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Thursday 16 Jan 2025 | Actualizado a 22:13 PM

2023 a cuestas

A pocas semanas del fin de año, ya es un hecho que 2023 será el año más cálido jamás registrado

Verónica Ibarnegaray Sanabria

/ 6 de diciembre de 2023 / 08:36

Descender la última cuesta del año nos hace cargar con todo el peso del camino recorrido, el cúmulo de responsabilidades propias de esta época y la inevitable cuenta regresiva de propósitos por cumplir antes de despedir 2023. El ritmo acelerado que van tomando los días nos obliga a avanzar acortando el paso, sabiendo que las rodillas sufren más cuesta abajo y que viene bien detenerse a mirar por donde vamos.

A pocas semanas del fin de año, ya es un hecho que 2023 será el año más cálido jamás registrado, con un aumento en torno a 1,4°C por encima de la media preindustrial, según el informe provisional sobre el Estado del Clima Mundial de la Organización Meteorológica Mundial. Desde junio, el planeta ha experimentado una racha prolongada de récords de temperaturas máximas mensuales que parece imparable, por la influencia del fenómeno de El Niño y el cambio climático.

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La Amazonía atraviesa una de las sequías más severas de los últimos tiempos, los niveles de los ríos y lagos han alcanzado mínimos históricos, mientras los glaciares de los Andes desaparecen a un ritmo dramático. En Bolivia, las aguas superficiales se han reducido casi en 40% en los últimos 20 años, mostrando una disminución más alarmante (65%) en el departamento de Santa Cruz, de acuerdo con un estudio reciente de RAISG y MapBiomas, que pone en evidencia su relación con la pérdida acelerada de bosques en este departamento, epicentro de la deforestación. 

La falta de agua ha dejado en situación crítica a más de 170 municipios de ocho departamentos que se declararon en desastre, según información del Videci. La intensa sequía, combinada con altas temperaturas y fuertes vientos, favorecieron la propagación de incendios forestales en cerca de 3,5 millones de hectáreas de bosques, pastizales y tierras agrícolas en el país, expandiéndose en áreas donde antes no ocurrían en esa magnitud. Si bien el balance total a la fecha no se acerca a la extensión de los incendios de 2019, lo sucedido entre octubre y noviembre ha estado muy por encima del rango histórico para esos meses, marcando una temporada atípica de incendios forestales, con consecuencias devastadoras para la biodiversidad y los medios de subsistencia de comunidades vulnerables. La contaminación del aire marcó otro récord por la intensa humareda de los incendios, alcanzando niveles extremos de hasta 313 del índice de calidad del aire en la ciudad de Santa Cruz, que provocaron la activación de la alerta roja sanitaria y obligaron a gran parte de la población a retomar el uso del barbijo y a quedarse en casa para resguardar la salud.

La crisis climática y ambiental ha encendido el debate público desde distintos frentes, poniendo el foco en el modelo de desarrollo y las políticas vigentes vinculadas al uso y gestión de la tierra, que no responden ni se adaptan a los desafíos actuales. Es alentador ver cómo se está formando una masa crítica que no está dispuesta a convivir con el deterioro progresivo de la naturaleza, pero aún parece difícil que se asuman verdaderas responsabilidades y acciones colectivas de manera cotidiana y definitiva.

Los hallazgos científicos y la evidencia reciente muestran que el cambio climático está avanzando a un paso mucho más rápido que el nuestro, llevando al límite a los ecosistemas. Estas semanas, los líderes de los países reunidos en la cumbre climática en Dubái, deben examinar el balance global de los progresos y retrocesos en la reducción de emisiones para encauzar la hoja de ruta hacia las metas que buscan evitar el calentamiento del planeta por encima de 1,5°C al 2030, mientras la ventana de oportunidad se está cerrando rápido.

