Mire la calle
Lucía Sauma, periodista
¿Cómo puede usted ser
indiferente a ese gran Río
de huesos, a ese gran Río
de sueños, a ese gran Río
de sangre, a ese gran río?
¿A ese gran río?
(Nicolás Guillen)
Mire la calle, pero véala de verdad, es decir quitándose la rutina de los ojos, unas veces se llenará de asombro ante tanta indiferencia, hay gente que llora y nadie le pregunta qué pasa, o si necesita consuelo o si quiere llamar la atención; ante otras, en cambio, se quedará quieto ante tanto despliegue de violencia, de gritos, de pelea. En las calles hay tanta gente con la mente fuera de este mundo, están en las aceras o cruzan las calles sin ver los semáforos o lo que pisan o lo que les rodea, tienen la mente en otro tiempo, en otro lugar y uno se pregunta cómo serían de niños, si tendrían una casa, una cama, un padre, una madre, si hubo un tiempo en el que iban a la escuela. Ahora de tan idos ni siquiera son mendigos.
Mire la calle, todo se vende, todo se compra, fruta, juguetes, ropa, verduras, dulces, audífonos, todo tipo de quimeras, hierbas para curar o para enamorar, recetas para hechizar, para llamar la plata, para comprar la casa. Cualquier lugar es bueno para improvisar un puesto de venta, para transportar una carretilla, no hay inconveniente si se estorba el paso, los transeúntes están acostumbrados, bajarán de la acera o saltarán por encima del puesto de venta, esquivarán el mantel tendido en la calle o lo pisarán, finalmente todo seguirá su curso.
Mire la calle, está atestada de gente, son ríos humanos, así son las avenidas del centro de nuestras ciudades, unos van y otros vienen, jóvenes, niños que a rastras siguen a los adultos, que de la mano los llevan quién sabe a dónde, los pequeños irán igual. Unos están más apurados que otros, caminan, corren, otros simplemente andan un poco sin rumbo, sin apuro o quizás con desgano, sabiendo que es mejor resignarse.
La calle, las calles están llenas de basura, hay quienes barren en la madrugada, pero al mediodía ya se amontaron las bolsas plásticas, los papeles que envolvieron comida, las cáscaras de frutas, miles de otras cosas desechables se acumulan, si hay viento varias de estas cosas se elevan, por un momento quedan suspendidas en el aíre y vuelven a caer justo en alguna de las cloacas embotadas.
Mire la calle, minibuses, colectivos, taxis, autos, van por las avenidas, las callecitas estrechas, sangran y desangran la ciudad, se amontonan, hacen mucho ruido, se persiguen, se entremezclan, avasallan, crean estrés.
Entre todo ese caos, de repente se escucha una voz pequeñita y dulce que canta la canción que aprendió ese día en el kínder y la calle se ilumina, por un momento deja de lado todo lo gris, uno se deja llevar por el sonido y aunque dure unos segundos tiene el poder de cambiar la soledad, lo gris, lo feo de la calle, aunque sea solo por unos segundos…
Lucía Sauma es periodista.