Voces

Monday 10 Feb 2025 | Actualizado a 10:12 AM

De Thalía al sultán Suleimán

/ 5 de mayo de 2024 / 00:44

La columnista de LA RAZÓN y cineasta Verónica Córdova, en uno de los diálogos en el programa Piedra, papel y tinta, nos recordó lo poco que leemos hoy en las sociedades con una sencilla doble pregunta: ¿cuántos libros leíste en el último mes y cuántas películas o series viste sólo este fin de semana? No se vayan, que no lloraré en esta columna lamentando que las nuevas generaciones estén perdiendo irremediablemente el contacto con el libro mientras esta A también puede ser justamente acusada de leer cada vez menos libros de papel. Mejor ahorrar a los amables lectores esa posición cínica y recostarnos sobre el diván de las confesiones. Confieso que me vi toda la telenovela argentina Rosa de lejos en plena dictadura, confieso que más tarde vi la novela brasileña O bem amado, confieso que vi la mexicana Esmeralda, confieso que me considero una experta de la serie La Familia Ingalls. Y confieso, sobre todo, que las disfruté y que las volvería a ver. Confieso, finalmente, que muero por escribir este domingo sobre las telenovelas turcas. ¡Qué bomba! Un verdadero fenómeno global por lo menos en la última década. Los turcos han lanzado un efectivo anzuelo que nos tiene atrapados en tres grandes redes: la cultural, la económica y la narrativa.

Ya es imposible no advertir con sana envidia el gran impacto en la percepción que el mundo tiene actualmente de Turquía. Este fenómeno va más allá de las coordenadas políticas. Estamos siendo testigos de la fuerza y eficacia de las novelas y series turcas. Marca país. Presencia transversal en nuestro continente y otras regiones del mundo de estos productos narrativos que recuperan historias de todos los tiempos comenzando o terminando siempre cerca de la vieja Constantinopla, capital del mundo. Mi mamá, que nunca fue novelera, terminó enamorada irremediablemente del sultán Suleimán. Así, las telenovelas turcas nos han devuelto a los grandes relatos históricos con la misma habilidad con la que nos atan frente a la pantalla cuando nos cuentan los dramas familiares de este siglo, los amores prohibidos, las tramas que ponen en el centro los difíciles encuentros entre tradición y modernidad.

En una línea paralela a esta notable incursión en la gran agenda mediática, los turcos han gatillado un significativo interés turístico centrado en Estambul que nos remite a la dimensión económica de un país que ya inaugura medios en español, por ejemplo. En esta tierra de mezquitas, las telenovelas y series son el resultado del montaje de una inmensa estructura de producción que está dejando significativos y crecientes ingresos económicos y de esta manera convirtiendo a Turquía en el segundo exportador de estos contenidos sólo después de Estados Unidos. No se trata apenas de dinero, amigas y amigos. Mediante estos puntos de contacto con otras culturas, estos relatos tan turcos logran articular ejes de influencia sobre sus enormes audiencias en el mundo. Atraviesan diversos puentes culturales con imantados personajes y endulzadas historias, en atrevidos dramas que nos hacen pensar y hablar sobre la historia de uno de los ombligos del mundo, sobre dilemas éticos, sobre las normas sociales, sobre las tradiciones, sobre las desigualdades entre mujeres y hombres…

Entre amores imposibles y dilemas de un sultán, Turquía se juega su imagen mientras mira crecer sus cifras comerciales, mientras ve desembarcar las recientes inversiones. Se ha convertido en una eficaz maquinaria productora de entretenimiento y, claro, de imaginarios sociales. Tiene entre sus manos, por lo tanto, los más eficaces insumos para patinar con soltura y triples saltos sobre la pista de la diplomacia cultural que es una verdadera diplomacia de los pueblos. Ya está de pie el puente donde mundos diferentes se encuentran en las modernas pantallas, se miran en el espejo, se reconocen, se acercan venciendo la distancia de las lenguas. Todo está servido: paisajes perfectos, gastronomía exótica, estéticas milenarias, todo empaquetado en el mejor papel de regalo: tramas familiares, historias de amor, cuestiones de honor, viejas y nuevas formas de traición. La conexión emocional ya está garantizada. Señoras y señores, Turquía se las trae.

Claudia Benavente es doctora en ciencias sociales y stronguista.  