Sin duda, un año complicado que ha puesto a prueba nuestra capacidad de resiliencia. Con todo, aún hay esperanzas para actuar. La naturaleza sigue siendo generosa en maravillas de la vida. Nos regala horizontes y arreboles para soñar en futuros posibles, prósperos y solidarios con nuestro entorno.

(*) Verónica Ibarnegaray Sanabria es directora de Proyectos de la FAN

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Utopías modestas

La emergencia ecológica y climática nos impone avanzar por encima de las expectativas de soluciones perfectas

/ 3 de julio de 2024 / 10:27

Hay algo de fascinante y a la vez perturbador en las historias que nos presentan futuros distópicos de argumentos posapocalípticos, casi siempre desprovistos de naturaleza. El cine nos ofrece escenas épicas y delirantes en paisajes desérticos, donde la escasez de combustible, agua y alimentos suele definir un mundo caótico y violento que nos refleja posibles realidades del rumbo en el que vamos.

Vivimos tiempos sin precedentes marcados por el calentamiento del planeta y la pérdida de biodiversidad a una velocidad alarmante y constante. “Necesitamos una rampa de salida de la autopista hacia el infierno climático”. Aunque puede sonar a una frase de la saga de Mad Max, son palabras del secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, con relación a los últimos 12 meses más calurosos de la historia registrados desde junio de 2023. En este tiempo, de acuerdo con los datos del Servicio de Cambio Climático de Copernicus, la temperatura media global ha aumentado 1,63 grados centígrados por encima de los niveles preindustriales, superando el límite acordado en el Acuerdo de París. Si bien se espera que esta tendencia de récords de calor empiece a descender a medida que se debilitan los efectos de El Niño, los científicos advierten que estos meses serán recordados como fríos frente a un futuro aún más caliente, si no logramos estabilizar rápidamente las concentraciones de gases de efecto invernadero en la atmósfera.

Consulte: 2023 a cuestas

Aún estamos lejos de lo peor de la época seca y el Pantanal ha vuelto a marcar récords de áreas quemadas para este periodo del año, anticipando el inicio de otra temporada intensa de incendios forestales, que ya empiezan a extenderse peligrosamente por el Bosque Chiquitano. Las condiciones de sequía prolongada están afectando severamente los medios de vida de comunidades, la producción agrícola y nuestra seguridad alimentaria, mientras la deforestación sigue avanzando desbocada a un ritmo cercano a mil hectáreas por día en los últimos años, según datos de la Fundación Amigos de la Naturaleza. Estamos contaminando la tierra, los ríos y fuentes de agua, destruyendo ecosistemas y alterando el clima, por nuestro irracional modelo productivo que no quiere cambiar hasta haber tumbado el último árbol.

Pienso a menudo en la reflexión que nos dejó Camus al aceptar el Premio Nobel, hace casi 70 años: “Cada generación, sin duda, se siente destinada a rehacer el mundo. La mía bien sabe, sin embargo, que no lo conseguirá. Pero su tarea quizá sea más grande. Consiste en impedir que el mundo se deshaga”. Una tarea compleja que cobra más sentido y urgencia que nunca en la espiral de crisis de estos años.

La emergencia ecológica y climática nos impone avanzar por encima de las expectativas de soluciones perfectas o de utopías inalcanzables, procurando un equilibrio entre lo ideal y lo viable. Frenar la deforestación requiere compromisos e incentivos en toda la cadena de valor vinculada a sus impulsores, desde el productor hasta el consumidor consciente. Demanda también fomentar emprendimientos que permiten desarrollar productos y mercados basados en el manejo sostenible del bosque, que benefician la economía local y son valorados por la sociedad. Los bosques bien gestionados, con la gente que vive, trabaja y comprende su territorio, son menos propensos a arder y a convertirse a otros usos de la tierra. Está en nuestras manos integrar esfuerzos y alianzas para ampliar la escala de iniciativas exitosas que contribuyan a conservar paisajes y ecosistemas íntegros y resilientes.

