Monday 17 Feb 2025 | Actualizado a 12:56 PM

América Latina, entre Milei y Bukele

/ 2 de marzo de 2024 / 06:46

Argentina, el segundo país sudamericano más grande (2,78 millones de km2) y El Salvador, el más chiquito centroamericano (21.041 Km2), democráticamente, regalaron al mundo, en periodo carnavalero, dos singulares ejemplares que, desde ese Macondo donde abunda el realismo mágico, exporta espacios preferentes en la prensa planetaria: Uno es el bonaerense Javier Milei (52), figura televisiva de frondosa melena felina, ojos azules, sonrisa fácil, solterón sin hijos pero con cinco perros adoptados. Economista de ideas extravagantes tan libertarias y pro-capitalistas que incluso sorprendió al auditorio monetizado en Davos. De emociones radicales, al decidir convertirse al judaísmo, siguió viaje a Israel para frotar su naso en el muro de las lamentaciones de Jerusalén y ofrecer su modesto concurso al primer ministro israelí para reforzar el genocidio que se opera en Gaza. Sin esperar la ceremonia de su propia circuncisión según manda el kabbale, guardose el sagrado texto hebraico en la faltriquera y armado de una caja de alfajores cordobeses, acompañado de su hermana Karina, como todos los caminos conducen a Roma, imploró audiencia a su compatriota el papa Francisco, de quien antes se había referido como al “hijoeputa que predicaba el comunismo”. Cristianamente, el ilustre jesuita al perdonar su arrepentido lamento, le obsequió una estampita de Mama Antula, la primera santa argentina canonizada ese mismo día. Al retornar a Buenos Aires, Milei lo hizo en vuelo comercial, donde una vez a bordo estrechó manos con todos y cada uno de los atónitos pasajeros. Terminada esa inusitada luna de miel, en la capital lo esperaba un congreso adverso que derrumbó gran parte de sus pretendidas reformas con el apoyo de miles de piqueteros bulliciosos que harán difícil que termine pacíficamente su mandato presidencial.

Entretanto, en el istmo centroamericano, a sus 42 años de edad, Nayib Bukele era nuevamente elegido presidente de El Salvador, por abrumadora mayoría (85%), junto a un parlamento totalmente controlado. De padre palestino, lleva en su ADN la habilidad y la astucia de los vendedores de alfombras mágicas en los bazares orientales y esa ventaja, trasladada a su profesión de publicista, le sirve para atraer millones de militantes a su partido Nuevas Ideas. En su primer periodo presidencial (2019-2023), en una economía ya dolarizada, implantó el bit-coin como otra alternativa de moneda corriente. Pero, sobre todo, impuso el  “estado de excepción” para atrapar y encarcelar, sin juicio previo, a más de 76.000 pandilleros que agrupados en la Mara Salvatrucha y la Mara 18 aterrorizaron diversas colonias salvadoreñas durante 30 años, contabilizando 120.000 asesinatos. Gran hazaña que convirtió a El Salvador de ser el país más inseguro del mundo a la antípoda de excelsa seguridad. Sus detractores acusan a Bukele de irrespeto a los derechos humanos y —sin excusas— los delincuentes encerrados en una moderna cárcel, semidesnudos, con solo alimentación básica, sin derecho a visitas, ni teléfono o comunicación alguna con el exterior, languidecerán hasta su muerte en esas condiciones, bajo la inculpación de su pertenencia a las maras, comprobada por los ostensibles tatuajes que portan y que constituyen la única e irrefutable evidencia de los crímenes cometidos. En su segunda entronización, Bukele prometió dos batallas más: acabar con la burocracia superflua y encarcelar a los corruptos en prisión idéntica a la de los pandilleros. Con ese atractivo programa su popularidad suma y sigue, con tal éxito que el Ecuador azotado por el asedio de los narcotraficantes imita abiertamente aquel modelo, y otras naciones de la región y el mundo alaban los éxitos logrados.

La región latinoamericana enfrenta el dilema de esos dos modelos, al medio de mandatarios anodinos los unos y peligrosamente populistas, los otros. Y, para colmo, ambos fenómenos fueron ovacionados por la Convención Conservadora Americana bajo el alero personal de Donald Trump.