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Enero revolucionario

Falta poco para el 24 de enero. No dejen de trabajar. No dejen de creer. No dejen de imaginar. No abandonen la batalla

Claudia Benavente

/ 19 de enero de 2025 / 06:02

Enero. 1, 15 y 24. Tres fechas que para esta A se han consolidado como las tres campanas que marcan el siempre entusiasta y enérgico inicio de año. Vaya que este 2025 necesitamos energía para transitar por un nebuloso pasillo anual: crisis económica, desánimo en grandes sectores, desinstitucionalización, estallido en el universo político y temor de no llegar a las elecciones generales.

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1 de enero. Sí, el Año Nuevo, con la llave en mano para cerrar un año siempre obediente a nuestra voluntad, nuestra fuerza, nuestras profundas determinaciones. Si algo no se cumplió, créame que fue por falta de voluntad, por falta de fe, por falta de rigor. Más allá de la fiesta, detrás del brindis, las uvas y los abrazos, hay un 1 de enero que se quiere revolucionario. Puede ser por el recuerdo cubano de ese 1 de enero de 1959 cuando finalizaba una de las etapas más determinantes con el establecimiento del gobierno revolucionario cubano. Más fresco en el tiempo está el 1 de enero zapatista: en las primeras horas de iniciado el año, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), bajo el mando del Subcomandante Marcos, indígenas del Estado de Chiapas, al sur de México, detrás de un pasamontañas, se levantaban dispuestos a dejar sus vidas reclamando justicia, reivindicación de los derechos indígenas de México y de los pobres. Debe ser que enero es valiente, rebelde, soñador y desobediente.

El 15 de enero no es menos desafiante. Es el 15 de enero de 1981. El 15 de enero boliviano. El 15 de enero de la calle Harrington, cuando eran torturados y asesinados por efectivos paramilitares de la dictadura de Luis García Meza ocho dirigentes del entonces Movimiento de Izquierda Revolucionario (nada que ver con el narcotraficante Oso Chavarría de los años posteriores). Fue una amputación a la izquierda mirista que la dejó por siempre coja y por siempre tuerta. Hasta dejar de ser de izquierda. Este año, en la casa de la viuda de Ricardo, Ruth, se prendieron dos velas que parecen decir que no se apagarán nunca. Alrededor de ellas encontramos una vez más, como hace 44 años, la mirada fija de Ricardo Navarro, de José Luis Suárez, Ramiro Velasco, de Pepe Reyes, de Artemio Camargo, de Jorge Baldivieso, Gonzalo Barrón y de Arcil Menacho. Ni olvido ni perdón. 15 de enero en Sopocachi.

El 24 de enero es la tercera y no menos memorable marca del primer mes de cada ciclo temporal. Pudo haber sido otro día, me explicó alguna vez el creador Edgar Arandia; pero tiene que ser a las 12 del día. Taypi. Es el punto de encuentro de las fuerzas positivas y negativas, el punto donde pueden convivir las diferencias. Nada puede impedir desde temprano en la mañana que esta A amante de los sueños que se cumplen, organice su corazón y planifique con su Ekeko (un regalo de Edgar Arandia, faltaría más) el mapa de lo que se construirá el resto del año. Es tan milimétrico el trabajo del Ekeko que el año pasado primero compré un perrito chapi blanco de miniatura y minutos después compré otro, un perrito salchicha negro (más cerca de mi deseo). Por supuesto que para el martes de Carnaval mi Ekeko ya me había dejado en la recepción de mi edificio dos perros salchicha negros en adopción. Cosas de las Alasitas. Cosas del deseo.

Este enero 2025 tiene más batallas. Son las batallas de los presos. De aquellos que en estos mismos momentos están terminando de pintar un “cholet” de hojalata. Son trabajadores de la esperanza que, al margen de la historia que los llevó a la cárcel, decidieron luchar contra el hacinamiento y abrirse rincones entre los rincones de las prisiones bolivianas para tallar en madera un barco sin mar, convertir la imagen de un auto antiguo en una novedad para esta feria alasitera que se inaugura el 24, convertir sus manos presas en manos que dan vida a ejércitos de minibuses que por falta de espacio secarán sus colores en uno de los techos del Penal de San Pedro. No llevan trajes a rayas como los presos de los países ricos; estos obreros de la esperanza visten overoles de albañiles que ya están teñidos de los colores de la libertad, manchados de estuco. Sus dedos morenos van del pincel a la tijera, del martillo a la bolsa de coca de la que se prestan fuerza para seguir produciendo. Falta poco para el 24 de enero. No dejen de trabajar. No dejen de creer. No dejen de imaginar. No abandonen la batalla. De ustedes depende también que quienes no estamos privados de libertad hagamos realidad nuestros deseos que se anunciarán con convicción en este enero revolucionario.

