¿Por qué fracasó el supuesto golpe?

Yuri Torrez
Esas imágenes de terror de los golpes de Estado del siglo pasado volvieron a la memoria colectiva, luego de presenciar el 26 de junio, casi en directo, escenas de tanquetas y carros blindados militares en los umbrales del Palacio Quemado, que acechaban al gobierno de Luis Arce Catacora. Pero los cabecillas de ese desplazamiento militar con sensación de asonada golpista, se congelaron en el pasado y no comprendieron que los golpes de Estado del siglo XXI son más sofisticados.
Este análisis no pretende adentrarse a esa disputa de narrativas sobre el supuesto golpe de Estado o autogolpe en la que se enfrascaron oficialistas y opositores (incluidos o quizás, sobre todo, los evistas) desde la misma jornada de la intentona golpista, ya que la interpretación interesada, al parecer, venció a los hechos tangibles. Tampoco se pretende ingresar a los pormenores o motivaciones que impulsaron a los principales actores para esta asonada militar. Sino, más bien, enfatizar la naturaleza de los golpes de Estado de este siglo y, a partir de ello, caracterizar los acontecimientos de esa jornada de zozobra.
Una referencia insoslayable es el golpe de Estado perpetrado en 2019. En rigor, este hecho gozaba de alguna manera de una “legitimidad”, como diría René Zavaleta, porque fue precedido por una movilización de los sectores urbanos opositores por un malestar acumulado a Evo Morales. En ese sentido, el motín policial y, acto seguido, la adherencia militar al golpe fueron consecuencia de esa acción colectiva, y no al contrario, una “iniciativa” militar o policial. Basándose en las recomendaciones de Gene Sharp, politólogo norteamericano que trabajó en la CIA, un golpe de Estado tiene varias fases. En el caso de 2019, en Bolivia se cumplió a pie de juntillas. Veamos:
Un golpe tiene una fase conspirativa y, por lo tanto, es planificado, y le sigue una fase de ablandamiento. O sea, el malestar por no acatar el veredicto del referéndum constitucional del 21 de febrero de 2016. Luego, la etapa de deslegitimación política: perforar el liderazgo de Evo Morales. Posteriormente, la etapa del calentamiento en las calles que se combinó con diversas formas de lucha. A la movilización callejera se sumó una cruzada política/comunicacional en las redes sociales (para ello se tiene que contar con soldados digitales predispuestos para la batalla digital) y los mass media opositores que fue decisiva, especialmente en los 21 días previos a la fractura constitucional. Y la última etapa fue el golpe de Estado con el apoyo de militares y policías. Además, estos golpes contaron con la estrategia del lawfare (o legitimación jurídica). Eso sucedió en 2019, cuando se hizo pasar la asunción presidencial ilegal de Jeanine Áñez como si fuera constitucional, para así blindar el golpe de Estado.
Las rupturas constitucionales, a diferencia de las del siglo pasado, son más complejas ya que forman parte de un entramado enrevesado donde convergen varios factores. No es solo sacar tanquetas a las calles y/o conversaciones “secretas” con militares descontentos, sino requieren de una cruzada conspirativa mucho más sofisticada. Los golpes de Estado de hoy no solo necesitan de militares armados y encapuchados, sino, además, un ejército del trolls en la tarea de difundir fake news para confundir a la población y así generar un clima propicio a los afanes golpistas. Pero, el general Juan José Zúñiga —y su tropa de militares—, quizás nostálgico por los golpes de Estado de antes, no se enteró de lo complicado de perpetrar uno en el siglo XXI y sucumbió en el intento.
Yuri F. Tórrez es sociólogo.