Varias entidades internacionales que realizan el seguimiento de los escenarios internacionales coinciden en que este año el mundo enfrentará mayores riesgos que en el pasado, debido a la mayor intensidad que se pronostica en el despliegue de los conflictos geopolíticos y al aumento de los desastres naturales originados en la mayor temperatura de los océanos, lo que sumados provocarán mayores flujos migratorios y de refugiados, en un contexto de mayor racismo, intolerancia y discriminación de los principales países receptores. Por otra parte, el número excepcional de elecciones políticas a lo largo del año muy probablemente aumentarán significativamente las mentiras, la desinformación, las noticias falsas y los discursos de odio, que tendrán como una de sus principales herramientas a la inteligencia artificial, con el consiguiente debilitamiento y desconfianza respecto de las instituciones democráticas. La inseguridad y el miedo en ninguna parte han sido propicios para soluciones democráticas. Muy por el contrario.

Resulta comprensible por todo lo anterior que en los diferentes catálogos de riesgos internacionales se mencione en uno de los primeros lugares a la posibilidad de que Trump resulte electo por segunda vez en noviembre de este año en Estados Unidos. Se trataría probablemente del acontecimiento que provocaría los mayores estropicios en el ya deteriorado orden internacional y en sus principales instituciones, en particular las que se ocupan de los derechos humanos, el cambio climático, la cultura y el financiamiento multilateral al desarrollo.

Nadie duda de que Trump bloquearía la necesaria regulación internacional de la inteligencia artificial, así como también los acuerdos que estaban madurando respecto del cobro de impuestos a los grandes monopolios tecnológicos. Es más probable, en cambio, que se profundice la aplicación de aranceles proteccionistas para las importaciones provenientes de la Unión Europea y la China, seleccionadas más por el daño económico que pueden infligir que por un enfoque de política industrial.

La región latinoamericana está muy mal preparada para hacer frente a los riesgos mencionados, incluyendo por supuesto las consecuencias que se deriven de una posible elección de Trump. Y aunque tal cosa no ocurriera, ahí quedan de todos modos los demás riesgos que requieren necesariamente respuestas colectivas de parte de América Latina, y en su defecto de parte de grupos de países articulados a geometría variable.

Así, por ejemplo, la relocalización de las cadenas globales de valor desde China hacia América Latina va a continuar en el futuro, aunque por de pronto parece que México será el país más beneficiado por su proximidad geográfica con los Estados Unidos, por la dimensión de su economía y por la amplia experiencia acumulada desde la época de la maquila fronteriza primero y los tratados de libre comercio más adelante.

En América del Sur, Brasil podría jugar a su vez un papel relevante en el establecimiento de cadenas regionales de suministro para varias ramas industriales y conglomerados tecnológicos, donde se incluya la participación deliberada de Bolivia y eventualmente también de otros países sudamericanos. Se pueden mencionar como ejemplos las máquinas y artefactos involucrados en la transición desde los combustibles fósiles hacia las energías renovables, con sus componentes de minerales tecnológicos y tierras raras.

A tal efecto se requiere, sin embargo, disponer previamente de una estrategia de transformación y diversificación productiva de largo plazo, que establezca los objetivos prioritarios de la política económica internacional, así como el elenco correspondiente de diplomáticos y técnicos debidamente capacitados para conducir responsablemente negociaciones internacionales complejas.

Horst Grebe es economista.