Voces

Friday 20 Sep 2024 | Actualizado a 02:02 AM

Los programadores del odio

/ 1 de junio de 2024 / 03:55

Admiración, pasmo, extrañeza, estupor, perplejidad, estupefacción, sorpresa, maravilla, fascinación, deslumbramiento, embobamiento, embeleso, arrobamiento, conmoción, susto, espanto, sobrecogimiento. Todo eso es lo que provoca la capacidad humana para el asombro, la necesidad casi instintiva de incorporar experiencias para sentir que estamos vivos y que nuestros haceres cotidianos avanzan cargados de sentido existencial. Y todo eso es lo que precisamente se encuentra en entredicho en esta nueva época en la que el odio y la indiferencia, el desprecio y el ninguneo se ejercen de manera especializada. La fórmula consiste en dejar de asombrarse por todo y por nada, dejar de lamentarse por asuntos que con una buena estrategia marketera y política pueden terminar naturalizándose. Que sufran los que mueren con las bombas, las torturas, el hambre, la devastación de la naturaleza, los demás a tomar las cosas con la liviandad con la que una adolescente curvilínea mueve las caderas haciendo un TikTok de 30 segundos. Manipulación pura. Adormecimiento perfecto. Nos fuimos a la mierda… pero bailando.

Benjamín Netanyahu es el Hitler del siglo XXI. Un genocida del que no se admiten matices. Continúa propiciando una matanza sistemática de palestinos que va mucho más allá de quienes militan o empuñan metralletas en Hamás. Se trata de niños, mujeres y ancianos que han muerto como moscas abatidos por el poder militar israelí en la Franja de Gaza y alrededores. Dice muy suelto de cuerpo que en Rafah se equivocaron, que algo salió mal, que no estaba planificado arremeter en dicha zona, o sea, qué pena, ni modo, un error más no tiene por qué complicarle la vida al sionismo recalcitrante o al propio primer ministro judío que a lo único que apunta es a retener el poder en las próximas elecciones de su país, aunque los datos de la realidad le digan que debería marcharse y cuanto antes. No lo hará, el poder es un narcótico que produce dependencia al que solo la muerte puede ponerle fin.

Netanyahu es la máxima expresión del odio como peor expresión de la condición humana, pero no es el único. Algunos colaboradores de Javier Milei en el gobierno argentino decidieron esconder alimentos que tenían destino de comedores populares, esos con los que sus habituales comensales lograban no morir de hambre gracias a los programas sociales. Mientras tanto, como algún periodista apuntó, el país no tiene presidente, se gobierna con piloto automático, mientras el libertario que lleva el look del libertador José de San Martín, un estilo retro republicanista que tiene confundido a más de uno, viaja, viaja y cuando aterriza en España no tiene mejor idea que tachar de corrupta a la esposa del presidente del gobierno, Pedro Sánchez. Repite lo que sus ultrafachos amigos de Vox van diciendo, al nuevo estilo con que se han impuesto las redes sociodigitales: noticias falsas, acusaciones sin pruebas, agravios como mecanismo de activación de la mentira que significa una nueva forma de hacer política: el miente, miente que algo queda de Goebbels con los zurdos de mierda, colectivistas, que ha llevado a la humanidad a su estadio más oprobioso. No es casual, Milei respeta, admira y ha visitado a Netanyahu a las pocas semanas de haber demostrado que en lugar de viajar al psiquiátrico, se le puede decir al chofer que cambie de dirección y vaya para la Casa Rosada.

Jair Bolsonaro demostró (2019 y 2022) en Brasil que en el país de la felicidad futbolera, de la necesidad interior de sambar en carnaval, en ese subcontinente, en el de la incomparable bossa nova de Caetano Veloso, Vinicius de Moraes y toda esa banda de fabulosos músicos, en ese país también se puede instalar el odio con la pesada maquinaria de unas iglesias evangélicas fundamentalistas, unas Fuerzas Armadas a las que había que actualizar en anticomunismo y unos vigilantes de la moral, la justicia y las buenas costumbres asesinando a activistas lesbianas como Mariel Franco con cuatro disparos en la cabeza (2018).