Carlos Antonio Carrasco
es doctor en Ciencias Políticas y miembro de la Academia de Ciencias de Ultramar de Francia
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El americano feo

Carlos Antonio Carrasco

/ 15 de febrero de 2025 / 06:00

Fue en 1958, en pleno auge de la Guerra Fría, que apareció la obra clásica del tándem William Lederer y Eugene Burdick intitulada El americano feo en la que se retrataba en estilo novelesco las torpezas y trampas de la diplomacia estadounidense en el sudeste asiático, cosechando de esa manera la repulsión y el odio popular no solamente en ese espacio, sino en todo el mundo. Aquel sentimiento que tardó allí años en acumularse, lo consigue —ahora— Donald J. Trump, en las primeras semanas de su gobierno, mediante sus famosos decretos ejecutivos y sus destempladas declaraciones a la prensa. Proeza que la psiquiatría podría explicar como la sed de revancha por las humillaciones sufridas en el interregno entre sus dos presidencias, cuando la Justicia lo halló culpable de 34 cargos criminales a los cuales escapó gracias al estruendoso apoyo popular que lo llevó nuevamente a la Casa Blanca.

En el plano interno, su obsesión por extinguir legalmente la noción sobre la orientación sexual del individuo es tan notable como su fobia contra los 11 millones de migrantes indocumentados que sufren persecuciones inmisericordes hasta ser capturados y deportados sañudamente.

A ello se suman los daños colaterales que causan ciertas medidas de orden internacional, siendo la más ilustrativa el cierre de Usaid, la agencia de ayuda al desarrollo, que financiaba proyectos de vivienda, salud y educación en países del Tercer Mundo. Luego, la renuncia al Pacto de París sobre el cambio climático y el retiro de la Organización Mundial de la Salud, ambos pasos que afectan seriamente la concertación multilateral para beneficio humanitario. Si el ahorro fiscal de miles de dólares sirvió como pretexto para esas acciones, no se entiende el alejamiento de Estados Unidos del Consejo de Derechos Humanos de la ONU y menos las sanciones impuestas a la Corte Penal Internacional que juzga precisamente a los gobernantes perpetradores de aquellos derechos.

En otro acápite, se nota que MAGA (Make América Grate Again) que parecía ser un mero eslogan electoral se convirtió de metáfora en intención de expansión imperial cuando Trump invoca la posibilidad de hacer de Canadá el 51 Estado de la Unión, de recuperar nuevamente el Canal de Panamá, de rebautizar el Golfo de México como Golfo de América o de comprar Groenlandia.

Empero, entre sus ocurrencias, la más osada es la conquista pura y simple de la Franja de Gaza, para instaurar allí con el dominio americano un novedoso proyecto inmobiliario que transforme esa tierra, de tanto sufrimiento bajo el genocidio israelí, en una lujosa “costa azul” del Medio Oriente, trasplantando a los dos millones de nativos palestinos a tierras egipcias y/o jordanas. Ante tanta barbaridad, el alza de aranceles en detrimento de México, Canadá, la Unión Europea o China, adquiere el aroma de ingenuas aspiraciones de mentalidad aduanera, excusables para una equitativa negociación.

Entre tanto ajetreo hereje que altera la geopolítica planetaria, Trump deja pasmados y afónicos a sus homólogos europeos y asiáticos, pero aún confiemos que le quede tiempo para acordar con Vladimir Putin una paz duradera en el conflicto ucraniano que tantos miles de jóvenes vidas ha segado, en aquel absurdo pleito por fronteras imaginarias. Esa hazaña, ¿podría —acaso— brindarle su añorada ilusión de obtener el Premio Nobel de la paz?

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Trump: la oligarquía imperial

Carlos Antonio Carrasco

/ 1 de febrero de 2025 / 06:00

Parece que el expresidente Biden no exageró cuando en su mensaje de despedida advirtió que una oligarquía estaba apoderándose del país, pues no solo se trataba del inefable Elon Musk, el hombre más rico del mundo, como cogobernante ad-hoc, sino también de esa docena de billonarios que tomaron puestos de alto mando o de simples consejeros con capacidad de decisión. El término “oligarca” adquirió aroma peyorativo en Rusia, cuando luego de la implosión de la Unión Soviética, amigos del nuevo gobierno se repartieron empresas estatales y otras fuentes de dinero fácil que los convirtió en corto tiempo en acaudalados personajes.

