¿Los bolivianos somos (in)felices?
Yuri Torrez
En la boleta censal que nos aplicaron el sábado, no había ninguna pregunta asociada a la felicidad. Quizás, las respuestas a esa interrogante hubieran confirmado o en su caso refutado al informe de la ONU sobre el índice de felicidad que se publicó hace poco, que ubica a Bolivia en el puesto 73 de ese ranking. ¿Qué significa ese peldaño? Bolivia está más abajo que Colombia, que es considerado como el “país más feliz del mundo”. Pero si esos datos son una radiografía del estado de felicidad de los bolivianos, podemos deducir, al estilo de Sherlock Holmes, que “no somos tan felices, pero tampoco no somos muy infelices”.
En su informe World Happiness, la ONU establece tres indicadores para establecer la felicidad: el PIB per cápita, la esperanza de vida saludable y el apoyo social. ¿Qué significan estos indicadores? El PIB per cápita es un indicador económico relacionado al poder adquisitivo. Aquí, según fuentes oficiales, el 2023 cerró con una leve mejoría con relación al año anterior. O sea: estamos alguito mejor con relación a los días de la pandemia, pero la sensación de estar en el umbral de una crisis económica relativiza estos datos.
La esperanza de vida es un indicador de salud referido a los años de vida más del promedio de mortalidad definido para un país. Según datos oficiales, en 2023, la esperanza de vida al nacer fue de 68,8 años, bajo con relación al promedio de América, pero significa un incremento de 6,4 años con respecto al dato lejano de 2000. O sea: hay una relativa mejoría, empero, seguimos en peldaños bajos en la región.
El apoyo social es un indicador que evalúa la satisfacción de la población con las instituciones democráticas. Muchas encuestas mencionan que los/las bolivianos/as tienen mucha desconfianza en las instituciones. O sea: aquí también tenemos déficit.
En todo caso, estos criterios sobre la felicidad de la ONU no necesariamente se acoplan con la definición de la Real Academia Española, que mencionan que “es un estado de grata satisfacción espiritual y física, no es un concepto universal, ya que depende de la cultura, la historia, las relaciones sociales y, sobre todo, la escala de valores de cada lugar”. O sea: cada sociedad en función a su historicidad y su convivencia cotidiana van definiendo: si es feliz o es infeliz.
Esa idea del “vivir bien” que se ha constitucionalizado en Bolivia es uno de los avances, ya que este concepto no está asociado a cuestiones materiales, sino, por ejemplo, a la armonía con la naturaleza, o dicho a lo boliviano, con la Madre Tierra. Tiene un valor cultural inconmensurable. Por ejemplo, para el cochabambino vivir rodeado de montañas y a la vez tener una de las gastronomías más sabrosas del mundo quizás le proporciona, a pesar de los apuros económicos y los problemas cotidianos, una gran alegría. El chapaco que hizo de su Tarija un oasis propio o el cruceño u orureño a su estilo, viven con una gran felicidad su carnaval.
Entonces, esas visiones reduccionistas sobre la felicidad como la planteada por la ONU no se adentran en las profundidades socio/culturales de los pueblos y, al contrario, se pretende homogenizar, por ejemplo, a valores occidentales el concepto de felicidad que se reduce a indicadores cuantitativos, sin reparar que la felicidad es una cuestión subjetiva, de emociones y sensaciones espirituales que no se reducen a indicadores económicos. En el mundo andino, por ejemplo, la felicidad no solo es bienestar físico y psíquico, sino una relación armoniosa familiar/comunal, con espíritus protectores, con la chacra y el ganado, con la casa y la naturaleza.
Yuri Tórrez es sociólogo