por la impotencia de sentirse engañado con las soluciones que esa “casta política” promete dar y no tiene ningún resultado. Esa rabia que tuvo como principal programa de gobierno “destruyamos todo” y luego ya veremos.
Ya pasaron las elecciones y la ira venció al miedo. Ese más del 55% que hizo presidente a Milei en una segunda vuelta y que no se verá reflejada en una representación parlamentaria hace inevitable pensar en cómo negociar ahora para garantizar gobernabilidad. Habrá que primero sentarse en la misma mesa, intentar dialogar, que incluye escuchar al otro, y por último negociar, que implica ceder a las demandas de aquel “otro” que juramos eliminar a cambio de que ellos cedan en algunas —no todas— de nuestras demandas. Así es la democracia, así son las reglas que en estos tiempos permiten la convivencia de diferentes pensamientos en un mismo espacio.
Para Ernesto Laclau, uno de los elementos que conforma un momento hegemónico que da origen a los populismos es la aglutinación de varios sectores en torno a una idea hegemonizante (el miedo a Milei o la ira contra la casta política), identificando claramente a un enemigo que es la materialización de aquello que nos impide como grupo llegar a la plenitud y felicidad, que se encuentra al otro lado de una línea marcada que el movimiento identifica como una frontera que no se puede cruzar, esa línea es la que nos diferencia de ellos, los otros. Pues bien, si Milei quiere gobernar y hacer reales sus promesas, tendrá que negociar y cruzar esa línea que lo diferenció en campaña, con el riesgo que sus seguidores puedan tomarlo como traición.
Acá es donde entra en juego la resignificación del enemigo, el cambiarle de nombre y que permita a Milei recategorizar a los enemigos de esas reformas. Quizás la etiqueta de “argentinos de bien” que utilizó en su primer discurso nos dé pistas de quiénes entran en esa categoría como aliados y quiénes quedan fuera como enemigos.
Lo de las emociones como un recurso no es nada nuevo, basta con dar una mirada a El Breviario de Quinto Tulio Cicerón para entender que la razón nunca estuvo separada de la emoción.
(*) Mario Vega Yáñez es docente y politólogo