Camarada
Camaradería es, entonces, el ámbito donde las personas se encuentran, se reconocen, se apoyan

Claudio Rossell Arce
Dicen que la verdadera patria de una persona es su infancia, ese estado (además de una etapa en el desarrollo físico y cognitivo) en el que la inocencia es la verdad. De allí provienen las y los primeros camaradas, esas personas que son como piedras fundamentales en la enorme construcción de la identidad, fuente de los más antiguos recuerdos, incluso si permanecen enterrados en el fondo de la memoria y si nunca más se vuelve a ver a esas primeras compañías.
Camaradería es, entonces, el ámbito donde las personas se encuentran, se reconocen, se apoyan, comparten, planifican, conjuran y, en fin, se hacen familiares. El origen de la palabra camarada es muy anterior a la Rusia soviética, donde servía para etiquetar al miembro del partido y, por tanto, al igual a uno. Camarada es, en rigor, aquella persona con la que se ha compartido recámara; de ahí que en los ámbitos castrenses también se nombra de esta forma a los pares, y muy rara vez a los superiores, a menos que hubiera pasado tanto tiempo que la brecha haya casi desaparecido (porque en las instituciones de mando vertical, la distancia es esencial).
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Deben ser, entonces, las experiencias compartidas, cuanto más fuertes, mejor, las que hacen que simples compañeros de barraca se conviertan en hermanos, no de sangre ni de piel, sino de sufrimiento y, cuando este acaba, de alivio, festejo y alegría. Así, ¿cómo no sentir fraternidad con quien padeció lo mismo? Mas no solo hay lazos de fraternidad o familiaridad afectiva: la primera camaradería de cualquier persona debería ser la que se funda en la recámara del padre y/o la madre. Rara debe ser la persona que no durmió en los brazos de una madre, tal vez un padre, u otro pariente.
Difícil decirle camarada a la madre o al padre, porque desde siempre se enseña a respetar la distancia vertical, pero muy probablemente eso explique por qué casi nunca es posible abstraerse al amor filial, incluso con progenitores abusivos y violentos. Otra camaradería esencial, tal vez la más importante o deseable, debiera producirse en la recámara nupcial (incluso sin nupcias de por medio), pues lo que la pareja comparte entre esas cuatro paredes trasciende, y con mucho, el deseo y su realización sexual.
Desafortunadamente, esta camaradería, que probablemente sea la ilusión de muchas y muchos, se ve impedida por asuntos como, según algunos ¡y algunas!, el feminismo, que desde hace décadas “aterra” o al menos “ahuyenta” a los varones y vuelve a las mujeres “demandantes”, “frías” y “distantes” solo por pedir igualdad, no discriminación ni subyugación, y respeto. En realidad, es probable que la culpa sea del patriarcado, que desde hace muchos siglos se encarga de mostrar y demostrar que los varones, pobres criaturas, no hacen sino proteger a sus mujeres, incluso si eso significa confinarlas al ámbito doméstico y, esto es lo que impide cualquier hermandad, tratarlas como a inferiores.
De ahí, tal vez, que las mujeres no se digan camaradas entre sí (excepto, tal vez, en el ámbito castrense) y sean, en el mejor de los casos, sororas, es decir, hermanas. Y aún así, la sororidad, parece, solo aplica entre iguales (ideológicas), pues son más los ejemplos de discriminación y rechazo a las diferentes, que los de inclusión y abrazo a quienes están padeciendo el ataque de la sociedad machista y sus representantes, porque así se les ha enseñado desde que habitaban la recámara de sus progenitores.
Camarada es, así, en la vida adulta, la persona que acompaña, físicamente o no, que comparte algo más que gustos y preferencias: principios y valores, que apoya en las tareas y se brinda para ayudar a llevar las grandes cargas. Camarada es lo mismo que cuate (bien masculino, por cierto), palabra que llegó a estos confines de la América gracias a Televisa, y que en su origen significa “hermano” o “igual”, es decir, lo mismo que hermano gemelo. En el oriente boliviano hay una palabra de idéntico significado y uso: tojo.
Todos y todas necesitan, pues, un camarada, o varios, si es posible. Para construir redes de solidaridad, plataformas de apoyo, proyectos qué compartir y futuros que se sueñan entre varias personas. Probablemente ese sea uno de los secretos de la buena vida.
(*) Claudio Rossell Arce es profesional de la comunicación social