El último truhan se llama Donald (como el pato de Disney) Trump y amenaza con volver a ser presidente de Estados Unidos, a cuatro años de perder una elección a la que tachó de fraudulenta (otro mecanismo de masaje manipulatorio masivo) cuando Joe Biden recuperaba la Casa Blanca para los Demócratas y a los Republicanos no les pareció mal que se asaltara el Capitolio en plan golpe de Estado. Entonces, los Estados Unidos de la perfecta democracia occidental, se convirtieron en una patética película documental sobre república bananera o africana según lo dicta Hollywood. 

Netanyahu. Milei. Bolsonaro. Trump. Todos ellos han demostrado que las combinaciones en política y economía pueden romper con cierta ortodoxia para combatir a árabes terroristas, zurdos de distintas tonalidades, pero todos de mierda, y cómo no, a la “mariconería” como recién ha dicho el jesuita papa Francisco. Quienes quieran trabajar y militar en el odio, están en condiciones de aspirar a una tranquilizante estabilidad laboral en esta sociedad del cansancio de la que nos habla Byung- Chul Han.

Julio Peñaloza Bretel es periodista.

Comparte y opina:

El éxito no se analiza

/ 7 de septiembre de 2024 / 07:20

Decía César Luis Menotti, entre las tantísimas cosas inteligentes que lo distinguían acerca de su capacidad para leer-escribir el fútbol, que el éxito no se analiza. Eso significaría que el éxito puede derivar en exitismo que consiste en el exceso de celebración luego de conseguido un objetivo. No analizar en el contexto de un resultado feliz lo acontecido en un campo de juego significa que se impone la hora de tirar cohetes y descorchar botellas y que no cabe otra cosa que danzar y saltar, que gritar vivas hasta secar gargantas.

Para el lenguaje empresarial, lo acontecido en el estadio de Villa Ingenio de El Alto es un Caso de Éxito, basado en el modelo aplicado por Fernando Costas, Presidente de la Federación Boliviana de Fútbol (FBF) en su club, el Always Ready de La Paz, que terminó convirtiendo en equipo alteño con el propósito, finalmente conseguido, de ascenderlo a la división profesional . El pasado 20 de febrero, el llamado equipo de la banda roja le propinó una histórica goleada al Sporting Cristal del Perú (6-1) en su casa a un poco más de cuatro mil metros sobre el nivel del mar, por Copa Libertadores de América. El entrenador de ese equipo era Oscar Villegas, el mismo que hace cuarenta y ocho horas debutó como seleccionador en las clasificatorias o eliminatorias que conducen hacia la Copa del Mundo a jugarse en 2026 en canchas de México, Estados Unidos y Canadá.

Contradigamos por esta vez a Menotti para diseccionar los componentes que dieron lugar a ese rotundo 4-0 con el que la verde boliviana se impuso incuestionablemente a la vinotinto venezolana. En esta misma columna, hace catorce días, se dijo que Bolivia había decidido jugar en el cielo, que subir del histórico Hernando Siles de La Paz al estadio alteño era una apuesta, en primer lugar, por maximizar la ventaja que supone desempeñarse en la altura. Pues bien, este primer argumento puesto en práctica por la FBF ha funcionado a la perfección, en tanto Venezuela decidió no ser ni la sombra de lo que había expuesto en sus partidos de Copa América y de esta misma etapa mundialista que la sitúa en el cuarto lugar de la tabla de posiciones y que hasta el partido con Bolivia estaba invicta con dos triunfos y tres empates.

La recuperación de la ventaja de jugar a cuatro miles de metros sobre el nivel del mar, por lo tanto, funcionó sin fisuras. El argentino Fernando Baptista, seleccionador de Venezuela, se mantuvo invariable, antes y después del partido, en su posición de no referirse al argumento-pretexto de la altura, exhibiendo una ética deportiva infrecuente en el mundillo futbolero caracterizado por las excusas para justificar malos resultados. Queda claro entonces: La altura juega cuando el equipo nacional sabe que hacer en la cancha haciendo valer su condición de anfitrión y en esa medida, así como Villegas supo sacarle ventaja a la ciudad y al estadio en el que jugaba cuando dirigía Always Ready, puso en evidencia su oficio, experiencia y algo que hacía muchísimo tiempo les faltaba a quienes se hacían cargo de la selección boliviana y que pasa por la actitud y el inicio de la construcción de una mística, aspectos claramente expuestos por el joven equipo por el que apostó el seleccionador.

