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Cuestión de fe

Virtud y fortuna

Los agudos desajustes de la política se están volviendo casi crónicos, nada se soluciona en los varios frentes de la batalla abiertos sin que las dirigencias parezcan conscientes de los severos problemas de gobernabilidad y el malestar social que sus barrocas pugnas están provocando. Las principales fuerzas siguen actuando con un inquietante desenfado como si todo estuviera bajo control.

La lucha por el poder se resume, para la mayoría de los actores, a una cuestión de fe más que a una lectura adecuada de la realidad social y las verdaderas correlaciones políticas.

Desde hace ya más de un año, somos testigos de una implosión en cámara lenta del sistema de partidos y de una creciente incapacidad de la política para generar certidumbres en la economía y en el funcionamiento de las instituciones. Lo peor es que pasan los días y meses y casi ninguno de los problemas que están produciendo esa situación se solucionan.

Al contrario, todos los actores aparecen obsesionados con sus estrategias de posicionamiento para las elecciones de 2025 sin importarles si en ese empeño erosionan la institucionalidad, bloquean políticas públicas o le complican la vida a la ciudadanía. Las dirigencias políticas se pelean entre sí, se hablan a si mismas y se preocupan solo de sus problemas como si ellos fueran el centro de todo y el resto estaríamos obligados a adecuarnos a sus intereses.

Las grotescas instrumentalizaciones políticas de cuestiones como el financiamiento externo o la realización del censo que hemos visto en estas semanas son una muestra del grado de decadencia del sistema, de la pérdida de su sentido de estado y de la desconexión de las elites políticas de las necesidades del país.

Atrapados en un tacticismo desesperante, los actores políticos parecen creer que sus deseos son la realidad, que lo están haciendo bárbaro y que así sus posibilidades electorales están mejorando. Todas las fuerzas políticas principales están atrapadas en burbujas cognitivas que les impiden ver no solo la realidad social sino la correlación de fuerzas con la que deben contar. Por eso todo esta bloqueado, porque las dirigencias operan sobre hipótesis falsas y lecturas erradas.

Basta ver, a los seguidores de Evo Morales convencidos que su congreso está vigente y la inhabilitación de su líder no es real, a partir de los argumentos de sus propios abogados, los cuales podrán tener elementos jurídicos sólidos pero que no consideran el desequilibrio de poder y el control de la institucionalidad que han logrado sus adversarios. Todos responden a coro que no necesitan un plan B, que la victoria es inminente, hasta que la realidad del poder les aparezca en toda su brutalidad.

De igual modo, los adherentes de Arce aparecen obnubilados por la fuerza que les otorga el control coyuntural del Poder Ejecutivo, creyendo que todo es posible, que sus apoyos sociales son por lealtad y no por prebenda, que su victoria es una cuestión de tiempo, sin percatarse que quizás su mayor problema no es controlar el partido o implosionarlo para refundarlo a gusto del cliente, sino enfrentar a electores desilusionados y molestos después de un gobierno mediocre e inmerso en el conflicto permanente y la crispación. Como la economía va muy bien y la gente es sorda y ciega, según ellos, la derrota de Evo parece ser lo único que les separa de la reelección.

Tampoco las oposiciones parecen muy ubicadas, inmersas en sus reflejos polarizantes, cada vez más alejados de los problemas reales de la población e ignorantes de un país y sociedad que se fueron transformando en estos años. Insisten en negar quince años de historia y volver al pasado, atrapados en su melancolía. Todos suponen que basta con el suicidio del MAS para que la republica retorne, se pueda hacer un ajuste macroeconómico y se viabilice una revolución liberal. Por eso, las candidaturas se multiplican en ese sector y solitos están construyendo una terrible camisa de fuerza ideológica que los terminará por identificar con una lógica contrarrevolucionaria que no tiene sustento social en el país.

Así pues, más que hacia un nuevo ciclo de consolidación del proceso de cambio masista o de contrarreformismo, vamos acercándonos a un escenario de fragmentación del poder, ausencia de ideas y de desilusión social que harán aún más difícil la gobernabilidad para cualquiera que se imponga en las elecciones del 2025. 

Armando Ortuño Yáñez es investigador social.