Coordinación regional en eventos internacionales
En pocas ocasiones del pasado la situación internacional fue tan compleja como en esta época de predominio de la geopolítica en las relaciones internacionales, profundas innovaciones tecnológicas con impactos relevantes en los modos de producir, consumir, entretenerse y también de hacer la guerra, y todo eso en medio de graves repercusiones del calentamiento global y sus efectos devastadores en varias zonas del mundo.
Además de todo eso, también es preciso mencionar, por una parte, la situación de endeudamiento extremo que registran algunos países como consecuencia de la pandemia del COVID- 19, así como la nueva intensidad que adquieren las migraciones internacionales, por otro.
Pero quizás la mayor novedad de esta época consista en que todas las calamidades mencionadas se difunden todos los días en tiempo real a una gran mayoría de la población del planeta, por los diferentes medios de comunicación o por las redes sociales. En efecto, nunca en la historia pasada la gente en los diferentes países ha compartido la misma información proporcionada por las grandes cadenas mediáticas o intermediada por megamonopolios tecnológicos tales como Apple, Google, Amazon, Meta (ex Twitter), Microsoft y TikTok.
Así vistas las cosas, se comprende la necesidad de que exista una regulación internacional relacionada al menos con los propios contenidos de la información que se difunde, así como respecto de la tributación efectiva y justa de las enormes ganancias de los monopolios tecnológicos y comunicacionales.
Ningún país por sí solo está en condiciones de regular con eficacia este conjunto de aspectos que caracterizan la situación global hoy. Es imprescindible por consiguiente que existan instancias multilaterales con potestades efectivas para generar las respectivas normas y acuerdos sobre el financiamiento destinado a combatir el calentamiento global, la atención humanitaria de las migraciones y la renegociación de la deuda de los países altamente endeudados, entre otros temas.
Están programados para este año varios eventos internacionales que tratarán los temas del financiamiento global con participación de los bancos multilaterales de desarrollo, las reformas del sistema de las Naciones Unidas y el desbloqueo en que se encuentra por el momento el Consejo de Seguridad.
En tal contexto, resulta totalmente inconveniente que los países latinoamericanos carezcan de una posición compartida sobre dichas materias. La transición hacia un nuevo orden internacional será probablemente larga y superará con creces los usuales períodos presidenciales entre cuatro y seis años, motivo por el cual sería recomendable que se establezcan mecanismos con mandatos largos para que los países de América Latina puedan presentar sus posiciones comunes y defender sus intereses compartidos en las negociaciones que se avecinan.
Las circunstancias políticas vigentes en los países de América Latina y el Caribe no permiten abrigar demasiadas esperanzas en materia de sólidos acuerdos en temas globales. Las diferentes expectativas sobre el resultado de las elecciones de noviembre de este año en Estados Unidos forman parte ciertamente de los obstáculos que entorpecen los consensos sobre iniciativas diplomáticas efectivas en temas internacionales.
Sin embargo, se podrían avanzar ciertas iniciativas relevantes en América del Sur, cuyos recursos naturales agregados constituyen una formidable base de negociación frente a actores globales que los tienen en su mira. Se trata por supuesto, en primer lugar, de la Amazonía, pero también de los minerales necesarios para la transición global hacia las fuentes renovables de energía.
Lo mínimo a que se podría aspirar en las actuales circunstancias es a la adopción de algunos principios comunes respecto a la negociación sobre las actividades extractivas y las que se llevan a cabo en los bosques amazónicos.
Horst Grebe es economista.