Son algunas utopías modestas que, si bien no tienen todas las respuestas, paso a paso nos ayudan a cambiar la narrativa para restaurar la confianza en un futuro bueno, que solo será posible con una naturaleza sana y generosa.

(*) Verónica Ibarnegaray Sanabria es directora de proyectos de la FAN

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Noción de solsticio

Verónica Ibarnegaray Sanabria

/ 21 de junio de 2023 / 09:21

La llegada del solsticio trae una multitud de festejos y rituales asociados a la fertilidad de la tierra, la cosecha y la idea de renovación.

Ese aparente quedarse quieto del sol antes de invertir su trayectoria —sol sistere—, no solo marca el cambio de estación y duración de los días y noches, es un momento de renacimiento y celebración para muchas culturas del uno al otro confín.

Es por eso que las Naciones Unidas reconocen el 21 de junio como Día Internacional de la Celebración del Solsticio. Eso alentó a los países a practicar y revitalizar sus tradiciones y costumbres en sus diferentes manifestaciones.

El fuego juega un papel central en este tipo de celebraciones y ritos ancestrales que conjugan cultura y naturaleza. Su inmenso simbolismo engloba todo lo que cabe en esta fecha; y es a la vez un elemento integrador que ayuda a fortalecer vínculos entre las personas y los pueblos.

Con todo, muchos de los ritos del fuego han ido perdiendo su carácter trascendente; las tradicionales fogatas de brasas ardientes se han ido apagando lentamente. Eso dio paso a fuegos cada vez más destructivos que se expanden sin control por cada rincón de la Tierra. 

Dicen que el fuego es la síntesis de los opuestos, es a la vez destrucción y renovación, cambio y continuidad; es unidad y pluralidad, y como tal, es también una síntesis del contexto. Su poder transformador ha moldeado paisajes y territorios en casi todo el planeta.

Los incendios devastadores que hoy vemos son el resultado de las dinámicas socioeconómicas y culturales que tienen que ver con nuestro uso y manejo del fuego y de la tierra a lo largo de la historia.

Incendios

Los cambios que hemos generado en el clima y en los ecosistemas están alimentando incendios voraces; un ejemplo son los que llevan ardiendo semanas en gran parte de Canadá; más de cinco millones de hectáreas calcinadas antes del inicio del verano, con meses más cálidos y secos por delante. Un panorama que solo tiende a empeorar. Los eventos de incendios extremos se volverán un 50% más frecuentes para fines de siglo, según un informe de Naciones Unidas (UNEP, 2022).

A medida que aumenta la preocupación por la amenaza creciente que presentan los incendios forestales a nivel mundial, aumentan también los esfuerzos que buscan dar soluciones a este problema.

El mes pasado, durante la Octava Conferencia Internacional de Incendios Forestales Wildfire 2023, la comunidad técnica y científica propuso un nuevo Marco de Gobernanza. Se basa en directrices, metas y propuestas de acción; buscan que los países gestionen mejor el riesgo de incendios y reducir las pérdidas e impactos negativos en el medioambiente y la sociedad.

En este sentido, busca marcar un cambio de acciones sectoriales predominantemente centradas en el estado y la respuesta, hacia el manejo integrado del fuego en el paisaje.

Solsticio

Esto implica abordar de manera holística todas las interacciones ecológicas, ambientales, sociales, económicas y políticas vinculadas al riesgo de incendios, con soluciones de alcance más amplio y transversal y responsabilidades que involucren a la diversidad de actores sociales, institucionales y políticos, basadas en la inclusión de las comunidades locales, teniendo en cuenta sus necesidades y formas ancestrales de interactuar con el fuego y vivir de la tierra.