(*) Claudia Benavente es doctora en ciencias sociales y stronguista

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Las palabras y su visa

¿Cuántos bolivianos se sentirán emocionados con el ingreso al libro gordo de la lengua del vocablo ‘charquicán’?

Claudia Benavente

/ 5 de enero de 2025 / 06:02

Esta A tenía que decidir si este domingo volvía a acercarse a la miseria de la política boliviana en tiempos de magistrados autoprorrogados y lo que queda de paciencia en la gente que vive entre filas, inflación y restricciones, o si más bien lamentaba con impotencia femenina la forma cómo comenzamos el 2025, con la vida apagada de Sandra, en San Julián, por la violencia machista o si, finalmente, se sumaba a la bronca de la hinchada stronguista por el descalabro desatado este viernes en nuestra sede de Achumani cuando entre policías y periodistas, se desataba una escandalosa pelea entre dirigentes, con la justicia y la interesada Federación Boliviana de Fútbol de por medio. O sea, era una competencia de tres tipos de indignación. Sin embargo, esta A que es boliviana, mujer y stronguista, ya no encontró, en pleno estreno de año, más palabras para prolongar lamentos bolivianos, femeninos y stronguistas debido a que, de tan larga y necia crisis política y económica, de tantos crueles asesinatos de mujeres humildes que dejan a tantos niños en absoluta soledad, de tantos secuestros y abandonos fuera y dentro de la cancha al club de mi papá, a mi tierno tigre, las palabras se vaciaron, los verbos se secaron, los adjetivos se rompieron y la rabia quedó muda.

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Así, la A propuso hablar de las palabras mismas. No de las que no encontramos para este tiempo de desesperanza, no de las palabras que no alcanzan para describir la desilusión, sí de las palabras que lograron su visa para entrar al “gran diccionario”. Como dijo un colega, “hace semanas que publicamos la nota”. Verdad. Sin embargo, unas pocas semanas no bastan para masticar y digerir los nuevos ingredientes de la enorme y cambiante sopa de letras que es el diccionario de nuestra lengua castellana (¿o prefiere usted “española”?). La Real Academia Española (RAE) admitió más de 4000 nuevos términos. En verdad, se trata de palabras que nacieron y crecieron en el uso de los hablantes (y pensantes y sintientes y escribientes y escribidores y escritores) sin el permiso real y dorado de la Academia. La diferencia es que hoy cuentan con un carnet de identidad. O con visa para un sueño.

¿Cuántos bolivianos se sentirán emocionados con el ingreso al libro gordo de la lengua del vocablo “charquicán”? A muchos nos alegrará a condición de que entre con los huevos bien puestos y bien grandes y dos pedazotes de queso con los bordes bronceados. ¿Cuántos argentinos recibieron, con un grito de gol, hace un tiempo ya, el ingreso al arco de los significados compartidos el verbo “gambetear”? Con seguridad hubo que hacer una gambeta a los impulsos conservadores de un mundo de la lengua que no cede fácil a las manganetas de los usos idiomáticos en cada rincón de este universo panhispánico donde las palabras ya cruzaron, en absoluta clandestinidad, las fronteras de los países. De lo contrario, no podría una cochabambina decir que su amigo chukuta pico verde es un gil o un cholo limeño decir que lo desmadraron los que ayer fueron sus cuates.

Lo cierto e inmodificable es que las lenguas son como el agua. Encuentran inexorablemente el camino para transitar y abrirse paso allí donde no hay el pavimento de lo admitido. Por lo mismo, a nadie en nuestro país le quita el sueño que la RAE le selle la visa a la palabra “trameaje”, que solo le quita el sueño a quienes no les alcanza para pagar dos pesos más hasta su barrio. Por lo mismo, aunque muchos queremos que se borre del mapa la palabra “autoprorrogados”, será parte de nuestro debate público y Espada junto a Hurtado pueden mañana sacar una sentencia constitucional que incluya esta palabra clave en la R.A.E: “mecanismo para gobernar en medio de la desinstitucionalización”. Por lo mismo, nos importa menos que el vocablo marraqueta esté ya en el libro que los panaderos amenacen con su desaparición de las tiendas; nos importa más el precio de las polleras en la Garita que la definición de “chola” en el diccionario; nos importa más el precio de la carne a fin de año que la ausencia de la palabra “picana” en la biblia panhispánica que poco dice sobre los condimentos de la verdadera picana que sin cuestionamientos es la de mi abuela y la de mi madre.