Para completar el análisis, pensemos a continuación lo que sucede con la selección boliviana cuando queda obligada en su condición de visitante a prescindir de la ventaja de la altura. La verde debe jugar en 72 horas contra Chile en Santiago, ciudad que se encuentra al nivel del mar. Nuestra selección llega a ese partido con un abrumador antecedente: La última vez que Bolivia ganó fuera de casa fue el 18 de julio de 1993 precisamente contra Venezuela en Puerto Ordaz (7-1!!!), lo que quiere decir que su último triunfo se produjo hace 67 partidos y 31 años.

A partir de las cinco de la tarde del martes 10 de septiembre, Bolivia estará obligada solamente a pensar en el juego, en su propuesta exclusivamente futbolística frente a una selección chilena que acaba de ser pasada por encima (0-3) en Buenos Aires, por ese equipo de autor como definiera Marcelo Bielsa a la selección argentina campeona del mundo dirigida por Lionel Scaloni.

Villegas tiene clarísimo el guión de su emprendimiento. Dice que en la lista de sus prioridades figura el trabajo que demandará una década con las juveniles, pero que eso no signfica que vaya a descuidar a la selección mayor en la que finalmente, después de tanto debate reiterativo, se ha decidido apostar por una nueva generación de futbolistas que han comenzado esta nueva etapa desatando una celebración que los alteños y las alteñas se merecen. Bolivia ha sabido jugar con la altura a su favor frente a Venezuela. Ahora contra Chile debe dedicar sus esfuerzos nada más que a jugar al fútbol. Los futboleros tan proclives al exitismo, saben que esto recién comienza y que la paciencia es clave para permitir que un trabajo pensado a mediano y largo plazo pueda generar algún fruto.

Julio Peñaloza Bretel
es periodista.

Temas Relacionados

Comparte y opina:

A jugar en el cielo

/ 24 de agosto de 2024 / 01:59

Si algo tiene el fútbol boliviano es materia inagotable para la discusión acerca del lugar en el que se encuentra la frontera entre realidad y ficción, y sucede que conforme transcurren los días nos queda cada vez más claro que tal frontera no existe. Por décadas Bolivia defendió su derecho a jugar en la sede histórica de sus ilusiones y de sus esporádicas patriadas con la pelota rodando en el césped del Hernando Siles.

Sucedió alguna vez que el poderoso trío sudamericano brasileño-argentino-uruguayo intentó maniobrar en el escenario multilateral de las decisiones corporativas futbolísticas (FIFA) para dejar de venir a la tortuosa La Paz, esa ciudad a la que se llega a jugar con fastidio y temor a perder la capacidad de respirar, salvo que alguno se llame Ángel Di María y corra más y mejor en el estadio miraflorino que todos los componentes de nuestra verde selección juntos.

Desde que nuestro fútbol comenzó a desandar el camino y se fue tornando cada vez más irrelevante y sin capacidad competitiva, la urgencia por intentar dejar de jugar en la altitud paceña se hizo cada vez más innecesaria. Brasil nos convirtió cuatro goles en la anterior eliminatoria y Argentina tres en esta que se juega con destino a la Copa del Mundo 2026. Nosotros: cero. Ya ni con el flecheiro Marcelo Moreno Martins se logró anotar por lo menos el gol del honor.

El pasado 23 de marzo, en esta misma columna pregunté si el fútbol boliviano pasaba por altura o buen juego, y hace algunas semanas ha llegado la respuesta: altura, futboleros y futboleras, altura en primer lugar, y si se puede jugar algo de fútbol, tanto mejor. Como ya casi no se puede con futbolistas de buen pie —que casi no los tenemos hace muchos años—y por lo tanto ya no se puede técnica y tácticamente, acudamos a las fuerzas del cielo como invoca Javier Milei.

Como nunca antes sucedió, tenemos un presidente de la Federación Boliviana de Fútbol (FBF) con una notable capacidad de persuasión que ha logrado convencer a la Confederación Sudamericana de Fútbol (Conmebol) y a la mismísima FIFA no solo de continuar jugando en las alturas andinas, sino de hacerlo ahora algunos peldaños más arriba, esto es, en los 4.000 metros sobre el nivel del mar de la aguerrida y corajuda ciudad de El Alto.

