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Sanjinés: la otra guerra

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Yuri Torrez

Benjamín, mi abuelo y excombatiente de la Guerra del Chaco, me contó una anécdota que quedó penetrada en mi memoria. Una noche de Navidad, soldados bolivianos y paraguayos, en uno de los parajes del Chaco bélico, decidieron hacer una tregua: intercambiar cinturones en señal de amistad. Imagen similar aparece en Los viejos soldados, última película del galardonado cineasta boliviano Jorge Sanjinés: un soldado paraguayo obsequia un muñequito a Sebastián Choquehuanca, soldado boliviano. Con esta escena, Sanjinés muestra la inutilidad de la Guerra del Chaco: enfrentamiento entre pobres de ambos países en pro de las trasnacionales que, como siempre, están detrás de las contiendas bélicas. El cineasta, además, con este filme da cuenta que esta guerra tiene su sentido cognitivo: sirvió para revelar la persistencia de un racismo interno en Bolivia. 

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Al igual que sucedió en su momento con las novelas Sangre de mestizos de Augusto Céspedes y Aluvión de Fuego de Óscar Cerruto, donde la literatura realista, a propósito de la Guerra del Chaco, se dio la tarea por la vía de la narrativa de desnudar a Bolivia en sus propias contradicciones sociales y raciales. Como diría Luis H. Antezana: “en esa guerra, reunidos en frente de la batalla, por primera vez los bolivianos tuvieron conciencia de su multiplicidad social y étnica”. En esta ruta cognitiva, y siguiendo en su línea de cine de denuncia social, Sanjinés pone en la llaga esas dos tensiones constantes: el Estado con los pueblos indígenas y en las entrañas de misma sociedad boliviana.

En el primer caso, en la película se muestra la forma como el Estado boliviano reclutó a los indígenas para la guerra para convertirlos luego en carne de cañón: secuestrando a los indios —inclusive con militares violando a sus parejas— en sus propias comunidades de origen. En el segundo caso, el racismo estructural persistente en sectores criollos/mestizos que es un resabio colonial que Sanjinés muestra como telón de fondo de su película, y luego expone magistralmente al racismo como el problema estructural, quizás de mayor envergadura que la propia guerra.

Obviamente, como ocurrió en su momento con su película La nación clandestina, Sanjinés reafirma —a través de sus principales personajes: Sebastián Choquehuanca, el soldado aymara, y Guillermo Fernández de Córdova, el soldado criollo—, la existencia de las “dos Bolivias” que no se conocen mutuamente. Quizás, allí se explican esas fricciones raciales que el proyecto nacionalista en sus inicios intentó zanjar, pero, hoy en el Estado Plurinacional subsisten. Aquí hay un guiño nacionalista del cineasta boliviano con esa conciencia nacional nacida en el Chaco que desembocó en el proyecto cultural más importante del proceso del Nacionalismo Revolucionario: el mestizaje.

Quizás con la nostalgia con ese proceso revolucionario que sabemos fue un proyecto inconcluso, Sanjinés en Los viejos soldados renueva sus esperanzas por la vía del matrimonio interétnico: el casamiento entre Fernández de Córdova y Benedicta, una profesora de origen indígena que le posibilita a él vivir en una comunidad rural para conocer ese mundo. O sea: indigenizarse. Y, por el otro lado, Choquehuanca se convirtió en la ciudad en un funcionario público y en una autoridad. O sea: se mestizó. Años después, estos excombatientes se encuentran, al inicio no se reconocen: uno ataviado de indígena y el otro encorbatado para, luego, reconocerse. Aunque suene utópico, el abrazo final de ambos soldados viejos es la apuesta de Sanjinés para resolver la discriminación racial interna en Bolivia.

(*) Yuri Tórrez es sociólogo