Con todo, no es un dato menor la cantidad interminable de quechuismos y aymarismos que sobrevivieron a la colonización y que hoy se imponen en el diccionario de los caballeros (como la palabra “cancha”, futboleros del mundo). Se llama resistencia. Se llama glamour. Pero qué le importan estos números al “minibusero” que baja navegando en sus cumbias desde el Cementerio. Como cantó la más argentina de todas y la maestra entre maestros, Tita Merello: Si me gano el morfi diario, qué me importa el diccionario, ni el hablar con distinción, llevo un sello de nobleza, soy porteña de una pieza, tengo voz de bandonéon.

(*) Claudia Benavente es doctora en ciencias sociales y stronguista

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De analistas, duendes y otros demonios

El paisaje no está completo si no vemos el marco que cada pieza periodística construye.

Claudia Benavente

/ 22 de diciembre de 2024 / 09:02

Érase una vez, en la Redacción de un periódico, en un lejano país en crisis económica, un periodista que comentó casi riendo: «Anoche, en la televisión, cuando presentaban al analista, en el pie de pantalla le pusieron ‘Director de medios estatales’; pasaron pocos segundos para que lo cambiaran por el perfumado letrerito de ‘analista'». No es el único caso en este mágico mundo del análisis político y económico. Hace una semana, otro medio televisivo también daba paso al análisis de un rostro nuevo (o renovado) que, una semana después, aparecía en las fotos de redes sociales como parte del equipo del irreversible candidato a la presidencia, Tuto Quiroga. De maneras similares encontramos a exautoridades del Banco Central, a actuales asesores de gobierno, a exministros de presidentes contrarios al actual, a periodistas con clara posición política, a viejos actores políticos… Nos queda claro que los medios de comunicación no van a exigir un carnet de virginidad a cada uno de sus analistas cada vez que requieran de una interpretación informada sobre determinados sucesos de la coyuntura. Queda también claro que nada les impide, por honestidad con sus audiencias, presentar a sus analistas especificando su formación académica y, sobre todo, de dónde vienen, para entender mejor desde dónde hablan.

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El paisaje no está completo si no vemos el marco que cada programa de televisión, cada espacio radial o cada pieza periodística construye. Ni hablar de las incontables metamorfosis que se presentan en el universo de las redes sociales. Son marcos en los que cada periodista, productor, comunicador o influencer muestra la hilacha o muestra de qué madera está hecho. O se aferra a su honestidad intelectual y dibuja la frontera entre el dato, la interpretación, el análisis y la opinión, dando cuenta de quiénes son los actores de su producto mediático, o bien se abandona en los brazos del cachivache. Esta semana resbalé en un programa de televisión en el que se presentaba a Evo Morales como delincuente ya juzgado; luego se presentaban las declaraciones de una abogada de Morales, a tiempo de afichar en la pantalla una foto poco feliz de la defensora al lado del acusado. La imagen invitaba a hacer maliciosas interpretaciones. Acto seguido en el numerito, se dio paso a la entrevista con una representante indígena a la que, después de poner sobre su mesa los nefastos antecedentes enumerados y casi juzgados por el presentador del programa, las declaraciones editadas de la abogada y la fotografía de la misma con el acusado, se le preguntaba: «Usted, como mujer, ¿qué le dice a Evo Morales?». No tengo que contarle cómo siguió la entrevista. El punto es que no se trata de Evo Morales. Puede ser Tuto Quiroga, Manfred Reyes Villa, Marianela Prada, un diputado de cualquier pelaje o un jugador de fútbol en desgracia. El punto es la comodidad con la que ciertos medios o ciertos programas o ciertos periodistas construyen su producto. Comodidad se puede traducir, en esta columna, como agenda propia o franca malintención con pollera de periodismo.

Afortunadamente, la moneda siempre lleva dos caras. En este caso, la otra cara de estos ejercicios de alto riesgo mediático es la cara que pone la gente cuando mira el resultado en sus pantallas o escucha en sus dispositivos modernos. Una parte son justamente las caritas felices porque acuden a esos medios, a esas voces públicas para recibir lo que alimente su visión de la realidad, lo que la reafirme. Las otras pueden ser caritas enojadas porque esperan el relato opuesto en una cancha social otra vez polarizada. Finalmente, y no menos importante, están las caritas que miran con cierto asombro y media sonrisa las formas cómo se edifican ciertos contenidos, sabiendo que detrás de esas informaciones, análisis, entrevistas u opiniones, se pasean algunos duendes de dudosas intenciones.

