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Thursday 23 Jan 2025 | Actualizado a 19:44 PM

Cuando un champiñón es un bien de lujo

Estos precios ‘libres pero imposibles’ ya afectan a todos los bienes y servicios, sin excepciones

Alfredo Serrano Mancilla

/ 9 de abril de 2024 / 07:00

Argentina está en disputa. Lo está su modelo económico. Y también sus sentidos comunes. Lo están sus próceres y la Historia; su moneda y el territorio; sus instituciones y los Derechos Humanos. Absolutamente todo. No hay casi nada que escape a esta disputa de época.

Se está librando una batalla cultural tan grande que no me extrañaría que, más pronto que tarde, acabemos discutiendo sobre cuántos son los rayos flamígeros del sol color oro que está en el centro de la bandera celeste y blanca.

El gobierno de Milei, a diferencia del de Macri, decidió desde el primer momento pisar el acelerador para ganar esta batalla cultural con el objetivo de imponer un conjunto de ideas, creencias, valores y sentidos comunes. Son conscientes de que esa es la condición necesaria para construir hegemonía política, mucho más allá de una victoria electoral.

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Sus principales portavoces, desde el presidente hasta su hermana, creen profundamente en lo que lo pregonan. Defienden sus dogmas, tanto como los miembros de una secta confían en su líder. Están convencidos del camino y del destino. Y parece que nada ni nadie los apartará de ello. Ni siquiera la realidad.

Esta obsesión por ganar la batalla cultural, además, tiene otro objetivo: lograr que una buena parte del país aplauda un truco de ilusionismo que consiste en hacer creer que el nuevo orden económico será exitoso cuando realmente es insostenible.

Dicho de otro modo: Milei necesita aumentar el umbral de tolerancia social a una cotidianeidad económica catastrófica, a sabiendas de que las cuentas macroeconómicas no le cierran ni lo harán en el mediano plazo.

Necesita paciencia en la era de la inmediatez. Necesita comprensión y confianza frente a un escenario altamente complejo caracterizado por la siguiente dupla: malestar microeconómico con desequilibrio macroeconómico.

Y es que se olvidó de algo: que todo está relacionado con todo. Creyó que la economía es la sumatoria de parcelas no relacionadas entre sí. Critica a la Economía Neoclásica, pero abusa de su marco teórico asumiendo que se puede corregir la inflación únicamente cortando el grifo monetario. Y no. No lo logra. Porque la inflación en Argentina depende de los dólares disponibles. Y éstos no aparecen por ninguna parte.

Además, se autoengaña con su propio juego de magia, no contabilizando en las reservas netas todo aquello que tiene como deuda en materia de importaciones. Lo mismo hace con el déficit fiscal. Festeja un superávit sin considerar los pagos pendientes. Y, lo peor, es que no tiene mucho más margen para ajustar. Sumado a que la recaudación viene en caída libre porque la actividad económica está paralizada, los salarios y jubilaciones están por los suelos, y el desempleo en aumento.

Tampoco tiene garantizada la liquidación del “campo”, porque la inflación también es elevada en dólares, más del 60% en los tres primeros meses. Los agroexportadores más grandes exigen devaluación para garantizar su (siempre) pretendida altísima tasa de ganancia. Y Milei sabe que, si cede ante tal presión y devalúa, la espiral inflacionaria no cesará jamás.

Además, no podemos olvidar que hay otra disputa en esta “Argentina en Disputa”: el “campo” vs. las finanzas. Porque el Modelo Milei es el Modelo Caputo, el que premia la financiarización de la economía y, por supuesto, da la espalda a todo lo que tenga que ver con industrialización.

En definitiva, el Gobierno necesita ganar la batalla cultural para ganar tiempo y, así, lograr llegar a fines de 2025 con una economía en crecimiento, aunque sea para alcanzar el mismo nivel de riqueza económica que tenía cuando asumió, pero pretende hacerlo con un centro de gravedad diferente, el de la “timba” financiera. Y algo parecido sucede con los precios: lograr estabilidad algún día lejano, pero con precios estables elevadísimos e inalcanzables para el 99% de la población argentina.

Estos precios “libres pero imposibles” ya afectan a todos los bienes y servicios, sin excepciones. Desde una cobertura privada de salud, que tuvo una inflación promedio de 153% en estos cuatro últimos meses. A una bandeja de ocho champiñones —comprados en un barrio cualquiera de un pueblito cualquiera de la Provincia de Buenos Aires— que me ha llegado a costar 3.500 pesos ($us 3,5).