Quizás no sea el caso estadounidense, pero la figura aparente es la misma: gente altamente adinerada que además acumulará señorío político. Muchos de ellos incluso se mudaron a vivir en Washington, donde escogieron mansiones de gran valor como, por ejemplo, Howard Lutnik, nombrado secretario de Comercio, que, se dice, pagó 25 millones de dólares por aquella casa estilo francés. Otros no necesitarán habitar en la capital para saborear las mieles del poder, como Charles Kushner, suegro de Trump, quien será embajador en París.

Entretanto, los primeros decretos trumpistas, tanto de alcance interno como externo, tuvieron un efecto sísmico en el planeta. Al interior, medidas aparentemente cosméticas como la identidad sexual, hasta la fobia antimigratoria que se viene desatando de manera inclemente, como la reciente crisis con Colombia, en que la voluntad de la Casa Blanca se impuso por encima de los trinos soberanistas del humillado presidente Gustavo Petro.

En el plano internacional, después de sus agresivas declaraciones, invocando el Destino Manifiesto, se aguarda el seguimiento de las acciones correspondientes, entre ellas la intención de revertir el tratado Torrijos-Carter, que otorgaba a Panamá soberanía plena sobre el canal. Aparte de los precipitados deseos de comprar Groenlandia o anexar a Canadá como el 51 estado de la Unión, se percibe que Trump usará la herramienta expeditiva de la “diplomacia bulldoser” al elevar las tarifas aduaneras a los productos de importación para obtener los resultados que se propone. Ello podrá funcionar en ciertos casos, pero no en todas las situaciones, que provocarían graves medidas de retorsión tratándose, por ejemplo, de la Unión Europea o de China, muy temerosos del estilo impredecible del que se jacta Trump.

En el área geopolítica, su incursión en la negociación del alto al fuego en la Franja de Gaza, fue positiva, aunque ahora libere el envío a Israel de las poderosas bombas de 2.000 libras sin objetivo conocido. Su vaga idea de trasladar la población palestina a países árabes vecinos, es simplemente quimérica. En cuanto se refiere a su mentada tratativa para la paz en Ucrania, aún se espera que el anunciado diálogo personal con Vladimir Putin produzca benéficos resultados.

En suma, antes del fatídico término de los “cien días”, ya se puede vislumbrar el horizonte de las aspiraciones de Donald J. Trump: no solamente hacer grande América otra vez (MAGA), sino también recurrir a todos los medios para proyectar desde su republica oligárquica la imagen del emperador todo poderoso a nivel mundial.

*Es doctor en Ciencias Políticas y miembro de la Academia de Ciencias de Ultramar de Francia

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Brasil: la daga verde-amarilla

/ 18 de enero de 2025 / 06:00

Recordando que el 8 de enero de 2023, una importante masa humana de partidarios del expresidente Jair Bolsonaro, luciendo camisetas verde-amarillas irrumpieron en Brasilia, ocupando los tres palacios sede de los poderes del Estado, en lo que aparentó ser un golpe contra el flamante presidente Luiz Ignacio Lula da Silva, el New York Times comenta el informe de 884 páginas elaborado por la Policía Federal brasilera acerca de las investigaciones realizadas en estos dos últimos años sobre esos hechos. Sorprende en ese documento la meticulosidad de los planes que tenían los subversores para conseguir sus nefandos objetivos. Aquellos incluían el asesinato de Lula, de su vicepresidente Geraldo Alckmin y del juez Alexandre de Moraes. Un total de 37 personas figuran indiciadas en la pesquisa, incluyendo al propio Bolsonaro que, a la sazón, se hallaba exilado en la Florida. Las averiguaciones fueron facilitadas por cuanto a los complotados se les ocupó un documento titulado “La daga verde-amarilla” en alusión a la bandera nacional. Allí se detallaba el armamento requerido para la misión: una ametralladora, lanza-granadas, un lanza-roquetes, todo para asegurar al 100% el éxito. Sin embargo, se anotaba que como alternativa —en caso dado— se contemplaba el envenenamiento de Lula. También, en el plan se revela que un decreto, oportunamente aprobado, suspendería los poderes de la Corte Nacional Electoral, posibilitando que Bolsonaro retome el cetro presidencial. ¿Pero… qué falló? Al parecer, si bien el comandante de la Marina estaba firme, sus homólogos del Ejército y de la Fuerza Aérea se retractaron a último momento. La imputación a Bolsonaro dice textualmente que él “planificó, actúo y estuvo directamente al tanto de las acciones de esa organización criminal decidida a cometer un golpe de Estado para eliminar la democracia”. Aunque el implicado niega esos cargos, su condena estaría próxima.