(*) Claudia Benavente es doctora en ciencias sociales y stronguista.

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Si no lo sientes, no lo entiendes

Claudia Benavente

/ 8 de diciembre de 2024 / 06:01

Esto es sobre periodismo y fútbol. La Fundación Friedrich Ebert convocó a periodistas, comunicadores y afines al ala de los medios a un intercambio en torno al protagonista de los últimos tiempos: la desinformación como presencia perturbadora. Para disparar el diálogo, los investigadores Omar Rincón y Ester Borges plantearon un par de problemáticas basadas en los peligros de la difusión de la información falsa, más en tiempos electorales y de eliminación de los adversarios. Varios estudios confirman que la gente ya no quiere ver noticias porque se habla de política. También porque periodistas y presentadores se han convertido, sin poder contenerse, en actores políticos que pelean, o creen dar pelea a los personajes de la política atacando a ciertas figuras desde los enfoques de sus noticias. Las balas y malas intenciones que buscan ocultarse detrás de las palabras. Ay, los titulares. Ay, los odios. Es tal el desmadre en el periodismo que hoy los especialistas hablan de la ruptura del pacto de la verdad, de la necesidad de un nuevo pacto democrático en el que los periodistas, a decir de Omar Rincón, no se crean actores políticos, vuelvan a hacer reportería, huyan de X, defiendan al periodismo. Hoy la gente confía mucho más en su familia que en los políticos o en los medios, nos cuenta Ester Borges.

Lea: Ser joven en la Bolivia de las filas

En efecto, en el país se puede hacer rápido la lista de los síntomas que arrinconan a informadores y empresas. Comencemos por la desaparición de la mediación periodística; las fuentes y la gente ya no necesitan de los medios tradicionales para comunicar. Sigamos con la probada falta de credibilidad en periódicos, radios y canales de televisión. Comentamos en este mismo espacio que encuestas de percepción en Bolivia revelan que la gente no confía en ellos, que creen que tienen una propia agenda política. La falta de confianza de grandes sectores ha puesto en una misma bolsa negra de plástico tanto a políticos como a periodistas o comunicadores. Podemos añadir, ya que estamos, que los anunciantes (estatales y privados) le han tomado la moral a las empresas periodísticas. Los señoritos anunciadores ya no ponen publicidad si se critica a YPFB y sus muchachos o al ministro perenganito; las empresas ya no quieren un espacio destinado a la publicidad como Dios manda, sino “una noticia positiva” que navegue en el conjunto de las informaciones. Muchas fuentes aceptan entrevistas “por correo electrónico”, o sea, “me mandan las preguntas y al día siguiente mando, por escrito, las respuestas”. En serio. Rematemos con la constatación de que hasta el cordón emocional está a punto de quebrarse entre las audiencias y los medios. Con todo esto, llamen a la ambulancia o pidan cita con el psicoanalista.

Si logramos que el periodismo actual se recueste sobre el diván, de repente se le podrá explicar con calma que el involucramiento político y la obsesión de los periodistas dejaron entrar la mazamorra a la casa de la información, de los datos. Habrá que asumir también que, a pesar de hablar tanto de los efectos de la omnipresencia digital, no se logra salir de la perplejidad frente a las nuevas formas de las pantallas de bolsillo. Después de la sesión psicoanalítica, propietarios y periodistas recibiremos con las dos manos una palabra de aliento para seguir en medio de la crisis económica y de la precariedad de las condiciones laborales de los trabajadores.

Comprender la actual noche para esta A periodista es como comprender el cielo encapotado del club atigrado de mi corazón: ¿Qué explica este vértigo en cada partido? ¿Que no sepan acomodar al zurdo de Chura? ¿Qué la entrega tan completa de Viscarra no permita sacar brillo a la confianza en Johan Gutiérrez frente al arco? ¿Que la hinchada no sea más comprensiva? ¿Que la dirigencia no salga de sus mezquindades? ¿Que el nabo del director técnico haya estado tan ausente y sea tan frío con todos? Como dijo el periodista Ricardo Bajo, es todo al mismo tiempo. Para las y los que no entiendan por qué me fui de la cobertura periodística a la cancha: porque es la misma impotencia. Es la periodista que pese a tanto en contra quiere seguir siendo periodista; es la stronguista que, con tanta falta de ternura con esos chicos en la cancha, sostiene más que nunca al Tigre que no sabe de rendirse. “Si no lo sientes, no lo entiendes”.

