Hay titulares casi a diario que describen lo que haría Donald Trump si fuera elegido. Pero por muy preocupantes que sean estas perspectivas, están lejos de ser las mayores amenazas que plantea. Lo que más deberíamos temer es que Trump transforme nuestro gobierno en un moderno Tammany Hall, instalando un liderazgo cleptocrático que será difícil, si no imposible, desalojar.

No descarto la posibilidad de violencia patrocinada por el Estado y me preocupa profundamente la politización de la función pública. Pero esas son, en su mayor parte, amenazas y teorías, y si bien es necesario tomarlas en serio, la gente debería prestar más atención a una realidad mucho más probable: que Trump pasaría gran parte de su mandato enriqueciéndose. Si su rencor continúa en un segundo mandato, no solo contribuirá a la pérdida de confianza que los estadounidenses tienen en sus instituciones, sino que también perjudicará nuestra capacidad de liderar al mundo a través de una serie de crisis en aumento.

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Recordemos cómo actuó Trump durante su primer mandato. No solo mantuvo su participación en más de 100 negocios, sino que adoptó la costumbre de visitar sus propiedades en todo el país, lo que obligó a los contribuyentes a pagar habitaciones y comodidades en los hoteles Trump para el Servicio Secreto y otros miembros del personal que lo acompañaron, dinero que iba directamente a sus cuentas bancarias y a las de sus socios comerciales.

En un segundo mandato, Trump tendrá más libertad y poder para realizar estafas. Ya ha prometido utilizar los indultos para proteger a sus seguidores y posiblemente incluso a sí mismo. Naturalmente, también me preocupan otras cosas, en particular la posibilidad de violencia política.

En una cleptocracia, la corrupción es una característica, no un error, donde los políticos aplican la ley de manera inconsistente, favoreciendo a los amigos y castigando a los enemigos. Ahora enfrentamos ese peligro en casa. Si Trump gana, Estados Unidos tendrá un líder invertido en su propio poder personal, tanto financiero como punitivo, y apoyado por un equipo mucho más capaz. Cuando se otorgan contratos lucrativos a leales a Trump sin importar sus méritos y se atacan y silencian las voces disidentes, el liderazgo de EEUU en el escenario global se disolverá cuando más se necesita.

Las consecuencias se harán eco durante generaciones si carecemos de la capacidad y la voluntad de atacar problemas como el cambio climático, la migración masiva, una nueva carrera espacial y múltiples guerras. No se hará nada sustancial, los compinches de Trump seguirán actuando con impunidad, y millones de estadounidenses (ya preocupados de que las élites sean sometidas a estándares diferentes a los de la gente común) perderán aún más confianza en su gobierno, convencidos de que todo en Washington está decidido a sí mismo. Esta combinación de pasividad por un lado e impunidad por el otro podría ser fatal para nuestra democracia. Éste es el verdadero peligro que plantea Trump.

(*) Caroline Fredrickson es columnista de The New York Times