¿Es la edad solo un número?
Dunia perdió a sus padres cuando tenía 18 años. Joven, con el dolor que implica perder a las personas que uno ama, asumió la crianza y el cuidado de sus dos hermanos pequeños. Sin experiencia laboral, sin contactos y sin estudios especializados, se enfrentó al mercado y optó por el primer empleo que logró conseguir. Por supuesto, la paga no era muy alta, pero era muy útil dada su situación.
Como ella, muchos jóvenes buscan empleo en un entorno cada vez más competitivo y con diversas condiciones familiares. Algunos tienen la oportunidad de concluir estudios que les permiten tener un trabajo bien remunerado, otros heredan bienes sin esfuerzo propio, otros en cambio, heredan obligaciones, como es el caso de Dunia.
Este juego azaroso define su futuro y ello, por supuesto, influye también en su situación al cursar la tercera edad. Por ejemplo, en Bolivia, quienes trabajan como dependientes aportan al Sistema de Seguridad de Largo Plazo, de donde salen sus rentas de vejez; pero si sus salarios han sido bajos, como fueron inicialmente los de Dunia, su total acumulado será bajo también. Algunos críticos dirán: «Ah, pero el esfuerzo individual es la llave del éxito y el pobre es pobre porque quiere», a pesar de que existen situaciones que no siempre cumplen esa regla (o prejuicio). Cuidar dos niños, con una edad mínima, sin formación, obliga a que las personas tomen el empleo que encuentren, ¿Es acaso su culpa? Y más importante, ¿es necesario hablar de culpa en esos escenarios?
Por supuesto que no.
Estas desigualdades, cada vez más presentes, pero también más discutidas, están siendo abordadas por medio de políticas públicas. En Bolivia, el Estado ha establecido una política de aporte solidario: Los que tienen mayores ingresos contribuyen con un porcentaje mínimo que garantiza una mejor jubilación para personas como Dunia. Esto es algo ya contemplado en la Ley de Pensiones. Al respecto, el tan debatido proyecto de Ley 035 incrementa este porcentaje solidario para que quienes no tuvieron las mismas oportunidades, mejoren su renta de vejez.
Volviendo al caso de Dunia, resulta curioso observar que existan personas adultas con menos madurez que ella. No lo digo como crítica, sino como constatación de que la edad, después de todo, es solo un número cuando hablamos de madurez emocional. No obstante, es innegable que con el pasar de los años el cuerpo físico envejece, afectando también nuestra capacidad de decisión y respuesta. Frente a ello, el proyecto 035 propone un examen médico (un examen ocupacional) para evaluarnos, para ver objetivamente la realidad que a veces nos resistimos a ver: Estamos envejeciendo, no somos los jóvenes de antes.
No me mal entiendan, el mercado laboral necesita de la valorable experiencia de los trabajadores, pero también los necesita en condiciones de salud que no representen un riesgo para el resto de la sociedad, ni para ellos mismos. El proyecto 035 define una edad para este examen (65 años) y representa un beneficio para quienes nunca visitamos al médico. Desde luego, lo óptimo sería que cada uno se realice un chequeo anual, pero seamos honestos, muy pocos lo hacen.
Consideremos este proyecto de ley como una oportunidad de elevar las pensiones de quienes han ganado menos en su vida laboral y como el acceso a una visión objetiva sobre nuestra salud. En última instancia, veamos este proyecto como una ventana de oportunidad para el ingreso de nuevas generaciones al mercado laboral y su complementación con las generaciones previas.
Finalmente, lo invito, amable lector, a hacer un breve ejercicio: Reflexionar sobre las situaciones que lo han llevado a estar donde está, en las oportunidades que tuvo que otros no tuvieron, y con esa constatación, apoyar un modelo tendiente a la equidad, la solidaridad y la justicia social.
Judith Apaza es auditora financiera.