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Intelectuales

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Carlos Moldiz Castillo

¿Qué intelectuales?, de Ariel Petruccelli, es un escrito corto, ¿ensayo?, que reflexiona en torno a la eterna problemática del deber intelectual en las condiciones del siglo XXI, donde impera la superficialidad, la parcialidad y la emocionalidad.

Nos invita a distinguir el concepto de intelectual desde tres enfoques: antropológico, sociológico y político. El primero, siendo general a toda la especie (no hay un ser humano que no sea intelectual en comparación a una abeja); el segundo, más acotado a los seres humanos en su condición específica dentro de la economía capitalista (un profesor es intelectual, un investigador también, pero el sentido común tiende a diferenciarlos); y el tercero, centrado más en el rol público de aquel que piensa (una cosa es un académico que escribe para sus pares y sobre temas especializados, y otra un intelectual que se dirige al espacio público).

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El ensayo es rico en reflexiones, particularmente las referentes al campo político, donde queda claro que el fascismo demanda, de hecho, la supresión de la intelectualidad, siendo más simplista, emocional y poco reflexivo; mientras que la izquierda es pensante, crítica y racional por naturaleza. Basta con apreciar el esquizofrénico discurso de Milei para darse cuenta la decadencia cada vez más indisimulable de la derecha latinoamericana.

Pero tal vez la idea más bonita de todo el ensayo, la más interpeladora, es la que llama a los intelectuales a superar el academicismo, la especialización extrema (ojo, no critica toda forma de especialización ni la cualidad de la misma) hasta el punto en que ésta deja de tener relevancia social alguna. Nos llama, en sus palabras, a dejar de ser académicos por el día y militantes por la noche, uniendo estas facetas en nuevos formatos, como el ensayo.

La batalla de las ideas hoy se ha democratizado más que nunca gracias a las bondades de la tecnología, que nos devuelven a los tiempos en que la discusión ideológica estaba a la orden del día. La vieja y vetusta solemnidad de las aulas universitarias hoy es interrumpida por el apasionante boxeo filosófico donde no se trata solo de hablar con sofisticación, sino también con verdad. 

Vengo de una generación que vio nacer la era del conocimiento, en tiempos que nuestras aulas solo derramaban gotas de información que hoy es tan abundante que intoxica. Entre tanta maraña y palabrería, sin embargo, logré encontrar novedad y entusiasmo, sin guía docente que me limite. Millones, como yo, ahora dejan de ver la política como un asunto ajeno a nuestra vida privada, sino como un campo de batalla en la lucha de clases donde el papel del dirigente no ha caducado, pero que debe adecuarse al formato del convencimiento directo y sin pretensiones, que seguramente Lenin hubiera querido tener a su alcance.

Se podrá estar equivocado, pero ya no será tan fácil ser mentiroso.

(*) Carlos Moldiz Castillo es politólogo