Cuando en un país este tipo de alimento tiene un precio de bien de lujo, entonces, nos encontramos ante un dilema con solo dos caminos posibles: o se normaliza y naturaliza que hasta lo “básico” deja de ser “básico” gracias a que Milei ganó la batalla cultural o, por el contrario, gana la batalla cultural aquel sentido común que rechaza enérgicamente este atropello a la libertad real, es decir, a aquella libertad que permite que cualquier persona cubra sus necesidades básicas y, de ser posible, un poco más.

A la solución pronto la conoceremos. Lo que es seguro es que la respuesta se encontrará en la Política (y no me refiero exclusivamente a la clase política).

(*) Alfredo Serrano Mancilla es doctor en Economía y director del Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (Celag)

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América Latina como Reserva Ideológica

/ 19 de diciembre de 2024 / 23:58

Hay dos maneras de decirlo. Una, Milei tiene pocos amigos presidentes en América Latina. Dos, la mayoría de países en la región no eligen a candidatos de ultraderecha.

El año 2024 culmina con la derrota de la coalición neoliberal en Uruguay. Se juntaron todos los conservadores en la segunda vuelta y perdieron frente al bloque progresista. El Frente Amplio ganó las elecciones.

En este mismo año, en México, otro cambalache de siglas unidas por la doctrina neoliberal (PRI-PAN-PRD) sufrió una severa derrota a manos de una propuesta claramente de izquierdas, que ya llevaba gobernando seis años.

Este caso fue muy significativo, porque la victoria de MORENA fue por más de 30 puntos de diferencia. AMLO salió con un altísimo respaldo y Claudia llega con millones de votos. La mayoría de los mitos hegemónicos se desvanecieron. No ocurrió eso de que “el oficialismo siempre pierde”. Y se ganó a pesar del Poder Judicial, los medios de comunicación y el poder económico en contra. Nada de ello pudo con las convicciones, con las ideas, con la gestión, con la valentía. Las redes sociales, tampoco.

También es interesante el caso de Colombia, que después de décadas de gobiernos conservadores, la victoria de Petro representa un notable cambio en lo ideológico en un enclave geopolítico fundamental para el Norte. El conjunto de reformas contraneoliberales que están en marcha (salud, tierra, educación, trabajo, impuestos y pensiones) fueron planteadas desde la campaña y una amplia mayoría las avaló.

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Si calculásemos el índice de cuántos gobiernos están en manos de la izquierda, América Latina va a contracorriente de lo que pasa en otras latitudes del mundo. El 58% corresponde a presidentes que ganaron gracias a proponer ideas abiertamente de izquierdas, revolucionarias, progresistas, socialdemócratas o pertenecientes al campo nacional-popular. En resumen, son todos proyectos no neoliberales de origen, aunque luego algunos, en la praxis, hayan coqueteado demasiado con las ideas del adversario (véase el ejemplo peruano: el fujimorismo perdió en las urnas y ahora gobierna).

También podemos tener este índice en clave poblacional. Y, así, el dato impacta aún más: el 79% de la ciudadanía latinoamericana está en manos de gobiernos de izquierdas (o al menos fueron votados por estas ideas).

Este rasgo latinoamericano se sale del redil atlántico (término muy usado en los textos del Consejo Atlántico).

Por ejemplo, en Estados Unidos llevan años de péndulo: antes fue turno de los Demócratas y ahora de los Republicanos. Trump ganó y lo hizo con sus planteamientos e ideas extremas, y también con sus formas extremas. Pero, en América Latina, este perfil solo lo tiene Milei y, en menor medida, Bukele. También Bolsonaro, pero hay que recordar que no logró revalidar su mandato en Brasil en las últimas elecciones (y, por cierto, no olvidar que ganó cuando Lula estaba preso injustamente).

Alfredo Serrano Mancilla es doctor en Economía y director ejecutivo de Celag Data.

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¿Se puede ganar una elección siendo un Inútil?

/ 29 de noviembre de 2024 / 06:07

El presidente ecuatoriano, Daniel Noboa, ha pasado de tener una imagen positiva del 80% en los primeros meses de su gestión a un valor actual por debajo del 40% (se mire la encuesta que se mire).

¿Significa esta evolución que ha perdido la mitad de su apoyo? No, porque el dato de imagen positiva de los primeros meses, para cualquier presidente, siempre es engañoso. Jamás debe ser entendido como un ‘respaldo verdadero’. Es más: este indicador en el inicio del mandato está completamente sesgado por una suerte de efecto ‘luna de miel’ postvictoria electoral.

