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Cuero de chancho

La A amante

Quienes no somos médicos, en algún momento nos preguntamos cómo hacen los galenos para trabajar al lado de la enfermedad, al lado del dolor, tratando de esquivar la muerte de sus pacientes. Nos preguntamos si en algún momento no se les desgasta la sensibilidad. O si algunos profesionales no han canjeado su vocación por un rentable modelo de negocio. Ojo, la medicina no es el único campo del conocimiento que siempre está abierto a este debate. El mundo de la justicia es otra ruleta rusa que gira sin mirar el tejido íntimo de cada conflicto, sin percibir los latidos de los sentimientos de cada matrimonio roto, sin registrar los factores subjetivos y objetivos de cada proceso, los lados claros y turbios que no calzan en las figuras predeterminadas de una justicia que funciona con figuras y esquemas que le quedan siempre chicos a cada conflicto humano irrepetible. En el caso boliviano, una justicia presa de una evidente miopía y de rodillas frente a los tentáculos de la corrupción, esta sí bien blindada por la falta de voluntad política hace décadas y décadas. Pese a ello, siguen taladrando las preguntas: ¿cómo duerme un juez que libera a un feminicida?, ¿cómo pasa la Navidad otro juez que por un puñado de dinero dictó una sentencia sin dar la palabra a una contraparte?

El periodismo es otro mundo complejo. Si bien es cierto que el coro general de la sociedad se entera, se alegra o sufre (las más de las veces) con las noticias cotidianas, cuando se harta de la vorágine informativa puede desconectarse, desenchufar su tele, o cambiar de dial, o evitar las redes informativas y quedarse con los gatitos en TikTok, sumergirse en su cotidianidad, en su trabajo, en su pasatiempo, en su serie o en su libro o refugiarse en la paz de su jardín o la ternura de la plaza cuando las noticias llegan al nivel del cansancio.

Las y los periodistas tenemos un cordón umbilical con las noticias. Difícil soltar el hilo del acontecer del país o del mundo. ¿Habrá algún colega (por lo menos en América Latina) que logre soltar las noticias cuando se va de vacaciones? ¿No se preguntarán, desde el mundo ajeno al periodismo, si cuando redactamos notas sobre la multipolar guerra entre Rusia y Ucrania o sobre las muertes de civiles en la Franja de Gaza, o sobre los niños que se duermen mirando un video de You- Tube de gente comiendo papas fritas y con el estómago vacío, o cuando actualizamos las estadísticas de las mujeres que son apuñaladas por sus parejas o exparejas, no se ha transformado nuestra piel en cuero de chancho?

De acuerdo, no todas las noticias son malas. Están las maravillas de la naturaleza, está la fiesta del fútbol (cuando una Federación de Fútbol no secuestra un campeonato), está la creación de sentidos desde el arte, está el talento de jóvenes extraordinarios, está la solidaridad de colectivos por causas justas… Sin embargo, hay que admitir que la información está dominada por las consecuencias de las guerras, de los genocidios, por los abusos de los uniformados militares o policiales, por los abusos sexuales contra las más expuestas, por las crisis económicas, por los enfrentamientos políticos, los índices de criminalidad, por la inseguridad…

Estos últimos días, nuestros ojos, con lentes periodísticos o no, se llenaron de las imágenes ecuatorianas. Las quemas de vehículos; los asaltos en medios de comunicación; la huida de la cárcel de Fito, líder de la banda delictiva Los Choneros; la militarización de un país que no se reconoce a sí mismo; las amenazas que circulan en los medios, los desplazamientos del narcotráfico que avanzan sin pasaportes y penetran las fuerzas policiales, militares, los partidos políticos, las capas de la pobreza, la fragilidad de jóvenes, adolescentes y niños huérfanos de techo, de alimentación diaria, de salud, de educación, de bienestar. El narcotráfico, la mezquindad política, la corrupción, la violencia sin alma, los grandes intereses que ni siquiera tienen bandera sobrevuelan sobre los huérfanos de esperanza.

Esta A se acuesta con un pensamiento en el Ecuador más humano, en el verdadero pueblo y se despierta con un pensamiento en la foto de ese joven quiteño (tal vez), con ropa vieja, custodiado por otros dos jóvenes ecuatorianos vestidos de militares, con caretas de calaveras, empuñando armas de guerra. Hay una sola buena y pequeña noticia íntima: escribir estas líneas con un nudo adentro quiere decir que en este rincón hay piel que siente y no cuero de chancho.

Claudia Benavente es doctora en ciencias sociales y stronguista.