Los hechos antes descritos en el autorizado rotativo americano, llaman la atención por la analogía con el asalto al Capitolio, protagonizado por seguidores de Donald J. Trump, el 6 de enero de 2021, cuyos cabecillas fueron juzgados y condenados, lo mismo que el propio Trump acusado de instigar esa asonada. No escapa a la memoria tampoco la admiración que el brasilero sentía por su mentor americano, al extremo de hacerse llamar “el Trump tropical”.

El análisis del Times termina haciendo alusión a que desde 1889 ocurrieron en Brasil nueve intentos de golpes militares, de los cuales cinco fueron victoriosos, particularmente el doble decenio de dictadura militar que acabó en 1985 y que, dado el permanente descontento castrense con la administración de Lula, no se puede asegurar que una acción militar no suceda otra vez, antes de las elecciones presidenciales programadas para 2026.

Carlos Antonio Carrasco es doctor en Ciencias Políticas y miembro de la Academia de Ciencias de Ultramar de Francia.

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2024: el año horrible

Carlos Antonio Carrasco

/ 4 de enero de 2025 / 07:17

Felizmente dejamos atrás el horrible año en que se sucedieron no solamente innumerables catástrofes naturales en diversas zonas del mundo, debido a los negativos efectos del cambio climático, sino que también por la mano humana se añadieron miles de víctimas por las guerras en curso y otras convulsiones sociales. El conflicto absurdo que se libra entre Rusia y Ucrania entró en su tercer año sin que se vislumbre una avenida hacia la paz. Mientras Moscú ensaya nuevas armas tremendamente mortíferas como la Oreshnik, las potencias occidentales que estimulan a Kiev en aquel conflicto le siguen aportando material bélico, copiosa ayuda financiera y soporte diplomático, eso sí, evitando intervenir con combatientes en tierra, porque como en tantos conflictos Occidente prefiere regalar las bombas y los dólares, pero ningún soldado. En este caso, el casi millón de muertos entre los dos bandos son jóvenes ucranianos y rusos que se baten ingenuamente por un pedazo de tierra con fronteras borrosas e imaginarias.

Lea: Notre Dame resucita otra vez

Más allá, en Medio Oriente, desde el 7 de octubre de 2023, Israel bombardea incesantemente la banda de Gaza, habiendo —hasta ahora— segado la vida de 105.000 palestinos, entre muertos y heridos, de los cuales buena parte son niños, en lo que, en la Corte Internacional de Justicia, se califica como genocidio. Ese brote guerrerista sirvió de pretexto a Tel Aviv para extender su arremetida militar contra Cisjordania, Líbano, Siria, Yemen y esporádicamente Irán. En ese ámbito, la caída de la dinastía de Assad en Siria, a manos de grupos islámicos radicales es un mal presagio. En África, las guerras civiles en Sudán, Somalia y Libia dejan el caos y hambrunas horripilantes.

Entretanto, los pleitos intraestatales se dividen cada vez más entre gobiernos democráticos y autocracias dictatoriales, donde las elecciones devienen una farsa como en Venezuela o Georgia. Aunque elecciones perfectamente legítimas dieron triunfales resultados a partidos de extrema derecha en Italia y Hungría y mayorías en Alemania, Francia, Holanda, Finlandia y Eslovaquia. Por otro lado, los indicadores económicos son preocupantes como la recesión en Alemania o la deuda en Francia, motores vitales de la Unión Europea, cuya fortaleza tambalea.

A todo aquello, agréguese la victoria electoral de Donald Trump que, a partir del 20 de enero de 2025, podría poner en ejecución su programa gubernamental que internamente se propone expulsar masivamente a los sujetos indocumentados que penetraron ilegalmente a territorio norteamericano. En cuanto a su política externa, aparte de su retórica aislacionista, la alza de tasas arancelarias para castigar particularmente a China y otros, es un hecho y recientemente sus intenciones de recuperar la soberanía sobre el Canal de Panamá, la compra de Groenlandia al reino de Dinamarca o la posible anexión de Canadá como el 51 Estado de USA, su menosprecio a la OTAN y a la Unión Europea, hacen pensar que su slogan MAGA ( make America grate again) ocultan el deseo de practicar el viejo concepto del imperialismo puro y duro.