El problema está cuando el presidente de turno se lo cree, y actúa embriagado por esta supuesta abrumadora aprobación, que casi siempre resulta siendo pasajera.

Lo importante en estos casos es analizar qué ocurre a medida que pasa el tiempo y se le comienza a juzgar por su capacidad de resolver problemas en vez de por su relato como si siguiera en campaña electoral, echando la culpa de todos los males a los otros.

Según las últimas encuestas, la imagen de Noboa y su evaluación de gestión está en tendencia sostenida a la baja. Y no sabemos hasta dónde llegará. Por ahora, cruzó el umbral del 40%.

En relación a la intención de voto, también viene cayendo, aunque todavía conserva más de lo que obtuvo en primera vuelta (pero mucho menos de lo que logró en segunda vuelta).

A estas alturas del partido, la cuestión que nos ocupa a todos es la siguiente: ¿llegará Noboa con un valor relativamente competitivo a las elecciones presidenciales del 9 de febrero, en las que vuelve a postularse como candidato?

Resulta ciertamente difícil metabolizar (democráticamente) que un presidente inútil pueda tener alguna posibilidad de tener suficientes votos como para estar en segunda vuelta.

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Sinceramente, algo se nos debe estar escapando como para comprender que, con tantas muestras de incapacidad, aún esté en carrera, aunque cada día su cotización electoral vaya a menos.

Después de ser el máximo responsable de que no haya luz en el país durante estos últimos meses; después de empeorar la situación económica, tanto en lo cotidiano como en lo macro; después de su insolvencia para resolver el tema de la inseguridad y el narcotráfico a pesar de haber gobernado a golpe de estado de excepción; después de haber subido el IVA; después de haber incumplido múltiples promesas de campaña; después de haber violado la legislación internacional al ‘invadir’ la embajada mexicana en Ecuador; después de haberse sacado de encima a su vicepresidenta, primero mandándola a Israel y luego a Turquía hasta su destitución ilegal; después de haber proscrito de la carrera electoral al candidato que más le podía quitar votos (véase el caso de Topic); después de tanta incompetencia e ineptitud, Noboa se presenta con el único argumento de que ha tenido poco tiempo para hacer algo.

Y lo que no entiende el presidente ecuatoriano es que la paciencia es un privilegio únicamente de unos pocos que tienen tanto-tanto como para poder pacientemente esperar. Las expectativas y el relato tienen un límite: la realidad.

Además, Noboa sigue creyendo que por ser el único candidato frente a la principal fuerza política del país (el correísmo), con eso le basta para revalidar su reelección.

Sin embargo, se equivoca. Los números comienzan a no darle; la tendencia a la baja es palmaria. Y, por otro lado, no hay que descartar que en el tramo final —como ya pasó en el 2021 y 2023— cualquier otro candidato afín ideológicamente a él se cuele en la escena electoral y le desgaje una buena parte de su actual intención de voto.

Veremos qué pasa en estos próximos meses en el Ecuador. Ojalá no tengamos que inaugurar ninguna cátedra nueva en las Ciencias Políticas que nos tenga que explicar el siguiente enigma: “Lo Inútil como atributo positivo en Democracia”.

Alfredo Serrano Mancilla es doctor en Economía y director ejecutivo de Celag Data.

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La Pizarra no seguirá al aire en Bolivia

Alfredo Serrano Mancilla

/ 21 de noviembre de 2024 / 08:00

Con mucha tristeza debo anunciar que nuestro programa de radio La Pizarra ya no estará más al aire en Red Patria Nueva. Esta radio pública boliviana ha decidido eliminarnos de su programación.

Tres aclaraciones:

1º. Aclaro que esta es una radio que depende del Estado. Es decir: esta es una decisión que forma parte de la política comunicacional del actual gobierno en Bolivia.

2º. Aclaro que esta decisión ha sido tomada justamente en el momento en el que hemos sostenido análisis más críticos con las posiciones del gobierno en relación a: 1) el intento de proscribir a Evo Morales como candidato presidencial de cara al 2025, 2) el fallo judicial para cambiar la presidencia del MAS (que pretende sacar a Evo para que quede en manos del sector afín a Luis Arce), 3) el atentado contra la vida de Evo Morales en una balacera, 4) la persecución y criminalización de la protesta social, con decenas de personas encarceladas y enjuiciadas, 5) las declaraciones y actuaciones del ministro de gobierno Eduardo del Castillo con el objetivo de estigmatizar a Evo Morales, vinculándolo al narcotráfico y la corrupción, y 6) la compleja situación económica del país.

