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Sin tiempo para el duelo

Virtud y fortuna

El primer mes de este año fue un torbellino de conflictos y malos augurios en la política y la economía, ratificando que estamos en un tiempo de incertidumbre y ausencia de respuestas desde la dirigencia e incluso en la propia sociedad. Podríamos dedicarnos a evadir esa incómoda realidad, desear que vaya a peor, buscar culpables o lamentarnos, el cinismo, el furor y el temor son siempre malos consejeros.

Otra tentación es pensar que será suficiente que los dirigentes involucrados en este desorden tomen “consciencia” o tengan alguna iluminación divina o ideológica para que modifiquen sus comportamientos y arreglen el lío, no seamos ingenuos. Más bien, es necesario entender que detrás de todo esto, hay algunas tendencias de largo plazo que se debe enfrentar.

Desde al menos 2018, se intuía que estábamos frente a un necesario periodo de recomposiciones y adaptaciones. Obviamente, no pensábamos que iba a ser tan conflictivo. Los eventos de los años posteriores fueron los primeros temblores de los cambios tectónicos que venían por delante. La movilización contra los golpistas y la elección de 2020 se constituyeron en una oportunidad de aterrizar con suavidad para luego despegar.

En esos años le dije a un amigo que el triunfo de Arce era la última elección del viejo ciclo, que era una anomalía fruto de la desastrosa y criminal presidencia de Áñez. Había que abrir un nuevo tiempo, habilitar una adaptación menos peligrosa. Tarea nada fácil pero que no se hizo, aunque se debe reconocer que las crisis globales tampoco ayudaron.

Pero eso no justifica, solo contextualiza, los grandes desaciertos de la dirigencia política, principalmente oficialista, en los últimos dos años. Lo digo sin rencor, pero con la severidad de un elector y ciudadano desilusionado. Tendremos pues que vivir tiempos de crisis y salir fortalecidos de los mismos, no hay otra, sin llorar, como dice la morenada.

La dificultad es que no hay salidas rápidas ni simples, pues hay cambios de fondo en el mapa del poder, en las expectativas de los ciudadanos y en la economía que se deben tratar. Por ejemplo, el derrumbe de la gobernabilidad hegemónica es casi ya un dato ineludible. Hoy, el oficialismo ni siquiera es ya la fuerza preponderante en la Asamblea Legislativa, al punto que para intentar domarla está teniendo que recurrir a manipulaciones político-judiciales que solo degradan aún más sus posibilidades de construir estabilidad.

Al mismo tiempo, la poderosa alianza político-social que estuvo en la base de 15 años de gobierno transformador está inmersa en un proceso de descomposición de su forma original. Lo más visible es la crisis de su pilar corporativo, escindido entre la captura prebendal por el Gobierno y la fragmentación desilusionada de sus bases, pero no menos importante es la desafección de los electores populares individuales que no entienden el sentido de la pelea de la dirigencia masista y sobre todo que no ven sus intereses considerados por esas élites.

¿Eso quiere decir que el masismo está muriendo, para felicidad de algunos? No lo creo, quizás solo está mutando a otras formas de adhesión. Igual que vivimos 15 años con un bloque opositor sociológicamente sólido, pero sin representación partidaria, tal vez estamos ante la emergencia de un bloque masista, igual de fuerte en su adhesión a las ideas y legado del Estado Plurinacional, pero con similares desconfianzas con las dirigencias que dicen representarlas. ¿Fragmentación partidaria coexistiendo con bloques político-ideológicos sociológicamente fuertes?

De igual modo, las turbulencias en la economía no son solo resultado de los errores del Gobierno actual, sino de la emergencia de un nuevo mapa de poder económico, donde los sectores privados, formales e informales, tienen más fuerza, en el que el Estado empresario sigue siendo importante, pero con signos de agotamiento por el fin del ciclo del gas. Parte de la respuesta a la crisis actual está en repensar en una economía política para ese nuevo mundo.

Al escribir esta nota no dejaba de sentir cierto vértigo, debo confesarlo, pero se me fue pasando por la urgencia de trabajar, no hay tiempo para el duelo en estos días de Carnaval, hay mucho por hacer por nuestro gran país.

Armando Ortuño Yáñez es investigador social.