En definitiva, para reducir los riesgos y daños de los incendios tenemos que modificar el contexto en el que ocurren. Gestionar el riesgo de incendios involucra mejorar la gestión del territorio; invertir en opciones que contribuyan al manejo sostenible de los bosques y la tierra, fomenten la bioeconomía y mejoren los medios de vida rurales, cambiar comportamientos y prácticas para prevenir la propagación descontrolada del fuego, promoviendo técnicas basadas en evidencia científica y condiciones más seguras para su uso y manejo. No se trata de emprender un proyecto aislado que requiere inversiones millonarias, pues muchas de las cosas que hay que hacer deben hacerse de todas formas si queremos alcanzar los objetivos de desarrollo sostenible. La noción cíclica de la naturaleza evoca hoy la necesidad de renovar la voluntad política y el compromiso colectivo que conlleva reconstruir nuestra convivencia con el fuego, de ello depende el porvenir que nos estamos jugando.

Verónica Ibarnegaray Sanabria  es directora de Proyectos de la Fundación Amigos de la Naturaleza (FAN). 

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La paz de las cosas salvajes

Verónica Ibarnegaray Sanabria

/ 1 de marzo de 2023 / 01:19

Pasada la cuesta de enero y febrero resulta difícil mirar con optimismo el rumbo que está tomando este año. Se habla de una “policrisis” global, un nuevo término empleado para referirse a las múltiples crisis que se están dando a la vez y que entrelaza un conjunto de grandes problemas económicos, ambientales y geopolíticos que se empeoran unos a otros.

Los riesgos crecientes de la inflación y el costo de la vida, la confrontación geoeconómica y la polarización social, ocupan el centro de las preocupaciones en el corto plazo, según el último Informe de Riesgos Globales 2023, amenazando con quitar impulso y socavar los esfuerzos para hacer frente a problemas de más largo aliento, como la crisis climática y la pérdida de biodiversidad.

Meses atrás, el Informe Planeta Vivo 2022 alertaba sobre el descenso del 69% de las poblaciones de animales salvajes de todo el planeta desde 1970, con un declive más dramático en América Latina que abarca el 94% de las poblaciones monitoreadas, principalmente en peces, reptiles y anfibios. Se estima que un millón de especies de plantas y animales están en peligro de extinción en las próximas décadas, según la Evaluación Mundial de la IPBES 2019 y alrededor de 150 especies desaparecen todos los días. La escala y velocidad de la pérdida de naturaleza es tal, que los científicos advierten que estamos ante una sexta extinción masiva provocada por la acción humana.

Si bien las consecuencias de la pérdida de biodiversidad pueden parecer menos evidentes y apremiantes en el futuro inmediato frente a problemas de escasez de alimentos y energía agravados por la pandemia y la guerra, y desastres relacionados al clima extremo, lo cierto es que todas las especies están interconectadas y su desaparición o disminución afecta a las funciones ecológicas y beneficios que brindan, como la estabilidad climática, agua y suelos saludables para la producción de alimentos y otros procesos esenciales para sustentar la vida, el desarrollo y bienestar de las personas.

Las respuestas cortoplacistas a las crisis actuales pueden precipitarnos hacia puntos de inflexión ecológica catastróficos si no logramos conectar toda la compleja maraña de riesgos que están en juego hoy y en el futuro. Al igual que todo, las soluciones también deberían estar interconectadas y eso implica el desafío de lidiar con varios frentes a la vez con una visión sistémica y acciones colectivas audaces.

Las alianzas para la conservación son justamente el tema central escogido este año por las Naciones Unidas para conmemorar el Día Mundial de la Vida Silvestre este 3 de marzo. Una ocasión para celebrar la belleza y variedad de la flora y fauna salvajes y los múltiples beneficios que aportan a nuestras vidas, desde alimentos, medicinas, energía, bienestar espiritual e inspiración. Buscar refugio en la naturaleza puede ser un buen antídoto para alejarnos de las preocupaciones y ansiedades que nos habitan y recuperar el optimismo, prestar atención y sentir como dice el poema: “la paz de las cosas salvajes, que no ponen a prueba sus vidas con la anticipación del dolor.” Imaginar los paisajes del futuro con lucidez y esperanza ayudará a que las acciones que tomemos hoy nos lleven a enderezar el rumbo hacia un mundo más justo, sano y armonioso con la naturaleza.