3º. Aclaro que a fines de junio de este año 2024 defendimos que sí hubo un intento de golpe de Estado contra Luis Arce en contra de muchas voces que decían lo contrario. En aquellas semanas, sí seguimos saliendo al aire.  

Tanta casualidad abona la sospecha de la causalidad.

Hice la consulta al director de la radio, así como a la Viceministra de Comunicación, y la respuesta ha sido una generalidad muy conocida para este tipo de casos: la razón obedece a un “cambio de programación”.

Un “cambio de programación” que pone de manifiesto una práctica muy poco saludable para la democracia y la libertad de expresión.

La tristeza por esta decisión es doble. Por un lado, este tipo de práctica demuestra debilidad y torpeza, así como escaso respeto a la discrepancia. Y por otro lado, porque viniendo de un gobierno que nació de este proceso de transformación, duele aún más.

Igualmente, desde La Pizarra seguiremos contando lo que pasa en Bolivia con compromiso, rigor y con perspectiva.

(Nota Aclaratoria: El programa de radio La Pizarra jamás ha sido remunerado por ser parte de la programación de Red Patria Nueva en Bolivia)

Alfredo Serrano Mancilla, Doctor Economía, Director Ejecutivo Celag Data, Conductor La Pizarra

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Trump, ni tanto ni tan poco

/ 13 de noviembre de 2024 / 06:00

El poder cambió de manos en Estados Unidos, pero exageramos los vaivenes de los votantes.

El último análisis cuantitativo de Kiko Llaneras en El País nos ayuda a ver un poco más allá del enfoque dominante. Y con rigor y datos, nos permite identificar otras pistas claves para entender lo sucedido.

Indudablemente: ganó Trump. Y ganó por mucho gracias a la regla electoral ‘winner catch all’, es decir, si obtienes un voto más que tu adversario en el Estado (esto sucede en 48 de los 50 estados), entonces, te quedas con todos los representantes en el Colegio Electoral. Trump ganó en la mayoría de los estados, incluido los estados bisagras, y, por tanto, su victoria fue aplastante: 312 a 226. Algo parecido le pasó a Biden en el 2020.

Es cierto que Trump en esta ocasión (a diferencia del 2016) también ganó por votos. Pero no deberíamos precipitarnos en afirmar que ganó por una diferencia tan grande de votos. Todavía no se ha cerrado el conteo y es muy probable que la diferencia entre Trump y Harris sea menor de lo que pensábamos hace varios días. Por ejemplo, el martes por la madrugada se afirmaba que había 5 millones de votos de diferencia entre ambos candidatos, y en este momento, luego de tener en cuenta todo el Oeste (con California como uno de los estados más poblados), que votó mayoritariamente a Harris, se achica la diferencia a 3,7 millones. O lo que es lo mismo: 2,6% de diferencia.

Veremos cómo sigue el avance, porque todavía no se ha terminado de contar votos; la mayoría de las proyecciones serias auguran que la diferencia definitiva será entre 1-2 puntos porcentuales.

Como sucede muchas veces, la ansiedad y la precocidad son malas consejeras para estudiar los resultados electorales. Lo adecuado es esperar a que se cierre el escrutinio completo y no quedarse con los datos de un conteo parcial para extraer conclusiones grandilocuentes.

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¿Estos nuevos datos significan que debemos subestimar la victoria de Trump? No. Ni mucho menos. Es una victoria contundente y muy significativa. Que además tiene el mérito de tratarse de un candidato que ya dejó de ser outsider y novedad. Trump lleva casi una década como parte de la centralidad política estadounidense y ha obtenido un gran apoyo ciudadano que le consagra de nuevo Presidente.

Sin embargo, tampoco deberíamos de sobreestimar lo logrado por Trump cuando tendemos a aseverar que ha habido un gran vuelco político y electoral de la sociedad en Estados Unidos. Porque eso no es del todo cierto: los demócratas ganaron 51% a 47% en el 2020 y los republicanos ganarían 50% a 48% en el 2024. El vaivén existe, pero no es tan grande como se pregona.

P.D. 1. Estoy seguro que si esta victoria (por 50 a 48%) la hubiese logrado un candidato de izquierdas en cualquier país latinoamericano, el marco dominante habría sido otro: país dividido. O tal vez este otro: victoria pírrica.

P.D.2. Es importante considerar además que la candidatura del Partido Verde creció mucho en votos (74,8%); los denominados ‘candidatos independientes’ crecieron en votos (167,5%); y el candidato libertario fue quien bajó (67,4%).