Con este nuevo panorama, la selección boliviana de fútbol recibirá en el estadio de Villa Ingenio, con las autorizaciones internacionales respectivas en regla, a la Vinotinto venezolana, que hace por lo menos dos décadas superó las goleadas recibidas de a siete por partidos de ida y vuelta en la eliminatoria de 1993, para pasar al frente y tener ahora una escuadra que ocupa el cuarto  lugar en la tabla de las eliminatorias mundialistas y que en la Copa América recientemente ganada por Argentina en canchas estadounidenses, ganó su grupo con puntuación perfecta y fue eliminada en la tanda de penales frente a Canadá en cuartos de final, mientras nosotros, cada vez más verdes, regresábamos con el rabo entre las piernas sin un solo punto habiendo recibido 10 goles y anotado apenas uno.

Venezuela llegará a jugar a El Alto sin haberse manifestado ni en lo mínimo acerca de la incomodidad que supondría rendir en las mejores condiciones con semejante altitud, mientras en los ámbitos municipales y de la FBF se hacen denodados esfuerzos por tener las butacas plásticas necesarias exigidas por la FIFA que reducirán el aforo del estadio en el que habitualmente juega de local Always Ready, para dotarlo de las condiciones de seguridad y de comodidad que son parte del protocolo FIFA, también en esta fase eliminatoria de la nueva versión de la Copa del Mundo.

Con este panorama, Bolivia ha decidido apostar por una propuesta de características más medioambientales y climáticas que futbolísticas. Enfrentará a Venezuela, pensando en que los visitantes comenzarán a perder el partido en el vestuario, de solo pensar que en el primer sprint de sus extremos podrían quedar jadeando por insuficiencia de oxígeno. Bolivia jugará con la altura antes que con la pelota. Lo que parece no haber pensado la intrépida dirigencia federativa es que como bien dice la gran Camila en casa: “El fútbol boliviano es tan alucinante que hasta cuando ganamos, perdemos”, en alusión a los triunfos por 1-0 de The Strongest y Bolívar frente a Peñarol de  Montevideo y al carioca Flamengo, con los que nuestros históricos equipos quedaron eliminados en octavos de final de la Copa Libertadores de América.

Todas las selecciones nacionales se preparan para jugar. La  selección boliviana ha decidido, de aquí en adelante, aferrarse al ventajero expediente de la altura. Todas las realidades futbolísticas competitivas del planeta se ocupan, en primer lugar, de formar deportistas, atletas, futbolistas y en lo posible personas de bien. Bolivia consolida así la excepción a la regla: total, si ganamos con la altura, no hay para qué preocuparse por jugar al fútbol.

Julio Peñaloza Bretel es periodista.

Comparte y opina:

Acabar con el prorroguismo

/ 10 de agosto de 2024 / 01:23

A Evo Morales la palabra referéndum le debe doler en el alma. Fue a partir de una súbita y hasta ahora inexplicable decisión en tiempo y forma que el expresidente encaminó al país hacia el 21 de febrero de 2016 para preguntarle acerca de su aceptación o rechazo a una nueva repostulación, luego de estar gobernando por tres períodos consecutivos. La respuesta fue terminante. Fue no. Y el mismísimo Evo se rindió ante la evidencia acerca de la decisión expresada en las urnas. Tuvieron que transcurrir 20 meses, hasta noviembre de 2017, que buscando y rebuscando argumentos jurídico electorales, se instrumentó al Tribunal Constitucional —ese mismo al que el propio Evo ahora  tacha de prorroguista y funcional a los designios del actual poder gubernamental— para inventar una disparatada habilitación invocando al Pacto de San José, arguyendo que una candidatura presidencial es un derecho humano, razón por la cual se abrían las compuertas para la consolidación del liderazgo caudillista en el ejercicio presidencial.

Corregido semejante despropósito constitucional a partir de la respuesta a una consulta hecha por el entonces presidente Iván Duque de Colombia, a la Corte Interamericana de Derechos Humanos, se concluyó que no había tal (agosto, 2021), que de ninguna manera, bajo ningún concepto jurídico se podría aceptar que es un derecho eterno ser candidato cuantas veces le plazca a quien ostenta un gran liderazgo y cree gozar de una legitimidad ilimitada, otorgada por el pueblo soberano.

