Encrucijada gubernamental

A medida que pasan los días, los problemas económicos y políticos se están acumulando y la estrategia del Gobierno para enfrentarlos está atrapada en premisas casi imposibles y en una inercia inquietante. La cuestión ya no es solo la viabilidad del proyecto reeleccionista del Presidente, sino su responsabilidad con la estabilidad del país.
Dejando de lado la querella secundaria sobre las responsabilidades o la importancia del contexto global en la coyuntura, es innegable que estamos enfrentando una combinación inédita de desarreglos económicos y políticos. Por tanto, la única pregunta debería ser cómo gestionar este momento evitando costos excesivos para el país y abriendo, al mismo tiempo, algunas vías para salir del entuerto.
Tampoco se trata de esperar condescendencia o responsabilidad de parte de los actores enfrentados al Gobierno. La realidad es como es, la mayoría está jugando sus cartas, a veces con una mezquindad e inconsciencia que impresiona. Si eso les servirá para su futuro político-electoral, es otro tema. Mientras tanto, digámoslo, no habrá misericordia, ese es un dato.
Así pues, la mayor presión se está concentrando en el Gobierno, principal artífice y protagonista del desenlace de este drama. No voy a abundar en sus graves errores que dinamitaron una gestión con posibilidades, sino en su actual incapacidad para levantar la cabeza, leer la realidad descarnada en la que está operando, asumir sus debilidades y tomar las decisiones que se imponen.
Desde mi perspectiva, su problema es casi conceptual, es decir, las premisas a partir de las que está actuando se están debilitando por el desorden político que se instaló desde fines de 2022. La propia economía, con su combinación de problemas estructurales y de corto plazo que exigen políticas renovadas, es víctima de esos disfuncionamientos que paralizan, postergan y hacen tomar malas decisiones.
Simplificando, el proyecto reeleccionista del Presidente que suponía un control rápido del MAS mediante la acumulación de poder gubernamental, cooptación de las dirigencias sindicales y un pacto con los grupos de poder judiciales, está haciendo aguas.
Y esto está pasando no únicamente por la resistencia de Evo Morales, más astuta y fuerte de lo que suponían los operadores gubernamentales, sino porque esa ilusión estaba sostenida en una aprobación ciudadana basada en la estabilidad económica y cierta imagen apaciguadora de Arce, virtudes y resultados que aún podía exhibir hasta mediados de 2022.
En ese momento, el Gobierno no podía saber que tendría que gestionar la peor coyuntura económica desde inicios de siglo, pero eso pasó y no hay vuelta, la diosa fortuna le dio la espalda en el momento crucial como en todas las grandes tragedias.
Al abrir la caja de Pandora del conflicto interno a todo o nada y la crispación permanente con todos sus contradictores, su situación política se fue fragilizando, obligándolo a pagar apoyos con costos cada vez más altos, impidiéndole construir acuerdos mínimos, distrayéndole atención de los problemas reales de la gente y sobre todo sembrando incertidumbre.
Hoy, la situación es difícil de sostener, para lograr algún aire y paciencia en la economía se precisa tranquilizar a la ciudadanía y tomar decisiones difíciles que requieren apoyos políticos y sociales, lo cual a su vez parece imposible con un campo político incendiándose y la inminencia de una elección feroz donde el candidato-presidente desea competir.
El victimismo y las argucias comunicacionales mal pensadas sirven de poco, quizás dañan al contrincante al corresponsabilizarlo del desorden, pero no enaltecen al que debería solucionar los problemas, es decir al Gobierno. Al contrario, siguen erosionando su autoridad, aumentan la incertidumbre y azuzan la inestabilidad.
En síntesis, mientras la dirigencia gubernamental no entienda que su proyecto se está agotando, que su estrategia tiene pocas posibilidades y que incluso sus victorias sobre Morales podrían terminar siendo pírricas a la vista del campo de ruinas político y económico que están provocando, la situación no tiene visos de mejorar. Es tiempo de repensarse y ojalá corregir, romper la inercia, por el bien del país, pero también por el legado que Luis Arce quiere dejar en la historia.
Armando Ortuño es investigador social.