Verónica Ibarnegaray Sanabria es directora de Proyecto de la FAN.

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Clima de fuego

/ 14 de septiembre de 2022 / 01:29

Dicen que hablar del tiempo es la mejor forma de perderlo. Eso que para muchos resulta un tema de conversación demasiado banal, tan presente en nuestra forma de socializar y conectarnos como comunidad, se ha vuelto un tema ineludible de preocupación global. La reciente oleada de eventos extremos que sacudió toda Europa durante el verano mantuvo el foco de atención pública en torno a los récords de calor, la sequía histórica y los megaincendios forestales, provocando que en los últimos meses no se hable de otra cosa que del tiempo y la crisis climática.

Mientras tanto, en nuestro hemisferio sur la llegada de la primavera se anuncia con escenarios potencialmente peores. De acuerdo con la Organización Meteorológica Mundial, la agudización de la sequía en la parte meridional de América del Sur lleva el sello de La Niña, un fenómeno climático que, aunque moderado, está presente de manera excepcional por tercer año consecutivo y persistirá al menos durante lo que queda de 2022. A su vez, los pronósticos del Senamhi para estos meses advierten escasez de lluvias y temperaturas por encima de lo normal en el sudeste de Bolivia, que abarca gran parte de la Chiquitanía y Pantanal. Un panorama alarmante que amenaza con agravar la sequía y los incendios que se han multiplicado dramáticamente en las últimas semanas atizados por los fuertes vientos, y que han llevado a 16 municipios cruceños a declararse en desastre, según informes de la Gobernación de Santa Cruz.

Lo cierto es que los fenómenos ligados al tiempo y clima extremo están detrás de la gran mayoría de los desastres, y su aumento sostenido en las últimas décadas se debe a la influencia del cambio climático y la acción humana. Estamos viviendo lo que muchos científicos llaman un clima de fuego, por el aumento de días más calurosos, secos y ventosos, que generan condiciones favorables para la propagación de incendios forestales incontrolables. De ahí la importancia vital de mejorar el acceso y alcance de la información meteorológica y climática, con pronósticos y alertas que permitan tomar medidas preventivas y anticipatorias para reducir el riesgo de desastres.

La alerta temprana es una buena práctica que han adoptado comunidades chiquitanas para prepararse ante el peligro de incendios, apoyándose en el uso de tecnología digital y la observación del tiempo. Días sin lluvia, humedad del ambiente, temperatura y velocidad del viento, son parte de las mediciones que toman a diario con instrumentos meteorológicos y teléfonos inteligentes para estimar el peligro de incendios y difundir la alerta. La participación comunitaria en el monitoreo de riesgos, la alerta temprana y la primera respuesta, articulada a los mecanismos de coordinación local con los distintos niveles, son la punta de lanza en los esfuerzos que se están desplegando para combatir los incendios.

Los desafíos actuales exigen estar en constante preparación y alerta para ser capaces de actuar en el momento justo, bajo condiciones cada vez más adversas que ponen a prueba toda capacidad de respuesta. Esperemos que los vientos y calor extremo puedan dar una tregua a las comunidades y combatientes que están en primera línea frente al fuego, y que esa ilusión de lluvia que nos regala hoy el pronóstico sea un buen augurio de la ansiada llegada de las primeras precipitaciones con el cambio de estación.

Sin duda, hay charlas mucho más banales que hablar del tiempo que hoy ocupan gran parte de la atención de los medios. Hablemos más del tiempo, de sus cambios y riesgos crecientes, que no son más que el resultado de nuestros modos de vida insostenibles, que pese a todo no cambiamos.

Verónica Ibarnegaray Sanabria es directora de Proyectos de la FAN.

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¿Volver a la naturaleza?