Hasta aquí la historia es archiconocida y repetida hasta el cansancio. Desde 2019, Bolivia se bambolea en la incertidumbre que genera desde y hasta dónde existe el derecho de acceder a la candidatura presidencial. El país no ha podido superar esta discusión que se ha agravado con la decisión del mismísimo tribunal que habilitó a Evo en 2017, que el Día de los Inocentes, 28 de diciembre de 2023, emitió  la sentencia constitucional 1010 en la que queda expresamente determinada la reelección “por única vez continua”. En consecuencia, Evo Morales queda inhabilitado para las presidenciales de 2025.

En un día de iluminación, alguien cercano al presidente Luis Arce se levantó una mañana para sugerirle el camino más expedito y transparente para acabar con este exasperante debate que le ha costado al Gobierno, en los últimos dos años, tener que malgastar su tiempo en una interna partidaria que prácticamente ha destrozado al MAS-IPSP. Esa ruta está marcada por la convocatoria a un nuevo referéndum en el que bolivianas y bolivianos diremos qué hacer con esta cantaleta que nos tiene complicados en un momento en el que la gestión de Arce debiera estar exclusivamente enfrascada en buscar salidas a una situación económica que se viene tornando cada vez más compleja e irresoluble, sobre todo porque la desaparición del dólar callejero y el más grande, el necesario para las transacciones importadoras y exportadoras, está complicando el funcionamiento económico productivo del país.

Caudillismo. Mesianismo. Endiosamiento. Culto a la personalidad. Todos estos son conceptos que mucho tienen que ver con el estalinismo que desfiguró la revolución rusa y la construcción de una unión de repúblicas socialistas, y que con acento latinoindocaribeño se han incorporado a este lado del mundo, atribuyéndoles facultades y poderes especiales a nuestros libertadores republicanos del siglo XIX, de los cuales llegarían las herencias de lo bolivariano para atribuirse capacidades ilimitadas de ejercer el poder, descartando de un plumazo la imprescindible alternancia de nombres en las jefaturas de Estado.

Con sentido de previsión,  lo primero que le sugirieron a Nicolás Maduro cuando se estrenaba en la presidencia de Venezuela (2013), si quería tener relativo éxito en su gestión, era deshacerse de los chavistas en tanto se presagiaba que si los mantenía en la estructura de poder, su presidencia podía sufrir fuertes embates internos. Así son los grandes caudillos: hasta después de muertos son capaces de seguir influyendo en el estilo decisional de manejar el poder. Pues bien, todo indica que con el referéndum de próxima realización, el presidente Arce podrá neutralizar el asedio evista que tantas averías le ha generado en su ejercicio gubernamental, debido a que es altamente probable que esta nueva consulta popular sirva para ajustar cuentas con el pasado y reivindicar el valor del voto del 21F pisoteado con una habilitación que terminó con sindicaciones de fraude, derrocamiento y golpe de Estado.

Las sociedades del siglo XXI quieren gobernantes que no jueguen a la tentadora activación de la idolatría, y la única forma de marcarles los límites a los caudillos que creen en la perpetuidad del tiempo en el poder es a través de las restricciones que impone la ley. En ese sentido, el modelo mexicano de seis años en el gobierno de un presidente y sanseacabó parece no exhibir márgenes de error.

Julio Peñaloza Bretel es periodista.

Comparte y opina:

La derecha evista y arcista

/ 27 de julio de 2024 / 00:02

Nunca antes la derecha en Bolivia había sido tan impresentable. Es de vergüenza, pero sus figuras hacen papelones sin sonrojarse. A la hora de obstaculizar decisiones parlamentarias como la aprobación de créditos, la derecha es evista, porque junto con dicha ala masista se ha puesto de acuerdo para boicotear al Gobierno; por ahí, en una de esas le sale de chanfle y logra el tan ansiado acortamiento de mandato del presidente Arce. No por otra cosa el vicepresidente David Choquehuanca ha etiquetado como troika a la sociedad antigubernamental Evo-Mesa-Camacho que se manifiesta en la Asamblea Legislativa.

El otro escenario es el de los magistrados autoprorrogados que un par de días antes de la finalización de 2023, es decir, antes de autoprorrogarse, determinaron la inhabilitación a una nueva candidatura a la presidencia de Evo Morales, asunto sobre el que dos de esa misma troika, los golpistas Mesa y Camacho, se transfiguran en antievistas y se alinean con el discurso de algunos personeros gubernamentales que afirman, sin lugar a dubitaciones, que el todavía vigente presidente del MAS no puede volver a ser candidato debido al pronunciamiento de la Corte Interamericana de Derechos Humanos que en 2021 desahució el argumento de la candidatura presidencial como un derecho humano.