P.D.3. También es interesante tener en cuenta un último dato: Trump obtuvo el 31% sobre el total de estadounidenses habilitados para votar. O sea, su apoyo real es de un tercio de la sociedad. No es poco. Pero tampoco es tanto.

Alfredo Serrano Mancilla es doctor en Economía y director ejecutivo de Celag Data

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El Antimileísmo en Argentina

/ 11 de octubre de 2024 / 06:05

Milei es ‘hijo’ del caos y, paradójicamente, en muy pocos meses, ha pasado a ser el ‘padre’ del nuevo orden de la política argentina.

¿Cómo lo ha logrado? De una manera muy sencilla: ha puesto de acuerdo a una gran mayoría en su contra. A día de hoy, el ‘antimileísmo’ emerge como la principal identidad política en el país.

Este es el nuevo eje ordenador: casi todos en contra de Milei, tanto por su estilo como por sus decisiones.

Por un lado, están las formas del presidente, que agotan y cansan. Los insultos molestan. Las excusas aburren. Sus cálculos no son creíbles. Y la consecuencia es inmediata: se le hunde el rating, se le cae la confianza, baja su imagen positiva.

La comunicación actual de Milei es más propia de un panelista-opositor en campaña que la del máximo mandatario de un país que tiene la responsabilidad de resolver problemas cotidianos. La comunicación que le resultó útil para llegar hasta aquí será la misma comunicación que lo va a sacar de aquí. Es decir, estas formas disruptivas no sirven para esta nueva etapa, salvo que tengas buena gestión y acertadas decisiones. Hoy en día, por su nueva función, su rol esperado es otro. Su manual de distracción ya no distrae. La ciudadanía argentina quiere soluciones cuanto antes y menos chamullo.

Por otro lado, está el fondo de lo que dice y hace. Y en este plano, el de las contenidos y propuestas, no sintoniza con la gran mayoría. Ni los recortes sobre los jubilados, ni el ataque contra la universidad pública, ni el cierre de hospitales. Ninguna de estas propuestas, por citar los tres ejemplos más recientes, se corresponde con el sentido común del pueblo argentino. Ni siquiera son avaladas por una buena porción de sus electores de la segunda vuelta, que no le votaron para esto.

Milei se va quedando solo porque ha decidido abandonar a todos, salvo a unos pocos; y también ha decidido darle la espalda a un corpus ideológico consensuado en el país. Milei opta, definitivamente, por abrazarse a su minoría intensa antes de llegar a su primer año como presidente.

Este fenómeno se observa en cualquier encuesta y en cualquier focus group. Y, además, se percibe en la fragmentada clase política argentina. Cada día es más habitual encontrar posturas comunes en un arco opositor altamente heterogéneo que se junta únicamente a través de un cordón umbilical: estar en desacuerdo con lo que hace Milei. Por ello, nos podemos topar en una marcha de manera sorpresiva a la izquierda tradicional, algún sector del PRO, radicales, peronistas K, peronistas no K, organizaciones sociales que llevaban tiempo sin hablarse, y mucha ciudadanía espontánea que votó a unos y a otros. Todos juntos por estar en contra de alguna medida tomada por Milei. El Frente Antimilei crece y se consolida.

El actual Gobierno está atravesando su propio punto de inflexión. Creyeron, equivocadamente, que tenían apoyo político para siempre. Se confundieron. Lo que verdaderamente tenían era un respaldo electoral momentáneo en medio de un gran estado de desorden y confusión, unido a una fuerte crisis de representatividad. Algo parecido le pasó a Macri en su Gobierno. Se sobrevaloró a sí mismo mucho más de lo que realmente valía. Y así le fue.

Como en la película Birdman, Milei sigue atrapado en su propio personaje. Continúa siendo aquel panelista forofo y gritón, capaz de decir cualquier cosa, sin más responsabilidad que la de criticar a diestra y siniestra, y sin necesidad de demostrar nada. Esta tarea se le daba bien. Pero no todo buen candidato es un buen presidente. Aún menos si persiste en su condición de candidato. 

En definitiva, cualquier persona que quiera constantemente bailar justo en el medio de la pista, se arriesga a que le pueda salir bien o mal. Lo seguro es que no pasa desapercibida. Estar en la centralidad de la agenda exige mucho. Exige hacerlo bien ante la mirada de todos. Y lo que va demostrando Milei es que los aplausos están llegando a su fin.

Alfredo Serrano Mancilla es doctor en Economía y director ejecutivo de Celag Data.

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