/ 16 de febrero de 2022 / 01:03

Cada nueva crisis nos obliga a mirarnos al espejo como sociedad y a tomar conciencia de nuestra relación con la naturaleza. Estamos ingresando al tercer año de pandemia y con todo, la gente parece estar cada vez más consciente de la gravedad de los riesgos que presentan la crisis climática y el colapso de la biodiversidad para el mundo. Según el Informe de Riesgos Globales 2022 publicado recientemente por el Foro Económico Mundial, el fracaso de la acción climática, el clima extremo y la pérdida de biodiversidad, son los tres riesgos más graves y potencialmente dañinos para las personas y el planeta en la próxima década.

No debería extrañarnos que entre todos los riesgos de diversa índole (económicos, tecnológicos, geopolíticos, sanitarios, etc.), los riesgos ambientales dominen las preocupaciones sobre las amenazas más críticas que enfrenta la humanidad, dado el aumento de la frecuencia de grandes incendios, récords climáticos, sequías e inundaciones en todo el mundo. Lo que resulta una llamada de atención importante para los líderes mundiales es que se perciba el fracaso de la acción climática como la mayor amenaza global, develando la falta de confianza en la voluntad política y en nuestra capacidad para frenar la crisis climática y ambiental desde sus causas estructurales, y esas causas están relacionadas con el modelo actual de producción y consumo y la degradación de nuestro medio natural.

Parafraseando a John Muir: Cuando tiramos de una cuerda de la naturaleza, encontramos que está conectada a todo lo demás. Los bosques son esenciales para la conservación de la biodiversidad, la regulación del clima y el ciclo del agua, y su destrucción pone en riesgo la base ambiental de nuestra propia supervivencia. La Amazonía se acerca peligrosamente al punto de no retorno que vienen advirtiendo los científicos desde hace años, con casi una cuarta parte de su territorio bajo un estado de perturbación avanzada por la deforestación y degradación, según alertó la RAISG en 2021. La pérdida de los bosques de la Amazonía tendrá impactos irreversibles en procesos vitales como la generación de lluvias, con consecuencias desastrosas en la intensificación de sequías, escasez de agua y riesgos de incendios en regiones altamente expuestas y vulnerables como la Chiquitanía y el Bosque Seco Chiquitano. Así como la deforestación y la expansión agrícola en los Bañados de Isoso, un humedal y sitio RAMSAR de importancia internacional, amenazan con acelerar la pérdida de biodiversidad y la crisis del agua en el Chaco, además de la conectividad hidrológica con otro sitio RAMSAR ya degradado, que es Laguna Concepción, comprometiendo la seguridad hídrica y alimentaria de poblaciones indígenas vulnerables.

Lo sucedido con el puente construido sin estudios de impacto ni licencia ambiental y los consecuentes desmontes en el río Parapetí y los bañados de Isoso, es un reflejo de lo que viene ocurriendo a mayor o menor escala con nuestras áreas naturales en todo el país. Las repercusiones que ha generado esta noticia reflejan también el descontento general y esa toma de conciencia ambiental de la sociedad, que exige a las autoridades de todos los niveles que actúen consecuentemente con las leyes y políticas vigentes y discursos en favor de la Madre Tierra.

Dicen que de todas las crisis se aprende, y aunque hoy somos más conscientes de que la salud de las personas está estrechamente relacionada con la salud del planeta y la biodiversidad, aún no parece haber un verdadero reconocimiento del sentido de urgencia de actuar sobre los riesgos ambientales para prevenir futuras crisis. No se trata de oponerse a las necesidades de desarrollo, ni de volver a la naturaleza, como si fuésemos algo opuesto o exterior a ella. Hablamos, en todo caso, de reconstruir nuestra relación con la naturaleza, ponerla al centro de las decisiones en las agendas de desarrollo y del futuro al que aspiramos.

Verónica Ibarnegaray es Directora de Proyectos Fundación Amigos de la Naturaleza.

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