La derecha conformada por las también divididas Comunidad Ciudadana (CC) y Creemos es por lo tanto evista para bloquearle al Gobierno la posibilidad de recuperar oxígeno económico con la materialización de créditos internacionales hace más de un año gestionados, y es arcista para bloquear la candidatura presidencial de Morales. Esta conducta bipolar podría tener sentido si de lo que se tratara es de debilitar al MAS en sus ahora bien diferenciadas expresiones partidarias, una en el Gobierno despojada de gobernabilidad parlamentaria, la otra, cabeza de la oposición que sustenta su estrategia en mostrar a Luis Arce como a un traidor autoritario, inepto y vendido a la derecha.

Avejentada y demacrada, la derecha boliviana sigue bailando al ritmo que impone el MAS —o los “mases”—, debido a que todo servirá para que se haga pedazos por dentro como efectivamente está sucediendo y de esa manera se generen las condiciones para sacarle ventaja a los destrozos ajenos, porque desde 2006 fue incapaz de hacer lo que pudieron Paz Estenssoro, Paz Zamora, Sanchez de Lozada y Banzer, que consistía en una idea de país, en una proyección sobre su futuro basada en los preceptos político económicos del neoliberalismo. Son tan poco inspirados los actores de la derecha de hoy que ni siquiera encontraron una manera viable de construir un proyecto con la ventaja que permite un golpe de Estado y las limitaciones de movilizaciones sociales que imponía una pandemia. Ni siquiera así supieron encontrar la manera de enfrentar al MAS para intentar derrotarlo en la cancha electoral. Solo pudieron con un derrocamiento inconstitucional que les duró un cuarto de hora.

La derecha es arcista. La derecha es evista. En buenas cuentas, la derecha en Bolivia se ha hecho, en las dos últimas décadas, repetitiva, desangelada, carente de talento político e incapaz de erigir liderazgos.  Está volviendo a decir que la fórmula para ganar en 2025 es la unidad, esa que no pueden conseguir hace 20 años y que pone en evidencia su falta de confianza en sí misma. La unidad tenía algún sentido cuando el MAS era una roca indestructible y no ahora que está fragmentado, lo que significa que subconscientemente tiene alojada la idea de la indestructibilidad azul cuando ya no pueden quedar dudas de que tal cosa ha terminado por cambiar y parece que irremediablemente desde 2022.

Sucede, si profundizamos el análisis, que la derecha, desde sus entrañas, desprecia a la Bolivia nacional y popular. Que volverá a apostar por candidaturas de soplar y hacer botellas, por lo que no hay para qué incomodarse concibiendo una estrategia nacional con visión de país. No importa, al final de cuentas, como el MAS está hecho trizas, piensan, llegarán al gobierno más fácilmente de lo que parece, lo que significa que pierden de vista que si algo ha promovido el MAS en su mejor momento, fue transformar las condiciones para que la sociedad desde su identidad indígena y campesina comenzara a intervenir en decisiones ciudadanas que hasta antes de 2006 miraba de lejos.

Hay en este momento por lo menos 10 precandidaturas presidenciales; tres organizaciones partidarias nacionales, todas ellas divididas en dos o tres facciones, y algún jubilado que perdió la personería jurídica de su partido que amenaza con volver, pero si en este escenario de incertidumbre y fragmentaciones varias, la derecha se resiste a comprender que las organizaciones sociales de hoy ya no son las mismas funcionales a sus intereses de ayer, significará que pretende ningunearlas como en los años 80 o 90, y consecuentemente el fracaso y la violencia política volverán a quedar a la vuelta de la esquina.    

Julio Peñaloza Bretel es periodista.