(*) Carlos Antonio Carrasco es doctor en Ciencias Políticas y miembro de la Academia de Ciencias de Ultramar de Francia

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Notre Dame resucita otra vez

Carlos Antonio Carrasco

/ 21 de diciembre de 2024 / 07:19

El 7 de diciembre, en solemne ceremonia cívico-religiosa, se inauguró con gran pompa la fase final de la reconstrucción de la icónica catedral que quedó semidestruida por un inexplicable incendio ocurrido el 15 de abril del 2019 a las 19 PM y que 400 bomberos lucharon contra el fuego hasta apagar las llamas 11 horas después. Gran parte del tejado y la famosa flecha que apuntaba al cielo quedaron reducidos a cenizas, lo mismo que ciertos altares y esculturas famosas resultaron afectados. Entonces, ante la multitud de parisinos que lloraban impotentes ante la destrucción de ese invalorable patrimonio, el presidente Emmanuel Macron juró restaurar los daños con decidido empeño. Por ello, cinco años más tarde cumplió su promesa gracias a las labores de cientos de arquitectos, albañiles, plomeros, carpinteros, cerrajeros, pintores, picapedreros, artesanos y restauradores calificados que trabajaron incansablemente bajo un costo de 700 millones de euros recaudados entre aportes del Estado y contribuciones voluntarias llegadas de todo el mundo, incluyendo donaciones anónimas de motivados feligreses. Fue ese día propicio para congregar 40 jefes de Estado, reyes e ilustres personajes que escucharon contritos una memorable evocación histórica de Macron recordando que Notre Dame resumía las diversas etapas de la Historia de Francia, desde las hazañas medievales de los caballeros cruzados, pasando por los días napoleónicos para rematar en los fulgores republicanos.  En verdad, esas piedras laboriosamente labradas son testimonios vivos del fervor de San Luis que transportó desde Jerusalén hasta esa iglesia las reliquias de Cristo, incluyendo la sagrada corona de espinas, pero también fueron silentes testigos de los desmanes revolucionarios que atentaron contra la integridad de la magna catedral en 1830, que incluso culminó en saqueo. Tuvo que advenir la inmortal obra de Víctor Hugo, “Notre Dame de Paris”, para que los franceses tomaran conciencia del valor de ese patrimonio y su aprecio crezca con el tiempo. Sin embargo, entre los privilegiados invitados a la inauguración de la renovada catedral, ¿cuántos de ellos incrustados en sus poltronas, sabrían quién era la bella Esmeralda o el monstruoso Quasimodo cuyos esqueletos fueron hallados abrazados en las catacumbas de ese mismo antro, según la novela de Víctor Hugo que consagró la fama de ese sagrado edificio? No creo que entre los doctos se halle el presidente electo americano Donald Trump que, entre la plegaría macroniana y la elegía episcopal dormitaba intermitentemente, ni tampoco el genial Elon Musk que aportó una copiosa suma para las obras de restauración. La ceremonia que comentamos sirvió también para cotejar la eterna rivalidad de la dicotomía roji-negra: el poder temporal y la omnipotencia eterna. Mientras el Papa Francisco excuso su presencia, por razones ignotas, el arzobispo de Paris, dejando de lado la majestad presidencial recuperó raudamente la primacía del evento, usando su báculo para golpear tres veces las puertas del recinto celestial que se abrieron dando paso al séquito de ostentosos clérigos lujosamente ataviados.

Entretanto, los ciudadanos de a pie, estuvimos confinados a rumiar nuestros recuerdos desde el atrio, añorando los años mozos cuando podíamos escalar los 422 peldaños hasta la cima de una de las torres, antes que los años y la impertinente artrosis nos impidan volver a cumplir esa devota hazaña. No obstante, agradecimos a Dios, que el fuego diabólico no hubiese alterado la belleza de los vitrales medievales ni las esculturas sagradas que se preservan en los altares.

El símbolo más sublime de la arquitectura gótica ahora perdura y el soplo divino apagó aquel fuego propalado por Satanás.

(*) Carlos Antonio Carrasco es doctor en Ciencias Políticas y miembro de la Academia de Ciencias de Ultramar de Francia

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