Claudia Sheinbaum, de cerca
Claudia Sheinbaum Pardo creció oyendo discursos y proclamas desde el desayuno hasta la cena

Javier Bustillos Zamorano
Aún no desaparecía el olor a pólvora de la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco, luego de la masacre de estudiantes ese 2 de octubre de 1968, cuando Annie Pardo y otros militantes de la rebelión juvenil mexicana salieron a las calles a repartir volantes denunciando la represión ordenada por el gobierno. Ella y su marido, Carlos Sheinbaum, habían logrado escapar de las balas del ejército, pero no de las represalias, pues días después les quitaron el trabajo, los expulsaron de la universidad y fueron perseguidos durante varios meses. Claudia, la hija de ambos, tenía entonces seis años de edad. Dentro de cuatro meses, será la primera presidenta en la historia de este país.
Revise: EEUU, la fiera herida
Claudia Sheinbaum Pardo creció oyendo discursos y proclamas desde el desayuno hasta la cena; leyendo periódicos y libros que sus padres le dosificaban: ella, bióloga, maestra y doctora de la Facultad de Ciencias de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), y él, ingeniero químico de la Escuela Nacional de Ciencias Químicas de la Universidad de Guadalajara. La ideología de izquierda vino en su torrente sanguíneo, pues su abuelo paterno, un judío asquenazi inmigrado, fue un destacado militante del Partido Comunista Mexicano en los años 20.
De la mano, sus padres la llevaban a sus clases de francés y ballet, pero también a la cárcel de Lecumberri a visitar a dirigentes obreros y campesinos presos. Su primaria y secundaria las cursó en una de las llamadas escuelas activas, de esas donde la enseñanza, a diferencia de la escuela tradicional, es horizontal, democrática y donde el alumno aprende a través de la observación, experimentación y pensamiento crítico. En 1977, ingresó al Colegio de Ciencias y Humanidades de la UNAM y, cuando no estaba en clases, asistía a marchas sindicales y apoyaba huelgas. Hace unos días, el presidente de Colombia, Gustavo Petro, recordó cómo ayudó a la guerrilla M-19 cuando estaban de clandestinos en México.
En 1986, durante un conflicto en la UNAM y a punto de egresar de la carrera de Licenciatura en Física, conoció al que iba a ser su esposo durante 29 años, Carlos Imaz, un académico con el que procreó una hija y crio a otro solo de él. Juntos, echaron abajo una reforma que las autoridades pretendieron imponer.
En 1992, hizo la maestría en ingeniería energética, en 1995 el doctorado en ingeniería ambiental y se afilió por primera vez a un partido que había sido fundado cinco años antes por un grupo de políticos de izquierda, entre ellos Andrés Manuel López Obrador; un amor ideológico a primera vista y para siempre. Cuando AMLO fue jefe de gobierno del entonces Distrito Federal en 2000, la incluyó en su gabinete; después la impulsó a una alcaldía y finalmente a jefa de gobierno de la Ciudad de México, una gigantesca urbe de cerca de 10 millones de habitantes. Recibió varios premios, entre ellos, el Nobel de la Paz en 2007, concedido a un grupo intergubernamental de expertos sobre el cambio climático, del que formó parte.
En 2004, Sheinbaum vivió quizás el peor momento de su vida. Su esposo fue videograbado recibiendo dinero de Carlos Ahumada, un empresario argentino. Según se investigó después, habría sido para apoyar campañas políticas. Los señalamientos de corrupción la mancharon, tanto, que buscó a López Obrador para presentarle su renuncia, pues formaba parte de su gabinete. AMLO no se la aceptó, porque sabía que ella no tenía nada que ver. Le reafirmó su confianza y la convenció de seguir adelante. Claudia eligió y tiempo después, se divorció. Y así permaneció durante varios años, hasta que por Facebook se reencontró con Jesús María Tarriba, un viejo amor estudiantil con el que se casó en segundas nupcias, en 2023.
El próximo 24 de junio cumplirá 61 años de edad. Se le ve feliz. A primera vista, da la impresión de que es una mujer demasiado seria, fría, hermética; sus opositores la motejaron como «la mujer de hielo», pero los que la conocen dicen que es cautivadora, amable hasta casi la ternura, pero firme y de decisiones indiscutibles. Más racional que emocional; más a la izquierda que el propio AMLO; una científica, que sin embargo y sin decir agua va, agarra un día su guitarra y se pone a cantar canciones de amor, como esa que dice: Gracias a la vida, que me ha dado tanto…
(*) Javier Bustillos Zamorano es periodista