Comparte y opina:

La cancha ensuciada

/ 13 de julio de 2024 / 02:53

Las canchas sintéticas y las nuevas de grama natural de la Eurocopa y la Copa América son notoriamente más limpias que aquellas en las que se está jugando la política boliviana, a pesar de algunos arbitrajes miopes, sospechosas decisiones tomadas por el VAR y algunos futbolistas siempre dispuestos a hacer de la trampa y la viveza criolla los últimos recursos para sacar ventaja deportiva. Lionel Messi, consciente de lo que significa la cercanía del retiro, ha declarado que estas son las últimas batallas, las de él y las de sus compañeros de generación que buscarán mañana frente a Colombia un segundo título consecutivo de Copa América y una cuarta consagración sin traspiés, incluidas la Finalísima y la Copa del Mundo en que los rivales superados fueron Italia y Francia nada menos. Messi sabe qué significa retirarse en el momento en que lo dicte su reloj biológico, decisión dolorosa pero ineludible que deben tomar quienes han hecho del fútbol una carrera con un promedio aproximado de dos décadas de vigencia danzando con sus virtudes y tropiezos sobre el verde césped.

Si algunos políticos que llegaron a la cima imitaran la sensatez futbolística frente a la hora de colgar los botines, es probable que los países y sus sociedades no andarían metidas en unos laberintos construidos por esas ilimitadas ambiciones y ese extravío que los conduce a concebirse como inmortales. De estas conductas resultan los prorroguismos, las violaciones a las Constituciones, las componendas para fabricar leyes cortas que permitan salir del paso e incluso sucesiones presidenciales inconstitucionales que en términos populares se llaman golpes de Estado, pero que los golpistas de turno se resisten a aceptar como ciertos en estos tiempos líquidos de posverdad, construcción de escenarios virtuales y artificiales para descalificar y apartar del camino al adversario.

En tiempos de desenfreno sociodigital hay mentiras que han consagrado a los mentirosos de turno —mentirosos en tanto no pudieron demostrar que las falsedades sobre las que cabalgan jamás podrán convertirse en verdades irrefutables—. En esa cancha en la que campean las infracciones que no han merecido ni siquiera tarjeta amarilla, en Bolivia no hubo con Rózsa Flores una seria intentona terrorista separatista, pues fue nada más un “montaje” (Rubén Costas), pero sí hubo un “fraude monumental” y de ninguna manera el derrocamiento ilegal de un gobierno (Carlos Mesa, el historiador al que la historia no absolverá), y en este último tiempo, más precisamente hace un par de semanas no hubo una intentona militar golpista, sino otra “puesta en escena” para que el presidente Arce pueda recuperar algo de oxígeno popular.

Esta es una cancha en que las falsedades y las medias verdades se pretenden imponer a través de las fuerzas combinadas entre redes y medios, a la que ya nos vamos acostumbrando en sentido de que el juego político prescinde cada vez con mayor frecuencia de la verdad y la autenticidad,  preceptos muy poco útiles a las necesidades de los ambiciosos y mentirosos de turno, y por si no fuera suficiente, mediocres enfermos de importancia que conforme a la tradición señorial han menospreciado por siglos a las clases subalternas.

Desde el día en que el voluntarismo político de procedencia caudillista decidió meterle mano al voto popular para malversarlo (21 de febrero de 2016), Bolivia ha desandado el camino de la institucionalidad y el respeto por las reglas de juego. A partir de ese momento el país fue castigado por un nefasto gobierno de facto, represivo, masacrador y corrupto, y a continuación llegó muy apresuradamente la ruptura del que se autonombra el partido político más grande de la historia del país.

Con el MAS dividido, la guerra de declaraciones, el fuego cruzado casi diario ha adquirido unas características de delirio en que un actor, un solo actor, ha hecho de la afirmación sin fundamento, de la acusación sin pruebas, un estilo político pospresidencial que contradice la experiencia que debiera significar gobernar casi tres lustros, estilo que por supuesto se hace extensivo a un patético entorno de ansiosos, en tanto que su razón de vida pasa por ser nuevamente ministros y ministras, propósito que de no conseguirse podría generar una frustración insuperable.  

En esta cancha sucia, a punto de quedar mugrienta, se está jugando la política boliviana. Resulta que el artículo 209 de la Constitución dice expresamente que los candidatos pueden ser postulados por los partidos políticos, las agrupaciones ciudadanas… y las organizaciones de las naciones y pueblos indígena originario campesinas. Esto significa que Luis Arce podría ser proclamado por el Pacto de Unidad con las personerías al día y las llaves de las sedes de las organizaciones en su poder, lo que terminaría por liquidar definitivamente la ilusión de la recuperación de la unidad. El MAS está partido y no parece que eso vaya a cambiar ni siquiera con una operación milagro.

Julio Peñaloza Bretel es periodista.

Comparte y opina: