Gracias totales
Pablo Rossell Arce
Este columnista toma una pausa. No sé cuánto durará, no estoy aún seguro si continuaré publicando lo que escriba. Pero siento que es momento de dejar este espacio que tan generosamente me ha acogido en su periódico, La Razón. Mis motivos son estrictamente personales.
Quiero reconocer a la gente que me ha leído. Algunas personas vieron mis ideas plasmadas en papel, otras en el periódico digital y algunas otras porque en ocasiones colgué mi columna en alguna red social y tuvieron la generosidad de darle alguna retroalimentación. A cada persona que leyó, ya sea que me contactó o no, quiero agradecerle de corazón.
También quiero agradecer a Miguel Gómez, mi editor. Miguel siempre ha mantenido un perfil súper profesional, haciendo seguimiento a mis fechas y en más de una ocasión ha ido más allá del manual y ha editado mis textos en horarios inapropiados, con paciencia y esmero.
A nuestra directora, Claudia Benavente le agradezco el haberme abierto las puestas de La Razón y haberme dado la oportunidad de lanzar mis ideas para encontrar espíritus con los que conectar mis reflexiones. Me abrió las puertas de La Razón con la generosidad de quien abre las puertas de un hogar en el cual yo he sentido absoluta libertad para discutir cualquier tema.
He denominado mi columna como Orden Caótico y creo haberle hecho honor al nombre: de manera caótica, pero siempre esforzándome por ser ordenado, he escrito sobre energía, banca, transformación, innovación e identidad.
Pero además, el nombre del espacio me pareció que refleja esta realidad pospandemia que vive el mundo entero, no solo nuestro país. Noto que las certezas históricas y las referencias temporo-espaciales parecen haberse trastocado por completo y, sin embargo, soy un optimista radical en sentido de que la humanidad va a salir de ésta con un salto hacia un nuevo sentido común. Las herramientas y los conceptos están, solo falta decidir qué cosa queremos dejar de ser, para dejar ese espacio vacío en el que una nueva creatividad llene de sentido nuestro futuro.
Y dejar de ser lo que creíamos es el paso más difícil, individual y colectivamente. Pensar distinto que nuestros ancestros suena a traición, suena a desintegración. Traición no creo, desintegración; hasta cierto punto, puesto que creo que luego nos reintegramos con una nueva creatividad y un nuevo horizonte.
Este mundo caótico está necesitado de nuevos horizontes. Pero esos horizontes no van materializarse con el actual nivel de consciencia colectiva, y esa consciencia no va a cambiar si no decidimos ir abandonando el equipaje pesado e innecesario de ciertas identidades que cada una de nosotras y nosotros ha asumido como una cuestión de fe y lealtad para con el grupo al que queremos pertenecer. El arte está en quedarse con el legado de valores y creencias que nos hacen crecer y en tener la sabiduría para despojarse de los que no.
Nuevos horizontes y nuevas sensibilidades son posibles siempre y cuando nos expongamos a nuevas ideas y nuevos sentidos comunes. Por eso ha sido para mí tan importante señalar los espacios en los que francamente hemos fallado a nuestra niñez y juventud en materia de educación, y por eso le he dado importancia a aprovechar este espacio de difusión de ideas, para ir motivando el debate y la discusión.
Este caos que vivimos —creo yo— tiene la semilla de un nuevo orden, más humano y más abierto a nuevas sensibilidades. Con esas reflexiones finales me despido de este ciclo de columnas deseándoles a todas y todos ustedes un 2024 lleno de transformación y muchas bendiciones sorpresivas, que salgan de la nada.
Pablo Rossell Arce es economista.