Muerta la esperanza, nace la ilusión
Hay una nueva concentración del excedente, la informalidad atenta contra la estabilidad del Estado
José Pimentel Castillo
El 29 de agosto de 1985 se dictó el DS 21060, promulgado por el presidente Víctor Paz Estenssoro. Su contenido sorprendió a la población que había votado por el estadista de la Revolución; al haber muerto la esperanza, el gobierno popular, democrático y antimperialista, germinado en años de lucha contra las dictaduras, la imagen del abuelo arropado por un niño era la ilusión de un mañana.
El panorama era desolador, en Siglo XX había ganado Banzer, el que enlutó los campamentos mineros, en Huanuni ganó el MNR: la izquierda pasó a ser un fantasma en pena. El gobierno de la UDP, empujado a ser gobierno con un parlamento opositor, no había podido romper con la herencia de las dictaduras: la deuda externa y el abandono del aparato productivo estatal. Los paliativos aplicados: bolivianización de la economía, el control de venta de divisas, fueron las puertas para crear nuevos ricos. El problema era estructural, la deuda —obligada a pagarse por el Banco Mundial— se comía los dólares generados por las empresas del Estado, las necesidades de la población eran satisfechas con la emisión de moneda que cada día perdía su valor, lo que volcaba a la gente a las calles. Solo y abandonado, Hernán Siles Zuazo —vía mediación de la Iglesia Católica— renunció a un año de mandato. La derrota política se da cuando se promete y no se cumple.
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La solución vino de la mano monetarista, reducción del gasto público —cierre de empresas y despidos—, devaluación monetaria en favor de los exportadores privados —las empresas estatales desaparecieron—, flexibilización de la mano de obra, privatización de la seguridad social, reducción de la educación fiscal y promoción de la privada, liquidación del Banco Central como ente regulador del sistema financiero. Así se destruyó el movimiento sindical revolucionario, el aparato productivo estatal pasó a manos privadas, en su mayoría transnacionales, los servicios públicos privatizados, liberalización del mercado del trabajo sin protección social alguna, economía informal para que sobrevivan como puedan los que no logran un trabajo permanente. Así se fue creando la nueva oligarquía, sirviente de los intereses petroleros, mineros, capitales financieros (AFP), de la agroindustria y de la burocracia estatal, subvencionada por el Banco Mundial.
Todo modelo económico tiene como núcleo la distribución de la riqueza, así a la vez que se creaba una nueva clase privilegiada, a su extremo se acumulaba un pueblo marginado, obligado a vivir en una lucha constante por el pan de cada día; en esas condiciones se fue acumulando la bronca que estallaría en las “guerras” del agua y del gas, las victorias crearon las condiciones para engendrar la esperanza, a la vez se creaba un nuevo sujeto histórico y una conducción, que surgía de esos polvorientos enfrentamientos.
La esperanza comenzó a concretarse el 18 de diciembre de 2005. Si bien con el 54% obtenido por Evo Morales Ayma, sus primeras acciones, la nacionalización de los hidrocarburos y la concreción de una nueva Carta Magna, alentaron las esperanzas, que se reflejaron en un nuevo triunfo en 2009 con 64%, las políticas de distribución social y el crecimiento de la clase media posibilitaron otro triunfo electoral en 2014 con el 61%. En 2019, la victoria en primera vuelta no fue suficiente para frenar el golpe. El triunfo de Arce con el 55% reflejó el reavivarse de la llama, pero también la censura a los golpistas.
La realidad de estos 18 años es que ha cambiado mucho. El PIB ha crecido cuatro veces, hemos dejado de ser país pobre, las exportaciones se han quintuplicado —sin dejar de ser materia prima—; la clase media ha crecido, al igual que sus demandas; la migración del campo a la ciudad dispone de mano de obra precarizada; sin embargo, el crecimiento de la riqueza no ha sido acompañado por el desarrollo, ni una nueva distribución. La recaudación tributaria se ha congelado, limitando los recursos del Estado. Hay una nueva concentración del excedente, la informalidad atenta contra la estabilidad del Estado, las empresas estatales no se transforman en modernas y eficientes, el cooperativismo no es ejemplo de solidaridad y respeto a la vida, a la economía comunitaria no se la siente; es la economía privada la que crece al amparo del proceso de cambio.
Proceso que no avanza, retrocede; las expectativas de cambio se dan por un mandato del pueblo, traducido en lo constitucional: por la soberanía política y económica, la defensa de los recursos naturales para su industrialización, contra la exclusión social; esta gran victoria de la incorporación de las grandes mayorías a la vida ciudadana si no se la canaliza, crecerá la informalidad, que es, al final, negar el Estado como planificador y regulador. Las esperanzas no pasarán de sueños, situación que otros aprovecharán.
Obligado a tocar el tema mirando a nuestro vecino del sur, vemos repetirse la historia, aunque de manera burda e inesperada.
(*) José Pimentel Castillo fue dirigente sindical minero