(*) Claudia Benavente es doctora en ciencias sociales y stronguista

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Ser joven en la Bolivia de las filas

/ 17 de noviembre de 2024 / 06:00

Mujeres, indígenas y jóvenes son las tres categorías política y académicamente más rentables por lo menos en el vecindario latinoamericano. Son palabras mágicas para proyectos oenegeros y llaves poderosas cuando se busca algún tipo de financiamiento. Estas líneas para decirle que esta A cedió a la tentación de mirar las juventudes bolivianas. Créame que hay datos no menores en este tiempo de incertidumbre política, crisis económica y desmoronamiento institucional.

La Fundación Friedrich Ebert (FES) acaba de publicar un trabajo sobre las juventudes en América Latina y el Caribe que nos incluye como país. Caso por demás interesante solo por el hecho de ser un territorio con un enorme porcentaje de jóvenes: tres de cada cinco bolivianos tienen menos de 35 años. Es un valioso nicho que ya está siendo estudiado por políticos que buscarán ganar poder en la ecuación electoral de la juventud. Tendrán que incluir en sus propuestas una creíble promesa para un universo muy fragmentado, con poca confianza en la política, con la piel herida por el desempleo y con derechos ciudadanos en creciente riesgo.

Sin embargo, resulta que para este pedazo de la población el voto sigue siendo una herramienta para articular el cambio en los países, según el estudio de la FES. Esta percepción se ha instalado a pesar de que las olas políticas a momentos le dieron a la juventud protagonismo y a momentos (más frecuentes) la dejaron en los márgenes de las decisiones.

Mientras cuestionamos en la sociedad “adulta” la vitalidad o el ocaso de ciclos políticos y modelos económicos, una gran mayoría de los jóvenes bolivianos reafirma su creencia de que la democracia es la mejor forma de gobierno, aunque no está satisfecha con su actual funcionamiento. No deja de ser una mirada lógica en una región que hasta hoy no logra salir de la cárcel de obscenas desigualdades ni del fango de la corrupción. Son, al mismo tiempo, estas mismas coordenadas económicas las que dibujaron el mapa de una juventud desigual y con enormes carencias.

¿Con qué lentes miran las juventudes el paisaje político boliviano? Se demostró ampliamente que nuestra valoración del sistema democrático está vinculada a nuestra situación económica particular, así que no hay sorpresa en el hecho de que la juventud nuestra exprese su insatisfacción con la democracia, con la actual situación del país y su economía personal. Esta insatisfacción va de la mano, a su vez, de la desconfianza en las principales instituciones democráticas y un decreciente interés en la dinámica de la política. No podemos repartir culpas en ellas y ellos cuando el espectáculo/país de este último tiempo se ha mostrado tan decadente.  En todo caso, en el plano ideológico es interesante saber que, de cinco jóvenes encuestados, tres son de centro, uno de derecha y uno de izquierda. Hagan sus cálculos.

Y para los bien intencionados que se preguntan: ¿cómo se impulsa mayor participación y capacidad decisoria de este bloque demográfico? Con leyes. De hecho, el estudio citado subraya avances legislativos en cuanto a participación y representación y, en un carril paralelo, un amplio período de inclusión social en lo económico que dio luz a reducciones en las tasas de pobreza y desigualdad en el ingreso, hoy en riesgo debido a la actual tormenta macroeconómica. Un paso “p’alante” y un paso “p’atrás”.

Por ahora, son las relaciones familiares la principal fuente de satisfacción, seguida de la educación (sobre todo cuando pertenecen a las clases más favorecidas), mientras que más de la mitad de los jóvenes no está contenta con su vida en lo económico. Sin sorpresa, ya que un 48% de los jóvenes mayores de 18 años está buscando un empleo. No acaba aquí: el 54% busca migrar a otro país. Así los datos.

En pocas: los trazos que deja este estudio para el ámbito político abren un desafío no menor a pocas vueltas del reloj electoral, pero, sobre todo, nos deja inquietantes pistas de dónde sufren más las y los jóvenes bolivianos. Son nuestras nietas, nuestros sobrinos, nuestras hermanas, nuestros hijos.

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