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En busca de nuestra democracia

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José Pimentel Castillo

La apertura a la democracia fue algo inesperada. Banzer, a su retorno de una entrevista con el presidente Jimmy Carter, anunció la convocatoria a elecciones, sorpresiva por cuanto el movimiento popular estaba diezmado, luego de la intervención militar a las minas (1976), el sometimiento a los sindicatos con los relacionadores, las universidades controladas, el movimiento campesino aherrojado por el pacto militar-campesino, los partidos políticos destruidos. ¿Qué pasó para que el dictador diera ese paso? Simplemente la estrategia del norte había cambiado, se impuso la democracia “controlada”; fue una parodia de democracia donde se vota pero no se elige. La premisa era clara, al concentrar el poder en una élite, excluye a las mayorías, justificando rebeliones: ya era previsible el triunfo sandinista en Nicaragua (1979).

Banzer cumplió la orden. En noviembre de 1977 sacó una convocatoria para elecciones generales, con la exclusión de medio millar de ciudadanos. La puerta entreabierta abrió paso a la huelga de las mujeres mineras, que con su masificación logró que el dictador diera la amnistía general; esta concesión no implicaba negar su estrategia, tenía el poder para controlar el proceso electoral. Nombró la corte electoral, eligió su candidato, tensó el pacto militar-campesino para garantizar los votos de esa mayoría que alcanzaba el 65% de la población. El fraude fue tan escandaloso que la corte electoral no dudó en anular las elecciones.

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Los militares no estaban contentos con su rol subalterno, así se fueron sucediendo golpe tras golpe, sumándose 13 presidentes en menos de cuatro años. Los golpes fueron alentados por políticos y por las dictaduras de Brasil, Argentina y Paraguay. En este periodo fue la movilización popular obrero-campesina que hacía retroceder a los golpes, la COB era el frente de lucha, sin pretender tomar el Poder Ejecutivo; para llegar a eso había que romper la democracia liberal e implantar un gobierno de los trabajadores, visión que se perdió cuando las banderas socialistas y de poder popular se trocaron por la constitucionalización. Finalmente, la narcodictadura de García Meza les llevó al aislamiento y en 1982 se hizo el traspaso de la presidencia a un civil. Para tomar medidas contra la crisis económica, herencia de la dictadura, el presidente Siles fue preso del parlamento opositor; al final de su mandato declaró la mora de la deuda externa, era tarde.

El fracaso de la Unidad Democrática y Popular arrastró a toda la izquierda, mientras el poder lo mantenía la oligarquía ligada al imperialismo y las fuerzas coercitivas; se impuso el modelo neoliberal en lo económico y el sistema de partidos en lo político. La angurria de poder creó infinidad de partidos, obligando a la sumatoria de sus votos para elegir presidente, las propuestas electorales quedaron atrás; el voto popular dado a uno y en contra de otro desaparecía en la repartija de cargos. El desprestigio fue tal que tuvieron que aplicar mecanismos para recuperar su credibilidad y fortalecer a los partidos: corte electoral de notables, financiamiento estatal y fiscalización de las cuentas, diputados uninominales, defensor del pueblo, participación popular, control social; pronto las recetas eran olvidadas, volviendo a las viejas mañas. Mientras tanto, el modelo neoliberal seguía con la privatización y transnacionalización de los recursos naturales y los servicios, aumentando la pobreza con la flexibilidad laboral.

Desde la profundidad de la marginalidad, el movimiento del campo pudo perfilar una nueva democracia sin partidos políticos: sus eventos sindicales eran fuente de inspiración, sus resoluciones definían objetivos con claridad y preveían los obstáculos, veían unidas la naturaleza y su vida; su subsistencia era una lucha en el mercado capitalista, su lucha gremial siempre concluía en convenios que no se cumplían o eran rechazados por ser políticos, ámbito al que estaban prohibidos; de ahí surgió la necesidad de un instrumento que incursione en la arena política y plasme las resoluciones de sus ampliados y congresos. Su participación en las “guerras” del agua y del gas mostró su perfil de líder nacional.

En momentos de incertidumbre valga la pena recordar, para reafirmar, que nuestra democracia inscrita en la Constitución Plurinacional no es la democracia de partidos, sino la acción organizada del pueblo, que tenga la capacidad de definir objetivos y sea quien ejecute: democracia directa y participativa, debate constante en todos los ámbitos de la vida social. Estar orgulloso de ser y vivir como pueblo, crecer con él.

(*) José Pimentel Castillo fue dirigente sindical minero