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La victoria de los otros

Virtud y fortuna

La imposibilidad de una eventual victoria de un opositor al MAS en las elecciones presidenciales suele ser una suerte de sentido común en las narrativas de las diversas facciones del masismo. Sin embargo, la actual coyuntura de alta incertidumbre y desorden político está abriendo posibilidades para que tal evento ocurra y sobre todo está reconfigurando poco a poco algunas reglas de la contienda electoral que podrían favorecer los escenarios más insospechados en 2025.

Desde 2006, el MAS ha sido invencible en los sucesivos procesos electorales presidenciales y nacionales, sus niveles de votación siempre fueron notablemente superiores a los que obtenían las diversas alianzas opositoras que se crearon para intentar rivalizar con ellos. El segmento de electores con mayor fidelidad a la fuerza azul era bastante estable e involucraba a alrededor del 40-45% de la población, que además en coyunturas favorables podía llegar hasta el 65%. Frente a esa potencia, las oposiciones aparecían casi siempre minoritarias, muy concentradas en ciertas regiones y distritos, y notablemente volátiles en sus decisiones.

A esa disparidad, se agregan los devaneos ideológicos y sentimentales de las dirigencias opositoras que se han mostrado, por lo general, incapaces de leer y tomar en cuenta los cambios del país, encapsulados en sus burbujas sociales, más interesados en criticar y lamentarse del país en el que nacieron que de proponer un proyecto político-social alternativo.

De ahí que, en casi lógica de grupo de autoayuda, muchos políticos masistas recurren con frecuencia, supongo para sentirse mejor en medio de la descomposición de su fuerza, a referencias sobre la casi imposibilidad de una victoria opositora en 2025 debido a su falta de proyecto político, fragmentación, incompetencia o frivolidad.

Empecemos diciendo que ninguno de esos defectos parece en vías de solucionarse, la dirigencia opositora sigue empeñada en una mediocridad impactante, salvo algunas honrosas excepciones. Por tanto, no es gracias a ellos, ni a sus cambios, que la posibilidad de una victoria de algún no masista se está volviendo probable. Son los contextos y las incertidumbres sociales los que se están moviendo.

Parece simplista, pero así son las cosas aquí y en Mongolia: el coctel de división en el campo oficialista, gobierno de medio pelo, pasiones y odios internos desbordados y desconexión con la sociedad tiene costos evidentes, molesta a muchos, frustra y aburre a otro montón. La ingenuidad de arcistas y evistas es tal que piensan que jugando al victimismo van a lograr que sea el otro que cargue el pasivo, cuando la verdad es que los dos están quedando remal.

Pero eso no es lo peor, el problema más grave es que el desorden político, la prepotencia de las dirigencias y la gobernabilidad frágil, en la que está además envuelta la oposición, están descomponiendo a todo el sistema de representación, aumentando la deslealtad partidaria, fragilizando las convicciones ideológicas, despolitizando y finalmente creando masas de votantes volátiles y con pocas convicciones.

En ese contexto, la fragmentación electoral probablemente aumentará y el sistema de dos vueltas nos mostrará su cariz más dañino. Algo de eso ya lo hemos visto exacerbado en Perú y Guatemala, y podría ser todavía más destructivo si los actores se empeñan en judicializar el conflicto y debilitar al árbitro electoral.

Nos acercamos, por ejemplo, a escenarios de voto fragmentado, con dos masistas con alrededor del 20-25% y otros cuatro o cinco candidatos peleando por llegar al 15%. Lo cual derivaría en una segunda vuelta entre dos clasificados con alrededor del 20% de preferencias. Este es un escenario plausible.

Por supuesto, en semejante panorama, todo cambia, cualquier candidatura se viabiliza y se puede llevar el premio mayor. Conseguir 10 o 15 puntos no es tan difícil, requiere algo de reputación, alguna alianza de nicho eficaz, quizás algunos recursos bien invertidos en redes en el momento preciso, una personalidad que diferencia o cae bien y otras cualidades que no precisan ideas o proyectos políticos muy desarrollados.

Ya en segunda vuelta, la lógica será otra, habrá simplemente que jugar al mal menor y a los odios cruzados y rezar. Es decir, todos podríamos ser electos presidentes con algo de talento y recursos moderados. Lo que vendría después es más complicado, porque así la gobernabilidad futura es apenas una ficción, basta ver al Perú reciente para sentir pavor.  

Armando Ortuño es investigador social.